Día de la Madre

5 May

La gitanilla enfurruñada soy yo. La mujer estupenda, mi madre, observándome, como siempre muy de cerca. Mi mamá me mima. Felicidades, mamá.
P.D: El montaje de la foto es del siempre ínclito, Pablo Darío Martín Fontana, hermoso ¿no es cierto?

9 respuestas a «Día de la Madre»

  1. Tan pequeñita y ya reivindicando el futuro, la entrada -y por tanto, la igualdad – de la mujer española (por los lunares) en el ejército, al mando de un carro americano. Y la mamma tan orgullosa, claro. Aunque con algo de retraso, tantissimi auguri per tutte e due!

  2. Bueno, yo siempre he dado bastante guerra, pero, si entonces hubiese sabido que el tanque era americano, no me subo o, tal vez, por eso andaba cabreada.
    Grazie mille, Winspector!!!

  3. …ay ay esa edad en que aún la nariz está un poco porruda. Qué foto más tierna. No creo que estuvieras enfurruñada, más bien los primeros visos de carácter y contundencia. Con esa severidad en la mirada seguro que te habías dejado por ahí a algún mozalvete de edad similar con el corazón roto. Para más, se puede intuir quién de las dos lleva los pantalones puestos en esos momentos, jeje (la mami lleva faldas).

  4. Había un mozalbete, pero era sólo amigo. El único que me defendía en la escuela cuando los demás me pegaban ¿por qué me pegaban? ni idea, tal vez porque era tímida y abstraida y rara, en cierta forma. A mi amigo le decían “Bartolomé el Mocoso”, aunque nunca tenía mocos, lo juro. Los dos estábamos marginados, él por gitano y yo por rarilla. Compartíamos el último banco de la clase, lo que entonces significaba que éramos un caso perdido; los más tontos, los más torpes, los últimos de la clase. La maestra del bolso blanco le decía a mi madre; esta hija suya no llegará a nada en la vida. Sólo tenía tres años, pero ella ya lo sabía. Bartolomé me regalaba catecismos, era noble y también silencioso, pintábamos en la pared y nunca nos pegaron con la regla en la palma de la mano. Mi madre me sacó de la escuela pública en mitad del curso para que los niños no me siguieran pegando y me llevó al colegio de unas monjas muy buenas, que no pegaban, tampoco pegaban las niñas. Yo me hacía pipí cada día en los leotardos porque me daba vergüenza pedirle a las monjas que me llevaran al cuartito. Carmeli, la niñera, venía a recogerme y se reía, ¿otra vez meada? y me cambiaba rápido para que mi madre no se enfadase. Mi madre nunca se enfadaba conmigo porque decía que, de todos sus hijos, yo era la más débil, la más vulnerable y la más tierna. Era la niña de sus ojos y yo le llevaba flores que arrancaba del jardín del colegio. Fui un despiste del método ogino y, en el fondo, siempre quise hacerme disculpar haber llegado de un modo tan inoportuno. Mi madre lloró cuando supo que estaba embarazada de mí, cuatro partos a los veinticuatro años es demasiado, pero se encariñó conmigo porque era la que más le sonreía y, por paradoja, la más parecida a ella; tozuda, constante, luchadora, cuando llegó el momento. La mayoría de las cosas que he hecho han sido por no decepcionarla, porque no se arrepintiese de haberme dado la vida y, por eso, yo defiendo que una vida nunca se interrumpa, pues puede dar muchas alegrías. Tengo mis razones personales para estar en contra del aborto.

  5. Entiendo muy bien lo que dices Lola, y lo que has sentido al recordarlo y contarlo. Vaya lagrimones que me han caído del recuerdo que me ha venido al leer tu escrito; digo mi porqué,

    Tenemos costumbres adquiridas por nuestra simiente a lo largo de muchos miles de años. Sin lugar a dudas esta vida de estrés que nos asalta, es antinatural a como ha vivido nuestra especie. Nos atraerá la novedad de la modernidad, pero será momentáneo, volveremos siempre a nuestras raíces naturales.

    Mi padre, ahora que en paz descanse, cuando mis hermanos y yo nacimos, era un asalariado campesino, en la Andalucía rural de los años sesenta. Mi padre trabajaba y se ganaba la vida como tantos padres de los críos de entonces. Éramos felices, sin lugar a dudas. No pasábamos hambre, no teníamos juguetes, no íbamos de viaje ni de excursión, éramos felices, no me quejo. Cuento que somos lo que hemos vivido. Cuando lo vivido es natural a nuestra especie, la añoraremos con más fuerza.

