Imprescindibles

1 Sep

(Casi) todos nacemos con la idea de que algún día seremos importantes. A unos se les pasa, a otros no. Si lo primero frustra, lo segundo idiotiza, pero también entretiene. Los delirios de grandeza dan mucho en que pensar. Por ejemplo, en las respuestas que habrá que dar en esa entrevista de la que serás objeto cuando ya seas un personaje célebre. Puede que el megalómano no tenga muy claro por qué razón habría de alcanzar tal celebridad, pero la entrevista de sus fantasías ya la lleva preparada. Así adelanta trabajo.
Si le preguntan cuál es su color favorito, dirá que el azul. Sus aficiones; la lectura, la música y el paseo, si se interesan por si alguna vez ha estado enamorado responderá:
-Sí, ahora mismo de ti (en caso de que la periodista sea bonita) y si no lo es:
-Llevo veinticinco años enamorado de mi mujer. Soy un monógamo patológico. Aquí duda, ¿no será mejor decir recalcitrante o irremediable? Bueno, algo, en fin que no dé pábulo a falsas esperanzas, no sea que la mujer se ilusione ¿Y si es un hombre? Si es un hombre, seguramente que no hace esa mariconada de pregunta. ¿Su película favorita? Casablanca ¿Su libro? Por supuesto, “El Quijote”. Así no hará sino repetir las respuestas modelo que suelen emitir los personajes dignos de entrevista, precisas y de buen tono, aunque harto sospechosas para el público quisquilloso y desconfiado, ¿cómo es posible elegir una película y un libro predilectos en tan pocas décimas de segundo sin quedarse en blanco?
Quien tiene un bagaje mediano de lector y cinéfilo, necesitaría de al menos una semana para hacer inventario y responder en consecuencia. Y aún así, se quedaría con el recomello de no haber elegido con justicia. Lo que nos da de malicia para barruntar que quien dice de modo tan categórico tener Casablanca como película favorita y “El Quijote” de libro de cabecera, no ha visto o leído casi nada. O nada, ni eso.
Como en toda valoración habrá excepciones, pero normalmente es así. Nadie se atreve a poner en duda que alguien no esté fascinado por obras de tan reconocido prestigio y suele colar de creíble. Y el susodicho salva la pose, que es de lo que se trata. La pose es lo que cuenta en este mundo de vanas apariencias que imposta en los fatuos conductas aprendidas, arrogándose autoridades intelectuales sin fundamento. Pero no son peores los presuntos entusiastas de “El Quijote” que los críticos de renombre quienes recomiendan libros que califican de “imprescindibles” tan a la ligera. Bien, por inconsciencia, ya que sólo han ojeado la sinopsis, bien por un prurito de perversidad hacia sus fieles, dispuestos a dejarse el aliento por alcanzar el refinamiento erudito de su consejero. Puedo relatar el caso dramático de un amigo que se ha dejado el resuello y el verano en la lectura de uno de estos libros de egregio diagnóstico; brillante, de narrativa morosa y lectura poética, pero, por lo que sé, un tostón de cabo a rabo que, lejos de entretener, deprime lo suyo –no se entiende sino por encono hacia el lector, esta fijación de los críticos por considerar obras maestras sólo los dramones tediosos, cuando la primera premisa que tiene que lograr un buen libro es ser ameno. Si no lo dijo Gracián, debió haberlo dicho.- El caso es que este amigo lector, obediente y sumiso a su crítico, ha pasado sus vacaciones en la habitación de un hospital, donde la esposa del protagonista estaba siempre al borde del estado de coma. Aunque el personaje, plomizo, repetitivo, incongruente y alcohólico, no despertaba gran simpatía en mi amigo, no se atrevía a dejarlo solo en el hospital con su señora agonizante. Porque él es un caballero y porque, además, no quería decepcionar a su crítico de cabecera, que le había recetado tal pestiño como imprescindible. Ya se sentía bastante culpable cuando la mente le mariposeaba lejos de los párrafos hacia otro foco de mayor interés; cualquier mosca que pasara era más interesante que aquel tremendo rollazo, pero se trataba de un tostón “imprescindible”. Sobre todo para amargarle el verano que ha llegado a su fin en la última página, a la postre alcanzada con rigor estoico por mi amigo. La mujer del protagonista está muerta y él exhausto, pese a todos sus desvelos. La novela, en fin, no le ha gustado nada, pero tendrá que recomendarla. Será que él no ha tenido el talento preciso para sacarle la enjundia, pero aún así, agotado por la infausta lectura, sigue considerando que su adorado crítico tiene las razones que a él le faltan. Si dice que es imprescindible, es imprescindible y ya está.
Como una no comulga con actos de fe ni hacia los críticos se atreve a rogarles que prescindan de recetar libros imprescindibles a las crédulas y buenas personas, por más amigo que sea su autor del susodicho. Los libros son siempre recomendables –nos iría mejor con ellos- pero nunca imprescindibles. Al menos biológicamente; la mayoría sobrevive sin leer ninguno. La pertinacia de los críticos por recomendar ciertos ladrillos no es la mejor estrategia para persuadirles de lo contrario.
P.D: Tengo que hablar del último libro que he leído de Antonio Orejudo, “Fabulosas narraciones por historias”. Es una parodia brutal e iconoclasta del mundo literario, utilizando como pretexto ambiental la Generación del 27, muy recomendable para los que hemos sido estudiantes de Filología Española. Puede gustar o disgustar muchísimo, pero, en ningún modo, deja indiferente. Me la he comido de cabo a rabo y aún no he podido digerirla. Esto se entenderá mejor si os la leeis. Como en el guarro, no hay página que tenga desperdicio y, por momentos, es una auténtica guarrada. De provecho. Podrás morirte de asco, pero nunca aburrirte. Lo prometo.

