La tarandilla

1 Ago

Las personas humanas, incluso las inhumanas, somos mucho de tarandillas. La tarandilla es un monólogo recurrente, monocorde y circular que se repliega sobre sí mismo. Del coro al caño, del caño al coro y del coro al coño ; un coñazo. La amistad entre dos o más seres humanos se basa en el intercambio de las respectivas tarandillas que versan sobre las obsesiones que tiene cada cual, pocas; tres, dos o incluso, a veces sólo una, a escoger, mayormente, entre trabajo, familia, amor o desamor, fútbol o política. Lo bueno de ser escritor es que uno puede escribir toda la vida sus tarandillas, lo cual alivia mucho al propio autor y al prójimo que si lo lee, tiene la posibilidad de cerrar el libro cuando la tarandilla le cierra los ojos con sus estribillos infumables. Ya dijo alguien que un escritor siempre está escribiendo la misma novela; su habilidad para no cansar consiste, por tanto, en disimularlo lo mejor posible o en escribir sólo una, que es cosa de agradecer en ciertos casos. Con una sola obra, que escribió en quince días de vacaciones, Fernando de Rojas dijo todo lo que quería decir y luego parece que se fue a dormir la siesta y, con las mismas, Juan Rulfo. Pero la contención de la tarandilla es una rara virtud en los mortales, sean escritores o no.

Y si no lo son, les conviene encontrar amigos verdaderos o interesados. En realidad, la amistad se basa en un mutuo interés, en un pacto; esto es, un amigo verdadero es aquel que te escucha con paciencia las tarandillas a cambio de que tú escuches las suyas o hagas como que las escuchas, que es lo que suele ocurrir cuando, a base de años, uno ya se sabe las tarandillas del amigo de memoria. Aunque, puestos a encontrar oídos para las tarandillas, nada mejor que una pareja enamorada. Sólo por amor alguien es capaz de aguantar las mismas tarandillas con la pasión de la primera vez, sin que se le desate el hartazgo y exclame aquello de “y vuelta la burra al trigo”. Que lo exclamará, tarde o temprano, porque hasta la paciencia del ser amante tiene un límite. El amor será ciego, pero no sordo, jolín.

Miguel Delibes que era un gran observador del ser humano nos avisó de lo mortales que podían ser las tarandillas. Sólo nos podemos imaginar a su personaje Mario muerto para que pudiese aguantar cinco horas las tarandillas de aquella señora suya con los estribillos del carnicero salido y el seíllas. Con la edad, además, uno se vuelve más tarandillero, que es también asunto de Miguel Delibes en su novela “La hoja roja”, donde el protagonista es un jubilado.

Por eso, esta columnista propone viajar, que es un modo eficaz de añadirle algún argumento más a las tarandillas. Viajar con los ojos muy abiertos y contar otros mundos, otras cosas. Viajar, si se puede, físicamente, en coche, en barco o en avión- aunque dicho transporte últimamente esté bastante jodido- y, si no, viajar en los libros que nos llevan a todas partes. Viajar sin conexión, sin el móvil, sin la tablet ni las redes sociales, que se están volviendo de lo más tarandilleras y crear un espacio nuevo, virgen, para las nuevas experiencias. Liberar a los demás de nuestras tarandillas y liberarnos nosotros de las tarandillas ajenas. Liberarse, de alguna forma, de la tarandilla del verano, que es la estación más tarandillera del año. Porque tiene hasta su canción con su estribillo, porque se repite como el gazpacho, porque no hay nada que se parezca tanto a un verano como otro verano. La tele se vuelve más rollo y la radio y las películas que dan en los cines y los articulistas, si nos quedamos en casa, escribimos los mismos artículos de un verano a otro. Aunque esto ya se está extendiendo a todas las estaciones, por ejemplo, a la altura del domingo. Será por qué el domingo implica, en cualquier caso, un estado anímico de ocio, como veraniego y, por tanto, repetitivo. Si abro un suplemento dominical, ya sé quién va a firmar un artículo titulado “Incompetentes y necios”, dirigido a la clase política u otro sobre la entrañable historia costumbrista de un matrimonio castizo, a modo de Gervasio y Florencia u otro provocador y políticamente incorrecto, así como “Todos gilipollas” o el del falso feminismo o el de tintes bíblicos o el gastronómico del mesero bonachón que hace unos prodigiosos pimientos morrones con perdices en escabeche o el de psicología mística y etc…

Como articulista, sin duda, no me libro tampoco de ser tarandillera. Si aún me quedan pacientes lectores, podrán recordarme mis recurrencias y no seré yo quien las niegue. Mis obsesiones son pocas como las de todo ser humano, pero, por fortuna, una de ellas es el viaje. Hay que contar algo, hay que hacer algo. Ahora, de momento, la maleta.

