Nunca España ha sido tan moderna como en los años 70. Aquella década tomada por barbudos silvestres muy leídos y la estética hortera del pantalón de campana y el papel pintado en la salita con filigranas psicodélicas combinando naranjas y marrones. Las crónicas de aquel decenio efervescente y modernísimo con d de divorcio, destape y democracia, las firmaban intelectuales muy gamberros. Como Francisco Umbral que era un desgreñado Quevedo de Valladolid; cultísimo, agudo, agreste, misógino y adorador de las mujeres, a partes iguales, como lo era el propio Quevedo. La misoginia puede tener su lado divertido y tierno, habida cuenta de que, como dijo Juan Cueto, el misógino es, en sustancia, un tío que no liga. El machismo ya tiene menos gracia porque carece de retórica agudeza y es, a secas, instinto brutal y cavernícola. Un asunto torpe y desmañado que hay que obviar cuando se tiene bien puesta la autoestima y que hay que sortear en sus maneras más ladinas y laterales. Igual de machista es el que incurre en el insulto bronco que aquel que con condescendiente paternalismo, cual turbio y heroico paladín de las mujeres, les pasa su tono aterciopelado y conmiserativo por el lomo como quien acariciase a una mascota de peluche.
Francamente, no creo que los comentarios de Arias Cañete deban centrar el debate sobre las elecciones europeas. El hombre pecó de espontáneo y se limitó a decir lo que otros también piensan y no van a decir nunca, sobre todo, cuando se mercadean votos en campaña. La anécdota de un ramillete de palabras pequeñas y peludas no puede determinar un asunto tan categórico, si se piensa que nuestro voto va a permitir que un eurodiputado gane 17.200 euros al mes, que es un salario que la mayoría de los votantes, no vamos a ganar nunca en toda nuestra vida puñetera. Dado lo cual, consideré que era conveniente saber, antes de todo, qué iban a hacer los presuntos eurodiputados para justificar salarios tan extraordinarios y escuché el debate del lunes pasado en el que algunos de los representantes de los partidos candidatos iban a exponer sus proyectos de acción en Europa. Pero allí se habló poco del futuro de Europa y mucho del pasado de España. También del presente; principalmente la cosa iba sobre lo mal que lo estaban haciendo unos y lo mal que lo habían hecho otros y no tanto de lo que habían hecho, sino de lo que habían dejado de hacer. Como la representación catalana fue importante, dos candidatos de seis, se vio venir que la sombra del independentismo saliese a colación y se repartiesen por allí de tirones de manga, más o menos cordiales, unos en plan lírico cantando a la unidad patria y otros, a lo “mira tú qué bonito, pero déjame que me vaya”. La trifulca fue ganando en tono; el pez grande estaba por comerse al chico y, entre sí, se despedazaban la ballena y el tiburón. Total, que se creó un ambiente tan íntimo en el plató, que para mí que se olvidaron casi de los espectadores. En medio de todo, hubo alguna rosa excepción como la de un tipo elegante que exponía bonitas propuestas por su cuenta, sin que nadie le prestase demasiada atención.
Fue un debate, en fin, de conclusión difícil. Habrá que volverse a leer los programas, a ser posible todos, y hacer un acto de fe. O sea, creerse las promesas que más nos gusten y votar por ellas, porque tanto con el voto como con la abstención, vamos a decidir que un eurodiputado gane 17.200 euros al mes y es mejor saber cuál es para luego pedirle cuentas.
En cualquier caso, hay que disfrutar del momento. Las campañas electorales son como curas de amor. De repente, los políticos que creíamos olvidados de nosotros, nos miran a los ojos y nos dicen que nos quieren. Lo mismo después se van a Bruselas y se vuelven a olvidar de nosotros porque dicen que la distancia es el olvido, pero no concibamos esta razón, creamos en su amor y hagamos un acto de fe. La fe es compatible con el amor, incluso la fe católica, según dicen veintiséis mujeres que han escrito al Papa Francisco para que normalice sus relaciones sentimentales con sacerdotes, apelando a la modernidad del santo padre. En realidad, el asunto de la barragana es muy antiguo, tan antiguo que dio lugar al Lazarillo de Tormes y como normal, mucho más normal que los desórdenes de los apetitos a los que puede dar lugar el celibato, pero el Papa lo tiene crudo ante ciertos sectores católicos que pondrían el grito “en el cielo”. Otra cosa hubiera sido en los años setenta, tiempos mucho más modernos que este siglo XXI retrógrado, fanático y puritano. Allí eran posibles las comunidades de curas con esposa que seguían dando misa por su cuenta y, cómo no, los curas marxistas del tipo “Cuéntame”. En los setenta, una persona podía ser católica y comunista sin que se la tachase de incoherente como a Moreno Brenes. De eso tenemos que hablar largo y tendido ya mismo.
