Los Ninis, ya sabéis lo que son. Esos jóvenes que ni estudian ni trabajan pero dan mucho trabajo a los padres y a abuelos y abuelas, cuando ya están en edad de jubilarse. Los propios padres de los Ninis ya son medio abuelos por lo que se ha retrasado la decisión de procrear y, por tanto, carecen de energías para controlarlos. Leo en una entrevista a Almudena Grandes que su hija adolescente la saca de sus casillas.
-¿Cuándo fue la última vez que la sacaron de sus casillas?
-Tengo una hija adolescente, así que ayer mismo…
En fin, que si a una mujer de carácter como Almudena Grandes la saca de sus casillas una hija adolescente, qué no les harán a unos padres apocados. O a los propios abuelos que, en ausencia de los padres, cargan sin fuerzas con esos nietos rebeldes a los que tanto quieren, pero nunca llegan a comprender y, lógicamente, pierden su mermada salud, preocupándose por su futuro, cuando deberían estar disfrutando del futuro propio, merecidamente ganado después de tantos años de esfuerzos y vicisitudes. Pero la sangre obliga y el Nini es sangre de su sangre y les preocupa. Si mi nieto ni estudia ni trabaja, qué le espera en la vida…
Afortunadamente, los suplementos dominicales que tienen respuesta para todo aseguran que esos Ninis accederán a trabajos que todavía no existen; los nanotrabajos que cubrirán las necesidades del futuro. Según este reportaje, se crearán nuevas profesiones como nanomédicos, meteopolicías, biohacker e inspectores de cuarentena en un plazo relativamente corto, pues ponen fecha para 2030.
A tan corto plazo, por ejemplo, se supone que los biohacker, podrán alterar la información genética para crear un ser superior, los ingenieros de órganos fabricarán órganos y extremidades sin necesidad de trasplantes y los consultores gerontológicos atenderán a ancianos fuertes como robles. Un bellísimo panorama tan ideal como para parecer fantástico como esas novelas distópicas que escribió George Orwell o Aldous Huxley sobre ese futuro que para nosotros ya es pasado. Por no hablar de las películas futuristas, según las cuales, a partir del 2.000, viviríamos en naves espaciales en permanente lucha contra los extraterrestres y seríamos servidos por robots y acechados por androides. Y aquí seguimos, más o menos como siempre. Lo más raro que nos pasa es tener acceso a Internet desde un ordenador, una tablet o un smartphone y vivir con la vista inclinada, lo que, según estos futurólogos, será el estilo irrenunciable de vida en el 2030. Por lo que leo, en el 2030, no habrá distinción entre la vida real y la virtual, ya que el acceso a las redes a través de smartphones, tabletas, gafas, electrodomésticos e incluso “aplicaciones insertadas en el cerebro”, permitirá una simbiosis entre experiencia digital y física. Viviremos en red y quedarse fuera equivaldrá a una muerte civil.
A este efecto, los trabajadores sociales de redes, otra profesión del futuro, darán apoyo a los “marginados de las redes sociales”, a los que intentarán reconducir incluso contra su propia voluntad. O sea, aquel que quiera vivir su vida al margen del Facebook, el Twitter, el Instagram o lo que sea que se lleve en su momento, podrá ser tratado por trastorno de conducta, lo cual sugiere un régimen dictatorial y de terror que, personalmente, me pone los pelos de punta.
Si hasta hoy mismo, las redes sociales me han parecido un puro divertimento y una herramienta social sin consecuencias, ahora me empiezan a parecer una trampa diabólica en la que caemos víctimas de una manipulación global, pues se trata de que habremos de utilizarlas por narices.
El objetivo es que nuestras conversaciones, expuestas al espacio virtual y universal, con registro de memoria carezcan de secretos ante el ojo del Gran Hermano, que podrá utilizar lo dicho por todo Quisque como le convenga en el momento oportuno. En Internet, las palabras no se las lleva el viento, sino que dejan una huella, prácticamente, imposible de borrar. Conviene que esto lo sepan los imprudentes que, después de una dura jornada, sueltan su lengua en el ordenador o similar cacharro, más desinhibidos aún por las copas vespertinas o nocturnas, creyéndose inmunes en una falsísima atmósfera de intimidad. En Internet no hay secreto de confesión y todo se sabe por todos, más pronto que tarde. De ahí el interés de las instituciones por promover su uso y abuso. Las redes sociales son el mejor medio de crear rebaño y de tenerlo controlado y, por tanto, no son el espacio idóneo para abordar luchas clandestinas y conspiraciones varias, nada aptas para un espacio tan público.
Presiento que la verdadera rebeldía en el 2030 va a ser desertar de las redes sociales y mandar al trabajador social de las susodichas a hacer puñetas y, por supuesto, me apunto. Y desde aquí invito a quien quiera “insertarme una aplicación en el cerebro” a que se la inserte en los mismísimos hue…sos. De nada.
Para los Ninis, los nanos
14
Mar
Esperar al dos mil treinta
para salir de las redes…
¿fiarlo tan largo quieres?
igual no sale la cuenta
Pues coger un autobús
empieza a dar repelús,
si tablet no usa alguien
ya lo toman por un alien…
o tal vez por ultracuerpo
para entregar a los nanos
Es por eso que disiento,
aunque me digan Cenicienta
por reírme con los gozos
del Enano de la Venta:
¡cuenta, cuenta, cuenta…!
Pues no soy nini ni nano
y no me hallo enredado
ya me dan por marginado.
Los moitores sociales,
vendrán a pedirte cuentas,
que sigues en los ochenta
y no estás en un tus cabales
si no le das al ratón
y llegando el 2030
se atreve aún Winspector
a no tener smartphone
y a no repetir consignas
como hace todo Dios
vas a darle irritación
con esa manía tuya
de pesar por propia cuenta,
que será meter la bulla
y provocar rebelión
a partir de 2030.