Cultura de museo

21 Jul
Picasso según Duncan
Los museos son para el verano. Tienen aire acondicionado que, como en las tiendas, más bien tira hacia frío polar. Lo que confirma que el arte –helarte- es morirse de frío. Congelarse en un museo antes que en un comercio, cuenta, entre otras ventajas, con la de gastar menos. Pues, aunque en alguno de ellos haya que pagar entrada, el dispendio siempre será nimio en parangón al despilfarro que puede suponer una jornada de rebajas. En primer lugar, porque, aparte de las gangas propias de temporada, uno, persuadido por la gélida atmósfera que respira el local, puede animarse a adquirir ciertas prendas de abrigo que tan oportunamente ofertan ya los expositores con la nueva colección otoño-invierno y, quien más, quien menos, se lleva como poco una rebequilla para protegerse de la rasca nórdica que aún le quede por padecer en el centro comercial y en segundo, porque, en estas ocasiones, hay costumbre de pagar con tarjeta para mitigar el complejo de culpa, lo cual crea una total y perfecta sensación de impunidad como mágica. Comprar ropa de saldo con tarjeta de crédito –un dinero que no se tiene- te inspira la ilusión de comprar sin gastar, tal y como si uno fuese el propio Francisco Camps cuando le regalaban los trajes. Pero los trajes pagados a crédito como los regalados de Francisco Camps pasan, a la larga, una factura costosísima que, si no llegan a hacerte ocupar el banquillo, muy bien te encadenan a una deuda que, aumentada por los intereses, resulta semejante al coste de lo que te hubiese valido pagar en efectivo un modelito exclusivo en plena temporada.
Mejor ir de museos; también porque, como el saber no ocupa lugar, los conocimientos que se adquieren en estos lugares no suponen esa tremebunda carga de paquetes con los que recorrer luego el trecho a casa bajo la impía soflama del verano en plena cocorota. Cosa que resulta probable, cuando, como ocurre en estos casos, uno no lleva dinero en efectivo para tomar un taxi. Y todo para qué, si no para comprobar que esas prendas recién adquiridas son casi idénticas a las que ya colgaban del armario. Normalmente, no cambiamos de gustos ni compramos la ropa porque la necesitamos, antes bien porque necesitamos comprarla.
En los museos es menos probable que se dé esta patología del consumo, aunque tienen tienda que es lo único que necesita un comprador compulsivo para caer como un chinche. Ya advierten de que en la tienda del Museo Thyssen venden quimonos de seda con estampados de las obras allí expuestas, como el lucido por Tita en la inauguración, al módico precio de 1.000 euros y que la primera remesa está ya casi agotada. La única manera de salir de ese museo es pasando por la tienda, en fin. Pero si, liberada de tentaciones, sales de allí con la sola carga de imágenes de la exposición temporal y permanente, bien valen su peso en oro los pocos euros de la entrada. Tanto si se trata de lienzos costumbristas como de vanguardia, pues el arte va más allá de toda técnica y escuela y quien disfruta de un Casas o un Julio Romero de Torres, lo mismo puede hacerlo con un Matisse o un Tàpies. Limitar los gustos a realista, impresionista o abstracto es castrar las posibilidades de placer y enriquecimiento cultural. Por lo demás, ya nuestro Picasso ha demostrado, que, siendo artista, uno puede ser figurativo, cubista o lo que le dé la gana.
Y a eso iba, a ver a Picasso en su salsa según la muestra fotográfica del que fue su gran amigo, Douglas Duncan, que nos presenta al autor en una multiplicidad de escenas cotidianas en las que demuestra cómo hacer un arte de la vida y una vida del arte, exprimiendo cada minuto de existencia con hedonismo liviano de fauno, entre la espesura de ese poblado bosque de creaciones en el que había convertido su taller de La California. Paraíso particular en el que vivía, trabajaba, gozaba, todo con la misma intensidad y al mismo tiempo, solazándose sumergido en el agua templada de su bañera, meditando ante una obra inacabada en compañía de su última mujer, Jacqueline, y haciendo el payaso en ese estado de infancia perfecta y feliz que llegó a su cenit en plena ancianidad. De ahí, la vitalidad, la energía y optimismo que transmite su obra.
Yo creo en un Picasso universal que es de todos y no es de nadie, más que en un artista comprometido con un bando que, a deshoras, lo asuma como un santón de su causa. Por eso, respeto la decisión de su nuera, Christine Ruiz-Picasso, de no presentar la exposición “Viñetas en el frente”, por resucitar de nuevo ese guerracivilismo del que empezamos a estar hartos en estos últimos lustros. Si a dicha muestra, sumamos el hecho de que en la Fundación Picasso se exponga otra titulada “Miró contra la dictadura”, el tinte demagógico empieza a oler a chamusquina. Tales iniciativas, junto al empeño de presentar teleseries con el tema de la Guerra Civil y Franco, podrían titularse de modo global “El último cartucho”. No es posible que la izquierda quiera resurgir, como el ave Fénix, de tan extintas cenizas.

P.D: En el último número de la revista “Bulevar de Málaga” podréis encontrar más información sobre la muestra de David Douglas dedicada a la figura de Picasso, así como de las exposiciones del museo Thyssen y el CAC. Y además:
-Entrevistas a:
-Jorge Garbajosa, “El titán del Unicaja”.
-Anabel Alonso, Manuel de la Curra y La Lupi.
Reportajes sobre los diseñadores de moda en Málaga, el ambiente nocturno de la ciudad y la presentación de la última novela de Alfredo Taján.
Además de dos artículos firmados por Antonio Vigo y esta servidora. Sea en el quiosco o en facebook, no os lo perdáis. Os va a encantar.
Buen fin de semana y besos a todos.

2 respuestas a «Cultura de museo»

  1. de las tiendas de museos y monumentos me llevo el catálogo más sistemático a mi alcance.no sé si es compulsión:luego no me arrepiento.por ahora no.son caros pero lo valen y me dan más de lo que cuestan.
    en cuanto a lo demás no encuentro motivos para el disgusto.me supone un soplo agradable incluso en los desencuentros.hace años.me parece que sólo he sido tan constante con herrera,dragó,umbral y doña lola.no sé si esa nómina te chirria:te leo.y me lo paso bien.suerte

  2. Por leer a Umbral -y a Reverte- empecé a escribir artículos. El parangón me emociona; Umbral ha sido el mejor después de Larra. Y también fue, durante muchísimos años, el umbral de mis días. Muchísimas gracias, José Antonio.

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