19 respuestas a «Imprescindibles»

  1. No será que es usted quien tiene delirios de grandeza? Esa ironía tan suya es un modo de mirar a los demás por encima del hombro y no entiendo para nada el porqué de esa supuesta superioridad que se atribuye ¿Quién se ha creído usted?

  2. Es un comentario a tener en cuenta, sobre todo, viniendo de un anonimus como usted. Se lo aclaro, yo no me creo nada. He recibido una férrea educación judeocristiana que ilustraba y aleccionaba a evitar el feo pecado de la vanidad. Luego, por mi cuenta, he descubierto que los delirios de grandeza son una solemne tontería, aunque, por desgracia, tendamos a dar más crédito a los megalómanos que a los humildes. En cualquier caso, también en el de los libros, lo mejor es dejarse llevar por el propio criterio. Sin complejos y libres de imposiciones dictatoriales que vengan a convertirnos el placer de la lectura en el fastidio de una tediosa tarea escolar. Hay esnob muy puñeteros. También eso se aprende del libro de Orejudo.

  3. Me resulta raro, casi inverosímil, que una persona pueda terminar de leer un libro que no le está gustado por fe ciega (quizá falta de criterio y/o inseguridad en uno mismo) en alguien que se lo recomendó. Muy extraño, pero así parece la vida: extraña.
    Intentaré hacerme con el libro de Orejudo, ¿Es muy gordo?
    Un saludo, y gracias.

  4. Me tomas el pelo, precisamente las novelas cortas son las más difíciles de leer porque ahorran detalles y tienes que esforzarte en descifrarlos. Las gruesas son como ver cine.
    Gorda? El tamaño justo, pero de gordos -personajes- está llena y de cerdos que son animales rellenitos. De animales y cerdos en todos los sentidos. En fin, una joya de pata negra.

  5. De acuerdo, el tamaño justo está bien. Creo que va a gustarme. Y no, no te tomo el pelo (no podría), es que no me gustan los libros gordos, por lo general.

  6. El tamaño no importa, eso dicen mis amantes. Es usted valiente y generosa por recomendar el libro de un coetaneo y compatriota. Muchos no lo hacen por envidia y los desestiman por ser de peor categoria. Me lo voy a leer. Confio en su recomendacion.

