Desde que Simone de Beauvoir escribió “El segundo sexo”, han aparecido tres o cuatro más. O tal vez no, tal vez esta diversidad ya existía pero no ha aflorado hasta ahora.
La sexualidad humana, incluso a veces la animal, es tan compleja que se hace imposible reducirla a dos simples categorías. Ni siquiera desde el aspecto meramente genético, habida cuenta de que existen desde siempre los hermafroditas y síndromes tan llamativos como el de Klinefelter, sobre el que se rodó en Argentina una película dramática “XXY” (2007) que causó un gran impacto en el Festival de Cannes. La trama desvelaba la tragedia de un adolescente de quince años, afectado por dicho síndrome, que dota a algunos hombres de un cromosoma X extra, lo que conjuga en su cuerpo atributos propios de la mujer y del hombre. O sea, tiene pechos y a la vez un minúsculo pene que, normalmente, no lo habilita para procrear, por lo que se ha barajado la hipótesis de que el último de los Austrias españoles, Carlos II, debiese su esterilidad a participar de dichas características. Por otra parte, hay mujeres que, debido a sus altos niveles de testosterona, presentan un aspecto netamente masculino. Sus pechos son casi invisibles, su voz gruesa, sus espaldas anchas y es notorio el crecimiento de su vello en cara y extremidades, lo cual, en ocasiones, determina la naturaleza de su deseo sexual. Aunque no siempre, pues si compleja es la genética humana, más lo es el mismo cerebro del que depende el deseo, donde hay variedades para todos los gustos.
Sería relativamente sencillo adscribir a los hombres de aspecto femenino a la categoría de mujeres y a las mujeres de aspecto masculino a la categoría de hombres, que es lo que nos reclama nuestro afán simplificatorio, pero lo cierto es que no hay nada tan incierto como la pulsión sexual. Lo que, a veces, nos hace inexplicable que haya hombres de apariencia muy viril que amen a otros hombres y chicas muy femeninas que se enamoren de otras chicas sin que quieran cambiar de sexo y personas que, simplemente, no se reconocen en ninguno de los dos sexos categóricos, porque más allá de cualquier otra consideración de género, son personas antes de todo como deberíamos ser considerados el resto de las criaturas sin más contemplaciones categóricas.
A este objeto, se ha reconocido oficialmente en Australia al primer ciudadano de género neutro, un tal Norrie, que ha probado a ser hombre y a ser mujer, sin que le haya cuadrado ninguna de las dos categorías. Ni quizás tampoco esa otra de homosexual que también tendemos a estereotipar en un rígido cliché con toda unas pautas de comportamiento y actitudes al respecto tales como los que reúne el protagonista de “Guillaume y los chicos, ¡A la mesa!”.
Esta tragicomedia francesa que ha llegado a nuestra gran pantalla con la garantía de cinco premios César, expone un drama que da al asunto otra vuelta de tuerca, tan sorprendente como puede serlo la vida real, donde pocas veces nada es lo que parece.
Guillaume, trasunto del propio director de la película, Guillaume Gallienne, parece homosexual a los ojos de su familia, la sociedad y el público que asiste a sus peripecias vitales que lo llevan a una confusión total de identidad en el esfuerzo de ajustarse a la imagen que proyecta. Esto es, como cumple todos los requisitos del cliché de afeminado, se esfuerza en ser homosexual por no contradecir los cánones de lo previsible con un consecuente y estrepitoso fracaso, ya que, contra todo pronóstico, resulta ser heterosexual, si bien tan viril como lo es su propia madre a la que, dada la admiración que le profesa, intenta imitar en todo.
Cuesta creer que un chico que juega a ser Sissi Emperatriz o un hombre que se disfraza de mujer como lo hacia Ed Wood o quién sabe si el propio Tim Burton, sean heterosexuales, pero habrá que ensanchar de una vez las mentes y aceptar que las realidades de género son mucho más variopintas que las que caben en el encasillamiento de dos géneros –o tres- tan tipificados.
Así se acabarían las absurdas discusiones sobre la paridad y las discriminaciones negativas o positivas. O la tontería de destacar que un profesional o un político sea mujer como si se tratase de un hecho extraordinario, cuando debería ser ya algo normalizado. Destacar el sexo de las personas por encima de su seso, ya me parece un discurso bastante sexista y un atraso en una sociedad de progreso. Si queremos avanzar, hablemos de personas y consideremos su valía para cualquier puesto o cualquier cargo sin ninguna otra clase de contemplaciones, que ya la paridad caerá por su propio peso, contando también con los neutros y los impares. Aquí cabemos todos. Sin ningún género de dudas.
Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios, que se decía a comienzos de aquella movida madrileña. Pero se difumina la arenga y se enrocan las posturas intransigentes y partidistas; se sigue en la brecha, tildando a fulano de diferente, cuando no desviado; la ovejita descarriada y el eterno redil que la espera, como a ése (y no solamente en el cine) por el que la familia hizo lo imposible para que volviese a ser macho. O hembra… Eso, después de más de treinta años, equivale a decir paralización de las ideas. Lo peor es que se transmite con una facilidad que asombra a cualquiera. Continuamos etiquetando y colgando sambenitos a la persona, como si el tiempo se hubiera estancado en algún lugar de un siglo remoto. Es la petrificación de lo doctrinario, el estás conmigo o contra mí y atenerse a las consecuencias si te desvías del recto proceder…
Sin embargo, fue de las ideas de donde surgieron todas las teorías liberalizadoras (de la esclavitud, de la mujer…) y para tener alguna idea a mano, es obvio, hay que pararse a pensar, tener noción de aquello que nos circunvala. No se trata ya de encontrar lagos mágicos y plasmarlos en la obra y que la gente los vea. Es la transmisión de la idea desde el propio individuo que la concibe y que llega y se desarrolla en el resto. Y florece, multiplicada y diversa, como las flores del prado ameno…
Ojalá, aunque fuese a partir del próximo milenio. Saludos
Desde acá, veo tu comentario en rosa. le sienta bien el color, por cierto!!! Qué gran verdad, que nadie es igual a nadie, viva la diversidad y la diferencia…
Desde acá…Eso quiere decir que estás allá, “dove scorre un fiume che argenta il mare? O mamma, come sei fortunata, tanti auguri!