Curas de amor y de la Teología de la Liberación, como nuestro famoso compatriota, el aragonés Manuel Pérez, (y hasta diez más en aquellos años) que llegó a ser jefe del ELN de Colombia, alternando la prédica del Evangelio con el fusil desde los años sesenta, combinando marxismo y cristianismo, creando de esta forma una suerte de pintoresco cubalibre (nada que ver con la esperada libertad que surgiría de la mezcla del ron cubano y la Coca Cola. Siéntate y espera otros cincuenta años) Menos sutiles, si nos atenemos a la expresión lingüística, fueron sus antecesores de la Guerra de la Independencia, pongamos al Cura Merino o al mismísimo párroco de Riogordo, ambos jefes de importantes partidas de patrióticos guerrilleros contra la invasión napoleónica, tan sanguinaria para el pueblo como ilustrada y esperanzadora para las nuevas élites de afrancesados y liberales españoles, precursores del actual primer ministro Manuel Valls y sus consiguientes recortes millonarios. Claro que donde se ponga un recorte bien dado por un descendiente de aquellos liberales que se quiten los tradicionales, eso.
Por lo demás, la Iglesia siempre se adaptó a los tiempos. Es verdad que antes y durante la Transición, la Iglesia Católica tomó una actitud decididamente comprometida y fue la indispensable mediadora para que la democracia llegara a buen puerto, bien apoyando y prestando ayuda a la clase trabajadora, bien intercediendo ante las autoridades, defendiendo a reclusos y demás desfavorecidos del régimen. Clarividente, las veía venir, marcó los tempos y lo que te rondaré…
Saludos
«Francamente, no creo que los comentarios de Arias Cañete deban centrar el debate sobre las elecciones europeas. El hombre pecó de espontáneo y se limitó a decir lo que otros también piensan y no van a decir nunca, sobre todo, cuando se mercadean votos en campaña. La anécdota de un ramillete de palabras pequeñas y peludas no puede determinar un asunto tan categórico, si se piensa que nuestro voto va a permitir que un eurodiputado gane 17.200 euros al mes, que es un salario que la mayoría de los votantes, no vamos a ganar nunca en toda nuestra vida puñetera. Dado lo cual, consideré que era conveniente saber, antes de todo, qué iban a hacer los presuntos eurodiputados para justificar salarios tan extraordinarios y escuché el debate del lunes pasado en el que algunos de los representantes de los partidos candidatos iban a exponer sus proyectos de acción en Europa. Pero allí se habló poco del futuro de Europa y mucho del pasado de España. También del presente; principalmente la cosa iba sobre lo mal que lo estaban haciendo unos y lo mal que lo habían hecho otros y no tanto de lo que habían hecho, sino de lo que habían dejado de hacer. Como la representación catalana fue importante, dos candidatos de seis, se vio venir que la sombra del independentismo saliese a colación y se repartiesen por allí de tirones de manga, más o menos cordiales, unos en plan lírico cantando a la unidad patria y otros, a lo “mira tú qué bonito, pero déjame que me vaya”. La trifulca fue ganando en tono; el pez grande estaba por comerse al chico y, entre sí, se despedazaban la ballena y el tiburón. Total, que se creó un ambiente tan íntimo en el plató, que para mí que se olvidaron casi de los espectadores. En medio de todo, hubo alguna rosa excepción como la de un tipo elegante que exponía bonitas propuestas por su cuenta, sin que nadie le prestase demasiada atención.
Fue un debate, en fin, de conclusión difícil. Habrá que volverse a leer los programas, a ser posible todos, y hacer un acto de fe. O sea, creerse las promesas que más nos gusten y votar por ellas, porque tanto con el voto como con la abstención, vamos a decidir que un eurodiputado gane 17.200 euros al mes y es mejor saber cuál es para luego pedirle cuentas.
En cualquier caso, hay que disfrutar del momento. Las campañas electorales son como curas de amor. De repente, los políticos que creíamos olvidados de nosotros, nos miran a los ojos y nos dicen que nos quieren. Lo mismo después se van a Bruselas y se vuelven a olvidar de nosotros porque dicen que la distancia es el olvido, pero no concibamos esta razón, creamos en su amor y hagamos un acto de fe.»
¡EXCELENTE SEÑORITA LOLA!…
¡¡¡¿17.200 euros al mes?!!!…
No voy a poder dormir pensando en ello…
¡Saludos!…
Pedro C.
