Antes podíamos ir a Gibraltar y comprar un perro de escayola para ponerlo en el vestíbulo, ahora ya, gracias a los avances de la ingeniería genética, también podemos adquirir gatos fosforescentes, vivos e inmunes al Sida. Siempre hay cosas monas que poner en una casa, sin llegar a los extremos de Juan Antonio Roca. Cada cual tiene un Roca en su baño, que es lo suyo, pero Roca tenía un Miró que es pasarse. La elegancia en la decoración de interiores no la da el derroche, sino el estilo y la idea. Si uno es manitas, por ejemplo, puede coger al violador de su hija y con unos toques de cirugía, aquí y allá, transformarlo en una bella muchacha que enclaustrar en una habitación acristalada. Es lo que hizo Antonio Banderas en la última película de Almodóvar, “La piel que habito” y le quedó de escándalo; aunque al tal androide, le afeaba un tanto aquella faja enteriza de color carne como de la abuela. El modelo no era para arrancar una ovación sobre la pasarela Cibeles, pero con ese toque kitsch, dijo el director manchego, que hacía homenaje al primer cine de terror de Fritz Lang. Será, aunque, a mí, aquel engendro con tales pintas me recordaba más a una de esas criaturas que concebía el inefable Ed Wood para sus pelis de clase B. De cara, eso sí, le quedó monísima, tanto es así que su propio artífice se enamoró de ella, cuando su primera intención era la venganza. Al final, la soledad nos trastorna hasta ponernos las intenciones del revés, como ilustra la leyenda del pastor que, lejos de su mujer, pasó el invierno en el monte a solas con una cabra y, al llegar la primavera, empezó a verle “cara de gitanilla”. Cuanto más no habría de pasarle al cirujano, encarnado por Antonio Banderas en este film, si a su malvada criatura se le ocurrió ponerle el rostro de su propia esposa. Nada que objetar sobre la actuación de Banderas, hizo de modo impecable lo que le indicó Almodóvar; lo peor es el guión que no cuaja ni a martillazos, a no ser como manierismo del absurdo. Se dice que en esta última entrega del manchego no hay cabida para el humor y, sin embargo, resulta hilarante por momentos. Uno ve a Elena Anaya, sin atisbo de nuez y con esa carita de colegiala angelical, diciendo, “soy Vicente”, y se descacharra de risa. Cuando una tragedia pasa por comedia, hay algo que no funciona.
Francamente, cada vez admiro más a artistas como Rimbaud quien, después de haber dicho todo lo que tenía que decir, tiró la lira y se hizo pirata. Lo que haya querido decir Almodóvar en esta película, ya lo ha dicho en otras y mucho mejor; los admiradores del director manchego hubiéramos preferido su silencio a tamaña cuchufleta, pero el mercado manda producir constantemente, incluso sin ideas. De esos barros, nos vienen estos bodrios.
No obstante, habría que destacar del film, la idea de la privatización de la justicia, donde se impone el “hágalo usted mismo”. Dado que la justicia pública deja impune a los criminales, lo mejor, cuando alguno de ellos nos agrede, es llevárselo a casa e instalarle allí una celda para hacerle pagar su condena, como ya se pudo ver en esa otra película magistral, “El secreto de sus ojos”. La privatización nos priva, últimamente, también en el campo de la justicia, pero, como siempre, es cosa de ricos. En las casas, de las cuales, aún pagamos la hipoteca, nos faltan metros cuadrados para alojar a nuestro delincuente particular. En el sofá-cama ya duerme ese hijo que ha vuelto parado de la obra y el trastero lo ocupa la suegra que con la pensión minimizada no puede costearse la residencia. Si para compartir hogar ya están esos maridos o mujeres que comparten el colchón porque no tienen posibles para pagar el alquiler del divorcio, ¿de dónde sacar el sótano o cuchitril pertinente para darle cobijo de venganza al criminal de nuestras cuitas?
Si Nafissatou Diallo, hubiese tenido otros recursos, podría haberle habilitado a su presunto violador, Strauss-Kahn, una celda en su piso de Harlem, donde pudiese travestirlo de camarera para que, de camino, le hiciese las tareas del hogar y, con estómago, proceder a violarlo cada vez que saliese de la ducha pero, siendo pobre, no tuvo más que encomendarse a la justicia pública y universal. De tal modo que, al final, la culpable es ella. Porca miseria.
P.D: Mis felicitaciones a una pareja valiente que se casa hoy; Francisco Moreno y Dirk Reiner. Que sea enhorabuena.
Desde luego que hay que ser un genio (Rimbaud) para percatarse de que ya se ha dicho todo. Por demás, creo que el cine lleva mucho de capa caída, la última película que me gustó fue “¿Conoces a Joe Black?”, ¡Hace tanto! (y más Almodóvar)
Un saludo, y gracias.