  7. Es el centro de todas las batallas, surtidor de querellas.
    Sí, al sur del plexo solar, en la línea media entre las crestas iliacas, en paralelo con la cuarta lumbar y en el paso imaginario de la bisectriz axial de nuestro cuerpo, está el ombligo. Cuartel General de los conflictos. Ombligismo. Es la perdida anatomía la que permite flexionar la columna cervical con tal enarcamiento que la barbilla se adosa al alto tórax y los ojos, en mirada cenital, son ya capaces de verse (reflexivo obligado) el meritado ombligo. Entonces, es cuando toca traca epinicial y la feria empieza su travesía: la inquina ha comenzado. Y es que es curioso que siendo el cordón umbilical la gran cuerda de dos presos (madre-hijo) para que ninguno escape al otro y el paraíso y su maná tengan en el cordón su garantía, es curioso, digo, que una vez que el divino vaso comunicante es cortado para que un nuevo ser manumitido a la libertad de un parto inicie la andadura de su vida, entonces, vuelvo a decir, la contrariedad hace acto de presencia y el botón (cóncavo en unos, convexo en otros), que fue testigo de mater nutrición, se troca en pedrigí de afrentas.
    Pues sí, señora y señores, hete aquí la etiología del mal, el haberse elevado el pronombre yo a mayéstatica nombradía, el creernos vehículos y no simples pasajeros de esta aventura. La absurda afición a colgarse la medalla de una impronta que no existe. El Australopithecus no sabía escribir, pero seguro que tenía en la muñeca el escafoides que le hubiera permitido escribir con el mismo ringorrango que los ombligos del sapiens. Quién no ha oído aquello de “Usted no sabe con quién está hablando”, se escucha bastante todavía. A esos les digo:- Permítame que a “quién” le quité la tilde, porque en mi episteme usted no cabe.”
    P:D: (Siempre hay un posdata, Lola.) Intentamos (vaya absurdo), codificar nuestra seña de identidad para ser irrepetibles, sin clones, sin facsímiles, y ese código cifrado lo hacemos desde el ombligo. Péguense el brazo al costado y ya verán que el codo (código, codificación) queda a la altura del ombligo.
    Saludos.

  8. Siempre tengo presente la respuesta de Castaños a Dupont, tras la batalla de Bailén. Dijo con orgullo el francés: “mi general, aquí le entrego esta espada, vencedora en cien batallas…” A lo que, humildemente, respondió Castaños: “pues yo, mi general, es la primera que gano…”. O sea, ciento y una. Impredecible fue el resultado final, vista la fama del ejército napoleónico, e imprescindible la actitud del militar español ante la vida. Los eruditos pueden llegar a ser de un aburrimiento fatal. A Garcilaso se le podía corregir y criticar – como así hizo Fernando de Herrera – por su afición a las palabras vulgares (alimaña) o por imitar a los clásicos italianos (Petrarca), lo que no le impidió convertir su obra en ese “locus amoenus,” lugar ameno, de connotaciones edénicas, soñado por cualquier amante de la buena literatura.

    Existe, en tanto que arte, una diferencia insalvable entre la creatividad literaria y la literatura a secas. La misma, creo yo, que había entre los idealistas Hegel y Shelling, a propósito del arte. Para el “señor rector de Berlín”, bastaba realizar y “comprender” la obra de arte, sin más. Pero esto no era suficiente para Shelling. Según él, el espíritu debía salir de sí mismo y plasmarse en la obra, transmitirse, a través de la historia… Obviamente – igual que para entrar en el cielo – pocos son los elegidos.

    Saludos para tod@s.

  9. Exactamente, Pancho-Wins, la literatura es un ejercicio de virtud, no de virtuosismo. Pero muchas veces se escribe sin pensar en lo que se quiere comunicar, más allá de una imagen inflamada de uno mismo. Es decir, mirad, no digo nada pero cómo lo digo. Soy la hostia.
    Lo mismo ocurre cuando se recomiendan libros, pues antes de recomendar los que realmente gustan, se suele caer en la presunción. O sea, fijaos si soy inteligente que mi libro predilecto es este tostón infumable. Pero un libro complejo no tiene que ser un tostón, sino todo lo contrario. La complejidad literaria reside en la virtud de hacerse accesible a cualquiera sin perder en calidad y resistir a la lectura de iniciados, especializados y profanos, enganchando a todos por igual. En eso consiste la plenitud de la obra de arte; delectare docendo. Cuestión de sabiduría, no de petulancia. Gracias por vuestros sabios y divertidos comentarios.

  10. Claro, señorita sabelotodo y supongo que usted si es quien para determinar cuál es la buena y la mala literatura e incluso para escribirla. He óído de su próximo librito. Menuda joya será…