    Trabajábamos en las tareas de casa y campo, cuando no íbamos a “perder el tiempo” a la escuela. No prestábamos interés ninguno en la escuela. Jugábamos a hurtadillas, sin juguetes, buscábamos nidos de pájaros y de culebras, echábamos el hurón de furtivo a los conejos, competíamos por subir al árbol más alto. Costrones en las rodillas siempre. Apedreábamos perros vagabundos, cuando nos peleábamos, nos apedreábamos entre nosotros. Cicatrices de muerte en mi cabeza. Niños salvajes, niños canijos, niños vivos, niños despiertos, niños traviesos, niños felices. No teníamos TV, ni agua corriente, ni electricidad, ni bicicleta, …….ni tristeza.

    Con 14 años, rompí aquel camino, con consentimiento y cariño de mis padres. Empecé a estudiar algo para civilizarme.

    Ahora, vivo de mi maizal y de tareas burocráticas, luchando contra administraciones, políticos, jueces, abogados, y tal …….Me sustentan estos “mis queridos campesinos”.

    Vivo en el campo, lleno de añoranza de mi niñez en todo momento. Tengo, como quién tiene un Picasso, un maizal y además un pequeño huerto de tomates, pimientos, melones -oh los melones, qué ricos melones-, sandías, etc….; que me sirven de puente filosófico para completar las horas de luna que no duermo.

    P.D. Va por mis padres, que fueron (mi madre aún) los mejores.

  6. La memoria de la infancia debe ser más nítida y diáfana en el campo, que es el lugar donde el tiempo vuelve a ser eterno y se puede escuchar el silencio. Un entorno ideal para ir en busca de la memoria, sin tener que forrar las paredes de corcho como Proust. Vas por buen camino, beato tú.

  7. Hay un conocido mío que, actualmente, vive también, de manera voluntaria, en el campo, más bien en pleno monte y “a la antigua”, es decir, en una casa sin agua corriente – tiene un pozo artesano – sin luz eléctrica… y de esta manera dice que es feliz, lejos del trabajo en la ciudad, que él, funcionario jubilado anticipadamente, consideraba un submundo. Sin familia que mantener, parece más fácil vivir la soledad aceptada. Pero, veinte años más joven que uno y criado en centroeuropa hasta la mayoría de edad, a la hora de evocar las vivencias de su infancia, no aparecerá ese campo idealizado que menciona Quintiliano; tal vez alguna excursión a los Alpes…Gente pa to, que se suele decir y allá cada uno.
    Aquellos campos, que también conocí más de cincuenta años atrás, rebosantes de vida y de inocencia, hoy me transmiten demasiada soledad. Se aligeraron las cosechas: lo que antes duraba tres o cuatro meses hoy se realiza en una semana con poca gente y vuelta a la rutina silenciosa. Es el precio a pagar, creo, a cambio de lo práctico. Y alabo el gusto de Quintiliano: antes que aburrirme viéndolas venir en cualquier hogar de jubilados, preferible iniciarse en esa capacidad de soñar con que, una vez, al menos, fuimos dioses.
    “Campana de mi lugar
    tú me quieres bien de veras
    cantaste cuando nací
    llorarás cuando me muera…”

    Un saludo para vosotros

  8. A mí también me gustaría alguna vez retirarme al campo, pero como el poeta Horacio para cantarle a la naturaleza. Con un Mecenas, solamente, me temo, podría vivir allí, puedo más o menos tañir la lira, pero para la azada, como para tantas cosas, soy una inútil. No como Carmen Martínez Oroz, autora de “Tu amor, mi enfermedad” que, además de escritora y profesora, ha montado una finca ecológica en Vejer. Ante ejemplos así, una se siente muy poquita cosa.

  9. Winspector, no veas mi descripción como algo idealizado, también hay moscas y mosquitos, y polvo en verano, y barro en invierno. Trato de decir que somos lo que hemos vivido. Por lo visto la personalidad del ser humano, en gran medida, se forma antes de los ocho años.

    Lola, yo no comía magdalenas de niño, así que no puedo evocar mi infancia a través de ellas. Comía tortas de maíz caseras cocidas en el horno de leña. Sin embargo, el efecto de las magdalenas de Prust sí lo siento en similar medida, pero más bien con un tipo de fruta de la familia de la cuncurbitáceas…..

    Y de otra, ahí, ahí, de esas de Carmen Martínez Oroz, actualmente hay una tremenda demanda de productos ecológicos en toda Europa. Todo lo que se produce se vende bien. Tenemos las mejores tierras del mundo, eso sí, muchas de ellas abandonadas; y la gente montando bares y tiendas de compro oro….

    Saludos.

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