Tu engendrado artículo de hoy, que no engendro, trata de cómo llevar las adversidades, que nos afligen, al mobiliario doméstico. ¿Quién no ha soñado alguna vez que es el carcelero de su victimario al que le administrara una venganza lenta y despidada? ¿Quién no esconde un íncubo vengativo tras su corpiño de ángel resignado? Cuántos frustrados alcaides de alcatraces van por las calles con un pin con símbolo de paz apostado en el ojal de la solapa. Grilletes bondadosos te saludan. Tienes mucha razón, Lola. La imaginación es una potencia y la realidad un vino parado. Porque el arte y la literatura son
la ucronía de lo que pudo haber sido y no fue, y no quiero arrepentirme después de lo que pudo haber sido y no fue… En fin, bien mirado, el surrealismo es el ajuste de cuentas que no hicimos. La primera oportunidad fue en el lodo; la segunda, fue en el arte, ya sea arte almidonado, almivarado, almodovarado, etc. Todos llevamos un penal adentro(más que dentro), hermético y sin salidas:
así, aquel individuo que nos cortó el paso y nos zancadilleó; la mujer pretendida que nos djo un «no» irrevocable; el maestro caponero maltratador de infantes… Todos están convictos en nuestras metacárceles. Mas lo terrible, Lola, es que no podemos odiar nuestra propia biografía porque nos ha construido o destruido, y, como cuerda de presos, penamos en el penal, unidos sin querer separarnos de aquello que nos causó dolor. Lo jodido, Lola, es que la identidad sólo se conjuga en pasado. Para compensarla, buscamos esas cárceles: infinitivos, ya sin tiempo.
Un saludo.
Señor pancho panchito, no estoy de acuerdo, pues la identidad también puede conjugarse en presente, e incluso en futuro. Yo lo hago cada día.
Un saludo
Buenos días,
Por fin tengo un maizal, y no llueve, me voy a regar.
Gracias Lola.
Saludos a todos.
¿Y cuál es tu identidad, Holden? Ayer dijiste que te usurparon la identidad, tal vez fue el propio personaje de Salinger que es a quien le corresponde. En todo caso, un fantasma como tú, pero legítimo. Si vas a insultar, da la cara.
¿Quien puede usurpar una falsa identidad? ¿Impostar a un impostor?
Yo también tengo dos criminales en casa: mi mujer y mi suegra.
Pues eso
Paco, hay un jugador de baloncesto de un equipo ruso que se llama Holden, ¿Es él también un usurpador del personaje de Salinger? ¿Todas las personas llamadas Holden son usurpadoras de identidad?
Un cordial saludo
Distinguido Holden, disiento de su disenso: el pasado es lo único que existe. El futuro está por llegar y el presente se hace pasado mientras lo haces. Dices que vives la identidad en el presente, pero pronunciando la última sílaba de la frase ya se ha hecho pasado. El pensamiento es una acción histórica, sin el pasado no sabríamos pensar, creo yo. Luego, señor Holden, conjugar la identidad es pasearla desde el pasado; sin el pasado, la identidad no existe. El compromiso en algo, la renuncia, el impulso, la ira, etc., todo eso, creo, Holden, son actos de nuestro pasado (ser) que se ejecutan en el presente (pasado en prácticas) para hacerse más pasado, de repente. Yo sólo creo en el pasado, lo demás es hueco. El lenguaje aprendido, el tener opinión, o el salir por peteneras es, todo, una afirmación del pasado. Incluso este blog, y cualquier otro, no existiría si no estuviera escribiéndolo el pasado. Pero ojo, el pasado también tiene su punto de inflexible, según el verbo a conjugar. Pretérito del verbo morir: a penas sale la voz.
Saludos.
Sigo sin estar de acuerdo, señor pancho panchito, sin futuro no hay pasado, todo está hueco y las identidades no existen (ni compromisos, ni renuncias, ni impulsos, ni ira, ni nada de nada). Por demás, qué más da.
Un saludo, y un placer hablar con usted.
¿Y no teme usted que los y las fans y fanas de almodóvar -que los tiene, oiga- le hagan lo mismo con nada que se descuide? Hay tres cosas en España que no se pueden criticar: la Iglesia, la Monarquía y ¡Peeeeeedroooooo!
Igualmente, Holden. Si en la realidad hay gente que se pone de acuerdo para delinquir (asociaciones para delinquir); nada malo es que en el mundo de la palabra, gente de paz, no coincida.
Un saludo a todos.
Creo que hay quien no me ha entendido bien. Yo no desapruebo toda la filmografía de Almodóvar. De hecho, hay películas suyas que me encantan; mi favorita, «La ley del deseo», por lo menos, la he visto veinte veces. Fascinante.
Otras, «Átame»,»¿Qué he hecho yo para merecer esto?», «La mala educación» y «Volver», que son una maravilla. Eso no quita para que ésta en concreto, me resulte un bodrio. Los genios también tienen derecho a sus momentos flojos y una firma no garantiza nada. Almodóvar es una criatura humana y es posible que, dentro de un año o dos, en un buen momento de inspiración, estrene otra obra maestra. Entonces seremos objetivos y la calificaremos como se merece, ¿Qué premura hay y qué mala leche en asegurar que nadie esté acabado si aún no ha muerto?
Nos queda Almodóvar para rato y, en cualquier momento, da su do de pecho. Por falta de talento no será…