  11. Adhesiones, reacciones, objeciones…Hasta un blog da para eso. Y si en un grano de arroz cabe el mundo, cuando la paella está en los 20 minutos de culirrigor, eso debe de ser la hostia, que diría Lola. Y es que un blog, por lo que veo, es como un pequeño parlamento: distintos pelajes, distintas opiniones, maridajes a veces, colisiones otras, gemelismo involutario otras, anóminos, pseudónimos, heterónimos, homóninos, cojónimos, risónimos, capullónimos…y el espectro tiende a infinito. Pero el infinito no es algo que quede muy lejos, es no llegar a fin de mes por falta de numerario. La gravedad te suele aupar hacia arriba; menos cuando estas muy muy grave, que te lleva al hoyo. Pero a lo que iba, parentético aparte, construir palabras y mezclarlas con las de otros es como la antonomasia del abigarramiento; la diversidad a espuerta de los marchamos. La democracia es eso, agruparse sin homogeneidad. La intertextualidad es una democracia negro sobre blanco; agrupación de textos de varios linajes; puzzle de pensamientos de variopinto numen; metalic con piezas de ferrallas impares.
    Comoquiera que septiembre deshoja, y alguna huída habrá blogueramente hablando (quizá la mía), para templanza de humos y alharacas, si las hubiera, y como miscelánea de desagravio frente a posibles enconos surgidos desde los imprescindibles literarios, según da cuenta el circunloquio del último artículo, me permito desenfadadamente, hacer una mixtura intertextual de las aportaciones de este blog, en clave comunera, y límense las aristas si las hubieras. Ahí va:

    “No será que es usted quien tiene delirios de grandeza?”
    “Lo mejor es dejarse llevar por el propio criterio.”
    “¿Es muy gordo?”
    “De acuerdo, el tamaño justo está bien”
    “El tamaño no importa.”
    “Queda a la altura del ombligo.”
    “En ese “locus amoenus.”
    “Imagen inflamada de uno mismo.”
    “Menuda joya será…”

    P.D. : La risa es un indubitado “imprescindible”. A la circunspección, circuncisión.
    Saludos para todos.

  12. la bestia ha vuelto.no bajeis la guardia.reventará este blog.necesita pelea.le da igual el pseudónimo latino,que el del folklore argentino,que profesiones atípico-atópicas.cuidado con la criatura.

  13. por supuesto.por otro canal.en el pasado incluso rastreó direcciones,identidades,profesiones.parece que dedicado a actividades más distantes del ciudadano y con el mismo mal talante y tiempo libre…en fin,una perla.cree que usando latinajos…por otra vía(tienes mis direcciones de correo-em@il)que me indiques.suerte y a no entrar al trapo.

  14. No Lola no, eso no es tan así, quiero decir que el que dijo imprescindible se quedó muy corto, cortísimo sin remedio. Me explico, y porque luego puestos a exigir nuestros derechos metemos la pata hasta el corvejón. Metedura por ignorancia y desentrene. Hay que entrenar todo, y si me apuras hasta la fatiga. Una china o garbanzo en el zapato si hace falta. Somos una generación de niños mimados, al menos los que nacimos del 50 para delante, y el que se libre que diga yo. El entrene, y como tal sufrir los “imprescindibles”, debería ser obligatorio por Decreto, caramba, que luego somos unos quejicas de todo y de casi nada. Los “imprescindibles” son los que te dan el colmo o extremo de la medida, vale, vale, también en lo tostón, no aminoremos sus méritos. Hay que saber el todo, para el manejo de la vara, no la de varear olivos, que de esto hay tiempo y hablaremos otro día, sino la de medir nuestros derechos y obligaciones, que mira que nos gusta manejar la vara de medir. Caramba, habrá que leerse al imprescindible Quijote para hacer una quijotada (en este caso minúscula), y mandar al tal Anonimus a hacer puñetas, como Dios manda. Y habrá que leer al imprescindible Cela para copiarle la huída de Pascualillo Duarte en el tren de Don Benito, al menos como metáfora, y cuando nuestra violencia llama a la sangre en estos tiempos de crisis, y más viendo que el político no pierde su peso (dígase peso en todas sus acepciones de la RAE y neologismos incluidos), ad exemplum.

    Un beso Sra.

  15. ¿¿Quintiliano?? Hay que ver cómo sube el nivel de este blog. Por supuesto que los clásicos son imprescindibles, si es que uno quiere remontar de la condición de primate, pero creo que se abusa de la etiqueta y nos venden imprescindibles por caprichos de la moda e intereses editoriales. Así pasan por libros de culto, tremendos tostones infumables que debilitan, en lo sucesivo, la vocación lectora. Antes de recomendarlos, habría que pensar con criterio y benevolencia en esa raza lectora. Ese poso intelectual que por el progreso de la sociedad, se hace imprescindible. Hay que motivar y no desanimar a la lectura.
    ¿No es cierto?

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