Vuelven a casa por Navidad

6 Dic

Cuando la Justicia falla, falla. El fallo del tribunal de Estrasburgo nos ha llenado las calles de criminales que vuelven a casa por Navidad. No es que estuviesen mal en la cárcel, pero como dice el dicho, como en casa en ninguna parte. Lo malo son los vecinos. En Almadén de la Plata no están por recibir al “loco del chándal” con los brazos abiertos por más que su propia madre se empeñe en que su hijo es inofensivo. Comprendemos la actitud de esa madre que, como toda madre, ve en su hijo más al hijo que al delincuente, pero no menos la actitud de las demás madres de Almadén que también tienen hijos y, sobre todo, hijas que podrían llegar a ser víctimas de un psicópata, cuya patología sexual le impele a clavar objetos punzantes en los glúteos de las mujeres y si acaso violarlas y matarlas. Costumbre que le llevó a la cárcel y en la que aún sería capaz de incurrir, ya que los psicópatas sexuales son, por naturaleza, reincidentes y, más aún, cuando no han recibido tratamiento para rehabilitarse de su psicopatía. Como José Franco de la Cruz “El Boca”, Juan Manuel Valentín Tejero “El Monstruo” y Pedro Luis Gallego conocido como “El violador del ascensor”, quien también ha sido beneficiado por la sentencia de Estrasburgo. La doctrina Parot que ha mantenido a todos estos criminales entre rejas era, probablemente, una chapuza, pero su invalidación por el tribunal de Estrasburgo nos ha venido a hacer la pascua con semejante compañía en Navidad. Ya nadie que tenga una hija menor podrá dormir tranquilo. Si no la mata su novio, podrá matarla alguna de estas alimañas que andan sueltas por las calles con hambre de carne cruda. Éste es el fallo de la Justicia. Cuando libera a los condenados, condena al resto de la ciudadanía inocente incluso, en algunos casos, a pena de muerte por el simple hecho de pasar por allí en el momento más inoportuno. Como lo hicieron esas niñas, esas mujeres que nunca más verán la luz que están viendo ahora sus asesinos sin haber siquiera demostrado el menor arrepentimiento.
Dura lex, sed lex. Con la máxima frialdad, las leyes, que parecen estar más a favor de los delincuentes que de las víctimas, como defendió Muñoz Molina en su novela “Plenilunio”, se imponen sin contemplación alguna al dolor de muchas familias, que no tendrán siquiera derecho al olvido y habrán de revivir sus pesadillas al volver a ver las imágenes de los asesinos desafiantes y libres. Libres de cárcel, libres de remordimientos y con la vida que ya no podrán disfrutar los suyos. Porque los derechos humanos avalan a quien mata pero no a quien muere, simplemente porque otro lo decide. Alguien que no cree en los derechos humanos y, sin embargo, se beneficia de ellos, pese a su comportamiento inhumano, gracias al cual ha ejecutado al azar la pena de muerte que, en ningún caso, le sería aplicable a sí mismo.
Eso en el caso de los psicópatas sexuales que matan por puro desorden de sus apetitos sin que medie una justificación coherente para sus actos, pues, en el caso de los etarras, encima está el aval de “la gran causa” que los mueve a asesinar cargados de razones y a salir luego de prisión a cara descubierta, con la frente bien alta y como imbuidos de cierto aire mesiánico.
Amparados en una justicia compasiva, ellos hacen por su cuenta la justicia que les da la gana sin que en ella medie la compasión; que no la tendrán llegado el momento. A su juicio, los derechos humanos son sólo cosa suya. Los demás humanos no tenemos siquiera derecho a la vida, pues, entre sus derechos está el de matar cuando lo creen conveniente. De repente, ponen una bomba y sólo somos un daño colateral. De repente, nos metemos en un ascensor y ya no salimos más. De repente, nuestra hija de nueve años aparece violada y muerta en un descampado.
Y no pasará nada. Si detienen al asesino, pasará unos años en la cárcel, que ya no es un lugar tan indeseable. Hay pobres diablos que cometen delitos a posta para pasar el invierno en prisión bajo techo y comiendo caliente. Luego de allí se puede salir tan campante como Miguel Ricart, implicado en el crimen de Alcàsser, que va por ahí diciendo que es inocente y buscando trabajo. Lo mismo se lo dan en un programa telebasura como tertuliano y hasta se mete al público tan crédulo e inocentón en el bolsillo:
-Oye, Encarna, que está saliendo el niño de lo de Alcàsser y dice que él no hiso ná.
-Pues di tú que no, porque yo al mushasho le veo cara de buena persona.
Estamos acostumbrados a que los delincuentes nos engañen. Algunos de ellos hasta nos gobiernan y, llegado el momento, nos volverán a engañar y a ganar las elecciones. No somos nadie.

6 respuestas a «Vuelven a casa por Navidad»

  1. Cuando uno recuerda a Felipe González o Aznar, explayándose tras algún atentado de ETA: «¡Se pudrirán en la cárcel!». Cuando uno recuerda aquellos pintorescos y sonrientes representantes del pueblo saharaui en las Cortes Españolas, años sesenta y setenta, tan peripuestos, con sus chilabas, sus luengas barbas y sus esperanzas…perdidas; cuando se acuerda uno de eso, piensa que, al menos, el gobierno de Franco sí cumplió sus compromisos con los saharauis hasta la muerte del dictador (Franco: el Sáhara sólo será de los saharauis). Como Intelhorce fue para el pueblo de Málaga – se prometió y se cumplió – Hasta que llegó la turba de ladrones, revestida de democracia y comenzó la masacre. Pues qué vida, ¿no?

  2. Y menuda fanfarria mediática acompaña al cortejo de asesinos, violadores y demás chusma liberada por los poderosos de Europa. Pero vamos a pensar que los socios lo hacen por el bien de todos. Son nuestros padres mayores. De la patria europea. Para nosotros, ya que no contamos en este asunto, quedan los eslóganes y el aguante de un pueblo milenario. Porque, al cabo, es sobre todo la gente sencilla, de campo, de pueblo y de barrio, sin más recursos ni otro derecho que el del pataleo, la que debe apechar con la ignominia. En fin…

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