Pero lo cierto es que muchos de aquellos curas modernos colgaron los hábitos para casarse y ahora hay escasez. Un solo cura debe atender las parroquias de varios pueblos. Me pregunto, si, como dice, la mujer de un exsacerdote, proliferarían más los clérigos de poder casarse y creo que no sería mala idea. El celibato priva a la Iglesia de tener en sus filas, muchas buenas personas con una gran función social y sin afán de lucro. Por muy poquito dinero, sólo el de sobrevivir, esos curas íntegros podrían hacer más por el mundo que los eurodiputados por Europa con 17.200 euros al mes ¿Se lo pensará el Papa Francisco?
Bueno, bueno, en el ámbito humano somos así, seña Lola. la democratización del sistema educativo, a partir de la Transición, facilitó a una mayoría de jóvenes el acceso a la enseñanza media y con ello el auge de vocaciones seglares. Muchos de aquellos seminaristas que se formaban entonces, optaron por convalidar sus estudios (supongo ante las dudas existenciales y esas cosas) e impartir clase en colegios e institutos Pero la cosa venía de un poco más atrás, creo, con las transformaciones económicas del desarrollismo de los sesenta, el recurrente mayo/68 – y el posterior desencanto – el ambiente familiar…,que motivaron, con el paso del tiempo y el devenir de la historia, una ausencia, cada vez mayor, de compromisos definitivos – sacerdocio, matrimonio…- Mas, si en el mundo cristiano existen otras variantes, menos estrictas que la Iglesia Católica para el asunto matrimonial, ¿por qué esa santa obstinación? Ancho es el campo y cristiano eres.
Aunque, si hablamos de la Triple D (desencanto, desapego, desafección) la clase política española se lleva la palma y, visto lo ocurrido en las europeas, ya no la quieren ni en su casa. Con la que está cayendo allende el Pirineo, con Le Pen exultante y los euroescépticos frotándose las manos…alguien tendrá que confesarnos y que nos coja así. Pues hala, ahí está la Iglesia marcando compás y gira, mondo, gira…
Saludos
Los eurófobos han ganado las elecciones europeas. Viendo los resultados, creo que también las hubiese ganado Conchita la Barbuda, porque la cosa parece haber llegado al mismo nivel de disparate. Y aquí? Qué piensas del emergente «Podemos». En cierto modo, algo hay en este asunto de revival de los 70. Creo que he escrito a este personaje ya en un relato ¿Habrá en el relato real mejor desenlace? ¿o…?
¡Sí se puede! o Podemos….no sé, me recuerda un poco al Atleti Pupas de antes – y ahora, cuarenta años después – cuando lo bajaron de la nube. A grito pelado quieren finiquitar la banca y repartir su riqueza, reparto de viviendas, todo gratuito…como el Frenético a la puerta del supermercado, cuando proclamaba el cercano fin del mundo, la hora de arrepentirse, la llegada de Dios y los horribles castigos a que serían sometidos los pecadores. Como allí muy pocos creían en Dios, sus gritos provocaron hilaridad. Antes, al menos, se decía, con más voluntad y menos bronca, aunque un tanto desganados, que la tierra debía ser para aquellos que la trabajasen. También se fue apagando esa euforia y al poco tiempo nadie se acordaba…ni apenas trabajaba la tierra.
Pues eso, que se quieren comer el mundo, terminar la revolución – nunca empezada, pero bueno – y echar fuera de la sociedad y, si ello fuera posible, de España, el bipartidismo…
Son jóvenes. Ya se les pasará.
Saludos
Pues con ese nombre, Pablo Iglesias, promete. Y, de momento, es un alivio que los jóvenes ya se interesen por la política. Creo que, antes de tacharlo de apocalíptico visionario, habría que concederle la oportunidad de demostrar que puede. A mí, como a todos, me mueve la curiosidad y la esperanza ¿Crees tú que de todas las alternativas al bipartidismo hay alguna con fuerza para resquebrajar el binomio y aportar soluciones? Si les pone nerviosos Pablo Iglesias o cualquier otro, puede ser un incentivo para romper la inercia e intentar mejorar ¿o no?
¿Has votado? Si es así, ¿me das una pista?
