El malo de la (mala) película

5 May

Sabemos tanto de la muerte de Bin Laden (Osama) como de su vida. Ni vivo ni muerto resulta creíble este individuo que, cada vez, se parece más a un personaje de alguna superproducción hollywoodiense. Es el malo de una película, tal vez nominada a Óscar, pero cuyo guión hace agua por todas partes. Nada de complejidades; que al público hay que ponerle clarito quién es el bueno y quién el malo, no vayan a confundirse. Del lado del bien, Obama; pulcro, afeitado, apuesto, trajeado y mulato, pero bien integrado en la ética y la estética occidental –un detalle impagable de marketing por lo mucho que dice de la tolerancia de nuestro democrático imperio global- y, del lado del mal, Osama, desaseado, barbudo, envuelto en sus harapos ancestrales hasta el turbante de su inconfundible uniforme de energúmeno tercermundista, siempre dispuesto a amenazar casi al compendio de la raza humana con un penúltimo y apocalíptico ataque genocida desde las nebulosas de sus vídeos cutres y cavernícolas. El propio mito de la caverna, con la maldad subrayada por la mala calidad de sus cintas frente a la impecable y alta definición con la que Obama mira al mundo de frente y promete salvarlo. Héroe y villano; Batman y Mr. Freeze, Supermán y Lex Luthor, el bien y el mal, las dos caras de la moneda. Todo encaja hasta el pegadizo paralelismo de los nombres; Obama/ Osama, en ese binomio maniqueo de película yanqui, apta para todos los públicos. Especialmente para los más duros de mollera. Otra secuela de Walt Disney recién descongelada. Por malo, ni siquiera Osama era un buen actor, pero siempre estaba ahí, en la ocasión oportuna, lanzando maldiciones, sapos y culebras, que justificasen una nueva ofensiva contra algún país islámico. Allí, el malo, el rebelde, el villano cavernario desde su presunta cueva afgana que resultó ser un estudio en una lujosa mansión de Abottabad. Un cubículo, caracterizado de cuchitril, donde el hombre iba a ponerse las barbas, interpretando su papel de fanático terrorista del fundamentalismo pro-islámico. El resto de su vida lo pasaba ya sin barbas como un doctor Jeckyll cualquiera en cualquier parte del mundo. Está científicamente demostrado que –salvo algunos escritores- ningún mortal de la era actual puede sobrevivir encerrado seis años sin teléfono, televisión e internet por lujosa que sea su residencia. Si las fuerzas militares de Pakistán no se percataron de la presencia del famoso enemigo terrorista entre su vecindario, puede ser por lo poco que se dejaba caer por allí. Sólo, cuando la política internacional lo requería para volver a hacer, en su supuesta cueva afgana, su consabido papel de majareta. Cada vez peor; más aburrido y más mustio –todo hay que decirlo-.
Uno de los cámaras que, por el roce, ya le ha tomado cariño, intenta insuflarle ánimos, “lo has hecho muy bien, Bin” –o como quiera que se llame el hombre sin las barbas postizas.
-No sé, Harry, para mí que me van a despedir. Con esto de la crisis, hasta entre los terroristas, están recortando plantilla. Y me han dicho que mi colega, Al Zawahiri, está peloteando con el gran jefe con la promesa de hacer mi propio papel, mejor y cobrando menos. Para que veas que, ante la precariedad laboral, ya no se respetan ni amigos, ni valores ni principios. Y tú me dirás quién me va a contratar para otro papel con lo encasillado que estoy en éste y cómo voy a poder mantener a mis dos mujeres y mis tropescientos hijos. “El hombre es un lobo para el hombre”, lo dijo Hobbes, pero tendría que haberlo dicho el propio Mahoma.
Y Harry, compasivo, intenta reprimir un suspiro, pues sabe lo cargados de razón que están los presagios del que pronto pasará a ser otro anónimo en la cola del paro. El gran jefe ya ha expuesto su decisión irrevocable; “Bin ya no es lo que era y nos sale por un pico mantenerlo, a él y a su prole. Nos sirve más muerto que vivo; al menos, su muerte causará un golpe de efecto publicitario. Rodemos la escena final y démosle el finiquito”.
Harry se atreve a tocarle el corazoncito, “Pero, jefe, Bin tiene ya una edad; lo mismo nadie va a querer contratarlo ahora”.
-Mira, Harry, la política internacional es un negocio, no una ONG. Muerto y todo, que se busque la vida.
Por reducir gastos, el gran jefe y compañía han buscado para “el fin de Bin” también un guionista de bajo coste; un mal imitador de Billy Wilder que propone que Bin sea sepultado en el mar con sus barbas y salga siendo otro sin ellas como en “Irma, la dulce”. Se le ocurre que eso pueda ser un rito islámico –no está bien documentado, pero es barato-. Y como guinda, por aquello de los valores transversales, idea que, en su último acto, Bin interponga a su mujer como escudo humano a su tiro de gracia, lo que demostrará que los islamistas, además de terroristas, son machistas hasta el final –Harry, por el honor de su amigo, consigue que eliminen esta escena-.
Lo que cuento es un cuento, pero no menos que lo que nos cuenta la Casa Blanca.

P.D: Mi artículo “Hay que ser tonto” ha sido publicado en el facebook de la revista “Bulevar de Málaga”. Espero que os guste o, al menos, os divierta un poquito…

4 respuestas a «El malo de la (mala) película»

  1. Lola, además de gustarme cómo escribes, estoy muy de acuerdo con lo que dices en este artículo. Da gusto leer algo bien escrito y además interesante. Un abrazo

  2. Si todo este asunto es, seguramente, un cuento, su autor se ha servido, para escribirlo, de unos signos cuyo valor al alza ya es innegable; una suerte de letras del tesoro, por aquello de la banca, prestas al rescate de países enteros. Suele pasar con la redomada crisis en nuestra España; si se agotan otros recursos, susceptibles de entretener al paisanaje, allá van unos cuantos clásicos del siglo al rescate, que un par de semanas al socaire de oscuros presagios se agradecen, ¿y por qué..? Ah, ma questo chi lo sà, caro Mou?. Importa el quite que te quitan.

    Acuden en socorro de partidos en declive, como esas JJ SS de Málaga, zapando en busca de votos mediante imágenes del NO-DO donde, vaya hombre, resulta que Utrera Ravassa, Cayetano, alcalde malagueño de la época, ocupa más segundos en la cinta que Paco de la Torre, alcalde presente y base principal, donde se apoya el rescate socialista, que también…Y en Vva. del Trabuco, tiene guasa. No solía ocurrir a menudo, pero en cierta ocasión, de las pocas que Franco vino a Málaga, al pasar por el pueblo la comitiva, los guardias civiles acudieron, cómo no, raudos al rescate, a la vista de la pancarta de bienvenida “Franco, el trabuco te espera”. Que se podía haber puesto de otra manera, señores míos, que aquello podía dar pie a malentendidos…

    Ya ves, Lola, tu ameno y hábil escrito da para mucho, “comme d’habitude”; se trata de eso mismo, de rescatar, salvar a Obama, ese soldado Ryan, que ya caía libremente, en picado, y para eso están los amigos. Querer es poder, sr Presidente, pero Bin Laden Os ama. Horror. Abottabad ya se vende en porciones, como El Caserío y el muro de Berlín. Turistas al rescate. No sé, todo esto se me antoja tan inalcanzable, tan barroco y enrevesado, que prefiero quedarme como flotando. Ya se sabe, “el pensamiento barroco pinta virutas de fuego, hincha y complica el decoro…”. De todas, todas: la superficie.

    Un saludo y buenas noches

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