Tu amor, mi enfermedad

19 Jul
Tu amor, mi enfermedad
Las palabras se las lleva el viento. Sobre todo, en las playas de Cádiz donde los aires difíciles, como los llamaba Almudena Grandes, hacen casi imposible la lectura del periódico, que, paulatinamente, se va haciendo un gurruño entre las manos. Para cazar la noticia al vuelo, hay que andar bien atento y espabilado, porque las hojas salen volando y te obligan a atraparlas a la carrera. El viento gaditano me boicotea la lectura de la prensa como mi gata, quien siempre escoge el momento que yo elija para hojear el periódico como el más idóneo para dormir la siesta en mi regazo, lo cual no resulta nada compatible pues reclama toda la atención. Igual que este paisaje inmenso, trascendente que en los días diáfanos te dibuja el continente africano en el horizonte, desde cuyas orillas saldrán quizás esta misma noche otra remesa de pateras ilegales donde muchas criaturas apiñadas, desesperadas se jugarán la vida por llegar en su temeraria travesía a esta tierra de las oportunidades, a este próspero primer mundo, que está destruyéndose, según lo que he podido leer en el diario de hoy. Nuestra realidad es siempre relativa cuando se consideran otras realidades mucho más trágicas y, a veces, tan cercanas como a pie de vista, pero a quién le duele el dolor ajeno. Mientras nos lamemos nuestras pequeñas heridas, otros mueren como números anónimos sin ser susceptibles de nuestra piedad, practicando la globalización de la indiferencia, como diría el Papa Francisco.
Han pasado los días de levante que obligan a la reclusión en casa al resguardo de ese viento de furor apocalíptico que parece querer arrancar las viviendas desde los cimientos y hasta los árboles de sus raíces y da de latigazos a los osados bañistas con la arena que, en el aire, forma una neblina de oro cruel. En estas tierras del sur del sur, entre Conil y Barbate, la naturaleza es siempre muy exagerada, me comenta la escritora, Carmen Martínez Oroz; la lluvia diluvia, el viento arrambla y el sol asola. Carmen lo sabe bien porque hace treinta años convive con estos elementos indómitos de la naturaleza, cuando vino desde su Madrid natal a comprarse un terreno en el campo de Vejer donde se construyó una casa que, con el tiempo, se convirtió en su hogar definitivo. Allí divide sus jornadas entre su trabajo como profesora de biología en la escuela rural de San Ambrosio y las faenas del campo que le llenan de satisfacción y calma a la última hora del día. “Duermo tranquila y feliz, pensando que ahí fuera, en la tierra, todo está creciendo”. A veces, lo hace en un chozo, construcción milenaria propia de estos campos, que los lugareños elaboran con madera de eucalipto, resistente al viento, la lluvia y los soles voraces.
Carmen no ha sometido a la naturaleza a sus propias condiciones, sino que se ha sometido a las mismas condiciones de la naturaleza, lo que, aunque, visto desde fuera, pueda parecer idílico, implica una gran dureza en los hábitos vitales que, en un principio, incluían la falta de luz eléctrica y agua corriente. También el trato discriminatorio de los camperos que, en su idiosincrasia primaria y machista, veían con muy malos ojos la intrusión en sus tierras de esta mujer madrileña que, de igual a igual, se atrevía a mirarlos de frente; sola, independiente y sin ejercer de esposa. El tiempo que quiso hasta que quiso el azar hace cinco años que en su vida se cruzase Miguel, quien comparte con gran entusiasmo esa vida en el campo, de cuyos pormenores e incidencias se ha hecho un verdadero letrado. Quien un día fue un hombre capitalino que trabajaba a jornada intensiva en una oficina con luz artificial en el ajetreo de atender a la vez varios teléfonos, se ha convertido en el experto campesino de Las Georgicas.
El tiempo que, al ritmo de la naturaleza, es infinito transcurre para esta pareja de un modo pausado, sereno y perfecto, despertándose con la salida del sol y durmiendo a su caída.
El aislamiento y la paz, que son las mejores condiciones para que afloren los recuerdos, han hecho además posible que Carmen escriba su primera novela, “Tu amor, mi enfermedad”, donde con mucho rigor, preciosismo y amenidad, la madrileña cuenta la biografía de tres amigas que vivieron su juventud en plena vorágine de los setenta, cuando la lucha clandestina antifranquista y los panfletos subversivos en los pisos de estudiante, el amor libre, los primeros porros y los abortos en Londres. Por la cercanía de su prosa, sus páginas se vuelven tan cómodas que te quedas en ellas a vivir, codo a codo, con esos personajes de aire tan familiar. Dice Carmen que para sus protagonistas, no se ha inspirado en personas concretas, si bien se han construido sobre el material de todas las que ha conocido. En cualquier caso, le han salido tan humanas las criaturas que, más que personajes, parecen personas; alguien a quien has conocido o crees reconocer. El mérito de un narrador es que, al contar su historia, nos cuente la nuestra.
En su caso, la historia le ha salido con final feliz. Tuvo tres hijas, plantó árboles y escribió un libro para explicarse la vida que, de paso, nos la explica a los demás. Sinceramente, qué más se puede pedir.

P.D: La ilustración de la cubierta del libro es de Carmen Guardia; gran pintora y amiga de la escritora desde la infancia. Sugerente y poderosa imagen ¿a que sí?

3 respuestas a «Tu amor, mi enfermedad»

  1. querida carmen,tomo nota para leer tu libro.mi padre pidio nadar en tus mismas aguas, la hierbabuena. allí reposan sus cenizas.niño sabio, como le llamaban, nos inculcó sin saberlo su mejor legado, la lectura. como tu dices el diario de cadiz, que con el viento movia sus grandes paginas que ritualmente leia. mientras nos liaban las toallas y recogiamos caracolas en la playa de la hierbabuena. niña levante….. nos decia
    un beso carmen, me recuerda mi infancia, mi pueblo mi padre. antonio astorga natural de barbate. un besote

  2. Querida Lola, muchas gracias por tus palabras pero sobre todo por tu amistad. Ha sido una suerte conocerte, otra mujer que escribe sobre quienes somos nosotras con nuestra propia voz. Hace unos días un amigo que acababa de leer mi novela, me decía que le había encantado pues no era una novela feminista sino «femenina». Después de muchos años de escuchar este término con un sentido peyorativo, casi insultante, sé que en palabras de mi amigo tenía otro significado bien distinto. Nosotras tenemos una voz propia cuando hablamos de lo íntimo y singular y tenemos el derecho y la responsabilidad de expresarla. Adelante Lola y sigue escribiendo relatos. Tu libro «Sola en el mundo» merece que continúes escribiendo dando la primera persona a tantas mujeres distintas que somos las mujeres reales. Un abrazo y hasta siempre.
    Carmen

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