6 respuestas a «La tarandilla»

  1. Propósito de enmienda que se incumplirá, como está mandao, para que se siga cumpliendo el escrito que antecede, la tarandilla, tararilla, tarabilla, tablilla…

    Bonnes vacances (payées) seña Lola. Bueno, es de esperar que así sea.

  2. Supongamos un cuerpo circular, perfectamente circular, y además permeable, imperfectamente permeable. Ese cuerpo, casi geometría divina, necesitaba de inyecciones de amor, de dulzura dosificada para soportar denuestos y mundanzas. Hasta entonces, no oponía resistencia a dejarse invadir por aquello y aquellos/as, infiltrados todos, que traían parabienes de limpia gratuidad y que él (ese cuerpo), desposeído de vanidades y egos, admitía como ofrenda de amado/regalado, donde dulcificador y dulcificado hallaban la tregua de los días, y así, uno tras otro, no había dolor de prendas ni estorbos por los lados, y cada amanecer partía de cero en hombre nuevo, ni siquiera renovado, porque los venenos del día de antes ya habían borrado toda huella, y las improntas que presumían de fuertes se hicieron tan delebles que ni el viento apenas transportaba, inanes ya por siempre. Y todo, fíjate, señora Lola, porque partíamos de que no era negocio pingüe hacerse un robinson si a la puerta llamaba una dulce energía que la vida nos daba. Sí, al final jodemos hasta la endocrinología con eso que tu llamas tarandilla. Y de pura metáfora las letras que anteceden, sirven de verbigracia de otras tantas fazañas que cada cual pudiera enumerarlas en contabilidades personales. Y es que, a fin de cuentas, señora Lola, debemos de aprender de ese mecanismo bioquímico que le damos por nombre Diabetes, y que a veces empieza con un sobrepeso más suma de años corporales. Una de las modalidades previas del problema es que las células se hacen fuertes y no dejan que la insulina que segrega el páncreas lleve la glucosa que necesitamos de energía y el páncreas entonces sigue mandando más insulina para facilitar que la glucosa entre en esa perfecta geometría divina que es la célula. Y con tanta insulina por el cuerpo, más de la que necesitamos para transportar el azúcar, resulta que se transforman en grasas, mientras que nosotros vamos aumentando de volumen, grasientos y “grasiosos”, copiosos y lucidos, que no lúcidos, de lípidos. Y todo, mira que, porque el cuerpo perfecto se hizo fuerte y no dejaba entrar la glucosa que le llevaban las primeras amigas insulinas. Léase esto como dúplica o réplica o lo que quieran de eso que nos pasa al desplegar el ego más allá de los predios razonables, como si quisiéramos levantar, por allí donde pasamos, banderas de ese pequeño estado llamado Cadauno y que limita al Norte, Sur, Este y Oeste con regiones humanas que leen a la primera la leyenda de “prohibido pasar”, porque ésta es nuestra carta ipso facta antes siquiera de decir “buenos días”. Tarandillas de las que tú hablas. Son como cepos que preparamos en soledad furtiva, para acabar devorados en nuestra propia trampa. La cosa es bien jodida. Con menos tarandillas llegarían más azúcares, pero el enquistamiento a pies juntillas en la fortaleza-garita-mismidad hace que, al igual que en la insulina, la maquinaria de los sesos se equivoque y empiece a enviar cosas que hubieran sido innecesarias si las obsesiones, las imposiciones, las petulancias y otras hierbas que tu llamas tarandillas, no hubieran provocado esta endemia. El que esté libre de pecado que tire la primera tarandilla. Un saludo.

  3. Dices bien, María, es temática, luego tema, algo que va más allá de lo asuntivo, pues dejo entrever fines actitudinales, que no de aptitud, ésta para los examenes escolares; pero como fracasé en la escuela…

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