Salta a la vista que el nombre (Pablo Iglesias) promete. Como mínimo, cien años de honradez (que se quedaron en apenas diez, pero venga). Ahora solo falta que salga otro nombre «prometedor» en el otro extremo (¿qué tal J. Antonio Primero?) con otra doctrina similar, cuyo artículo primero proponga la disolución de los actuales partidos políticos, abolición de la monarquía y república, sí, pero nacional-sindicalista…
Más que la esperanza, a mí me mueve la curiosidad de ver que las luces que iluminan las ideas y propuestas de Podemos provienen del otro lado del Atlántico y que regímenes como Cuba o Venezuela son dos ejemplos a seguir. Esos mismos que, hoy día, te dan a elegir entre la represión o cárcel a políticos opositores o la guerra civil. Vade retro.
De lo que no cabe la menor duda es que algo se remueve en España y este resultado electoral vendrá muy bien para desperezarse.
¿Votar esta vez? pues ni me acordé. Sería la resaca de la Champions. Es decir, fue.
Muy mala la resaca de la Champions con un árbitro tan arbitrario como el que nos tocó al Málaga C.F. frente al Dortmund. Por dos minutos de más, no gana el Atlético que era una esperanza de que pueda valer la valentía y el esfuerzo contra la pasta gansa.
Pues yo si voté, en realidad, pensando en personas que se ganasen un salario extraordinario en Europa. Calibré currículo y experiencia en el tema, pensando que eso podía justificar una buena actuación de los mismos. No quiero contribuir a crear un puesto de trabajo que recaiga en alguien poco o nada capacitado.
No voté a Pablo Iglesias, porque necesito conocerlo más para darle mi confianza, pero lo sigo de cerca. Voy a no dejarme llevar por los pre-juicios y juzgarlo, en todo caso, cuando actúe.
¿Ibas con el Real Madrid o con el Atlético?
P.D: Sea como sea, no quiero perder tu amistad.
Hola, hola,
Estoy ya un poco resabiado en esto de las ideas políticas. También perdido. Por ello no voté en la Europeas, y más para no caer en hipocresía, en mí hipocresía. Envidia me dais quienes lo tenéis claro. Luego me arrepentí de no votar, qué cosas tiene la vida. Lo cuento. Una imagen vale más que mil palabras. Ay, si lo hubiese visto antes, y es que unos días después de las elecciones vi a Cañete subido en un tractor sembrando tomates en Cáceres. Me llegó al alma, eso no se olvida, hasta sueñas con ello. Porque ya no creo en políticas, creo en personas, y era tan verídica su estampa con una tomatera en la mano, con las uñas algo largas y sucias de estiércol sobrante del pequeño cepellón de las tomateras. Esas manos sucias de estiércol son incapaces de coger dinero sucio, me dijo mi instinto. A este solo se le soborna con una buena hartada de callos a la andaluza, me dijo mi instinto. Además era verosímil, eso, esa palabra que tanto usáis los literatos para distinguir de lo que es creíble de lo que no. Aquella imagen de Cañete era creíble. Hoy alguien me dijo que igual de creíble hubiese sido ver a Cañete en una gasolinera con un mono azul y con las siglas de una petrolera internacional incrustadas a la altura del corazón y la pistola de la gasolina en la mano. Qué pena, si el País hubiese sacado antes la foto de Cañete sembrando tomates, yo le hubiese votado, aún a posible error, y hoy, de seguro, estaría hasta vacilando en mi conciencia de no haber caído en hipocresía.
Lola, Winspector, un placer leerles. Saludos.
Veamos, Lola. Con el Atleti suelo ir en momentos muy puntuales, caso del final de la Liga en Barcelona o cuando se enfrente a cualquier equipo extranjero. Con el Real Madrid cambia la cosa. Con él me pasa lo que al famoso perrito del cómic, ese vago ilustre llamado Snoopy, cuando se solaza en el tejado de su caseta y, dormitando, dice: «penso a te…» Entonces te viene a la cabeza aquel librito de JJ Armas Marcelo titulado «Cuando éramos los mejores», donde el sueño de cualquier chaval de la época era jugar, primero, en el equipo de su ciudad natal y después dar el salto al Madrid de las seis copas de Europa… Y yo para nada, pero un primo hermano de mi madre sí que jugó tres temporadas en el Madrid y ocho en el RCD Espanyol. Indovina, indovina…
Quintiliano, eso es decir las cosas a las claras y sin tapujos. Como debe ser. La imagen de Cañete, de nobleza campechana, difiere algo de aquella que vimos en los ochenta, cuando R de la Borbolla y otros celebraban no sé que fiesta, comiéndose, en plan tiquismiquis, un bollo con aceite, los muy finolis…
Saludos
Los tomates, no sé, pero está claro que a las gentes no le gustan los yogures caducados. Hay que mejorar el menú.
Ya no nos comemos cualquier cosa…