La Casa Blanca se pone negra cada vez que invita a un presidente francés. Siempre los pilla en plena ruptura sentimental y le descabalan el protocolo. Los franceses ya se sabe; lámour toujours lámour. Primero fue Sarkozy a quien la visita oficial le sorprendió en pleno divorcio de su esposa Cecilia y ahora Hollande, quien ha cambiado a la primera dama francesa, su compañera, la periodista Valérie Trierweiler, por la actriz Julie Gayet casi en el último momento.
Para Obama, la cosa se pasa de castaño oscuro. Vale que los presidentes norteamericanos no son un paradigma de fidelidad, pero siempre plantean los affaires dentro de un orden.
Hollande lo lía todo a última hora, Oh là là, qué desbarajuste. Lo mismo hay que cambiar en todas las tarjetas del ceremonial el nombre de la presidenta consorte o lo mismo…no, ya que Hollande ha decidido acudir a los actos como soltero. No sea que en el largo trayecto de avión se enamore de la azafata y vuelvan a cambiar las tornas. El presidente gobierna sus sentimientos igual que gobierna Francia y, como se conoce, opta por evitar nuevas averías.
Lo malo es que en el baile de honor, no será posible el intercambio de parejas. O sea, Obama se quedará solo, viendo cómo su esposa Michelle marca el paso entre los brazos del presidente francés, lo que debe ser altamente inquietante, habida cuenta del currículo seductor del fulano
¿Qué las das, François, qué las das? Y es que, ya se sabe, desde Napoleón, que los mandatarios galos son chiquitillos pero matones.
Será en honor del día de los enamorados, que nuestra prensa política se está tiñendo de rosa. Cuando no habla de los amoríos de Hollande, se centra en el amor ciego de la infanta por su esposo Urdangarín, que ha venido a dar el tiro de gracia a la monarquía española. He dicho el tiro de gracia y no el de caza, que ésa es también otra entrega de “Memorias de África”. Concretamente, la memoria de elefante. La Casa Real se está convirtiendo en caza real y cada vez se levantan más liebres.
Pero hablemos de amor, que es también cuestión animal desde la teoría del olor; que, es decir, la química. El humano, según tal presupuesto, no es sino el animal que olfatea a su pareja para reconocerla en un olor concreto. Un impulso bastante primitivo que se llama empatía o flechazo, por ejemplo. Y que se da cada vez menos por el uso y abuso de la ducha diaria y el jacuzzi.
Nos hemos quedado sin olor propio; ahora todos olemos a lo mismo: a cocedero de Spa con aceite de argán y jabón de chocolate negro a la canela.
Carecer de olor propio era un drama para el protagonista de Patrick Süskind en “El perfume”, que se bañaba poco y sólo en sangre de doncellas. Tal vez deberíamos tomar nota y no frecuentar tanto la ducha ni con sólo once litros de agua como recomienda Francisco de la Torre. También por cuestión de coste. Si la factura del agua se pone cuesta arriba, más va a cobrar el notario que levante acta del prodigio. Y de simple comodidad; ducharse con un notario le puede poner a uno algo violento, sin contar con que no es la fantasía erótica favorita de los españoles. En su defecto, quizás convendría seguir los consejos de la abuela, que recomendaba un único baño a la semana para preservar las grasas naturales de la piel. Que dicen los dermatólogos que el exceso de higiene multiplica las alergias.
Ésa es la tarea; recuperar el olor y el olfato; oler de lejos el tufillo genuino del criaturo que nos la viene a dar con queso sin dejarnos engañar por sus edulcorantes, estabilizantes y aromatizantes. Y estamos en el camino; a muchos políticos les ha abandonado el desodorante y empiezan a oler a zorruno. Por eso, los grandes partidos han ido en busca de líderes con el “efecto Axe”, personas que enamoren a las masas por la emoción con su fragancia personal; el carisma, que se llama.
El PP en Andalucía lo tenía difícil, pues de sus candidatos se decía que todos olían a rancio y sacristía, pero, finalmente, salió a la luz un aspirante que no estaba en las quinielas; Moreno Bonilla. Y ha sido una buena elección, porque ha salido de Málaga, donde está lo mejorcito de los populares y porque ya es hora de que el poder en Andalucía no esté siempre vinculado a Sevilla. Bonilla es un digno opositor a Susana Díaz y esto me huele a lucha de titanes. Ninguno de los dos lo va a tener fácil. Tendrán que sacar todas sus plumas para volver a enamorarnos; nuevos proyectos, nuevas ideas y, sobre todo, nuevas soluciones a viejos problemas.
Ya no somos tan fáciles de seducir y nuestro corazón desengañado sólo cederá ante un amor verdadero. Nos lo merecemos a estas alturas.