El Destino ya estaba escrito en los cuentos para niñas, que pintaban el futuro como un camino donde había de cruzarse un príncipe o un lobo. Como realmente ocurre. Ya lo ha dicho la recién galardonada Ana María Matute, “los cuentos son siempre verdad”. Y no sólo los suyos que tienen más posibilidades de realidad porque suelen ser tristes como la vida misma, sino todos, también el de Cenicienta que, de puro real, ha llegado a convertirse en historia recurrente.
El matrimonio entre príncipe y plebeya, de cuento, ha pasado a ser un clásico en los informativos cada tanto. De modo que el fastuoso enlace del príncipe Guillermo con Kate Middleton que hoy tendrá lugar en la abadía de Westminster ya no es novedad, sino simple historia que se repite. Será que, como dicen, las monarquías se modernizan o que la fórmula de las princesas plebeyas cunde por sus probados resultados que recortan gastos a la Corona y, de camino, al pueblo que las financia. Las princesas de ascendente humilde, fieles a sus modestos orígenes y anteriores hábitos austeros, comen poco y visten de Zara o así. Una bicoca en tiempos de crisis. Aunque la letra pequeña y prosaica de los republicanos advierta de que lo verdaderamente moderno y barato sería que las casas reales desapareciesen del todo. Ignorantes e insensibles ellos a las necesidades espirituales de la plebe que, frente a la inhóspita realidad, precisa de una dosis de realeza para darse un respiro de las miserias por la puerta trasera de la fantasía. Pues, si las monarquías siguen conservándose a día de hoy, es por lo mucho que siguen gustando los cuentos de hadas. La revista “Hola” es aún el opio del pueblo femenino en peluquerías y salas de espera. Desmayarse de glamour en una sesión de cuché con besamanos, carruajes, galas palaciegas y otras purpurinas es un ejercicio de evasión tan placentero como la retransmisión de un partido de fútbol a tamaño natural de plasma. Otro opio que cuesta millones mantener, pero ahí sigue; imprescindible e impagable como los sueños. Lo demás es realidad: derrota, crisis, paro, guerras, catástrofes; un asco. Mejor comentar los detalles del vestido nupcial de Kate Middleton y aplaudir admirados en el cortejo esa gracia, cada vez más habitual, por la que una señorita común puede llegar al trono. Como en nuestros cuentos de cabecera pero más fácil aún, pues entonces la princesa en cuestión podría ser paupérrima, pero de belleza singular y virginal pureza de azucena o tener una piel tan delicada de sentir la opresión de un garbanzo bajo siete colchones, un pie tan pequeño y frágil que cupiese en un diminuto zapatito de cristal o una escoba tan hacendosa de no dejar una sola borra gris debajo de la cama. Ahora, sin embargo, no hace falta cumplir tan estrictos requisitos. Se puede encontrar al príncipe sin necesidad de beldades extremas (Camilla Parker Bowles) o con un pasado tormentoso a las espaldas (Mette -Marit).
Los cuentos no mentían. En el camino de las niñas, puede cruzarse un príncipe o un lobo, aunque lo último, por desgracia, suele ser más frecuente. Por eso, la fábula de Caperucita Roja, más que un cuento, parece un documental sobre la pedofilia. Ese lobo que, cual fauno, enerva su lascivia en la espesura del bosque al acecho de la inocente presencia infantil. Como aquel individuo oscuro, habitual en los parques, que aguarda un despiste de la madre para ofrecer a la niña caramelos. Quién no tiene grabado en las primeras memorias alguno de estos episodios siniestros que consiguió evitar, por mera intuición de la amenaza, a la carrera. Pero el cuento con sus dosis crecientes de realismo pervertido y brutal, continúa, con la presencia del lobo en casa, alevosamente travestido de abuela, excitado bajo las sábanas a medida que aumenta la tensión del jugueteo verbal que hace la deliciosa y cándida vocecilla: “Abuelita, qué orejas tan grandes tienes”…
Presuntamente, la fábula advierte de la desconfianza que hay que tenerles a los desconocidos, no obstante, este pasaje informa de otro peligro mayor, silenciado bajo los tabúes del secretismo familiar. A veces, el lobo está en casa. Hasta de las mejores familias, De esto trata la última película de Montxo Armendáriz, “No tengas miedo”, para cuyo guión ha encontrado mucha más información de la que esperaba. Casi cualquiera le tenía algo que contar; el lobo era el tío, el abuelo o el propio padre, como es el caso. Son historias comunes que ya nos han llegado en novelas y películas de otros compatriotas; “El peso de las sombras” de Ángeles Caso, “Algo más inesperado que la muerte” de Elvira Lindo y “Volver” de Pedro Almodóvar, sin duda porque se trata de un argumento presente en nuestra biografía histórica. Un delito casero, salvaguardado por el consentimiento implícito de la madre y la vaga condena de los jueces. La anterior impunidad de Santiago del Valle es una prueba flagrante y dolorosa.
Los cuentos son verdad, pero no siempre acaban bien.
P.D: Este artículo va dedicado a Ana María Matute, cuyos cuentos siempre me he creído al pie de la letra. Felicidades.
El cuento de hadas representaba esa huida hacia el mundo soñado y feliz de la libertad, aunque nunca apareciera el príncipe azul. Cosas de niñas, se decía, entre otras muchas que, expresamente, atañían a ellas. Las bodas de la realeza, por ejemplo. Imaginar y sentirse princesa o reina durante tiempo indefinido, que nunca se sabe cuánto dura un sueño, sería el lenitivo perfecto cuando, en casa y fuera de ella, la realidad arreciaba. Uno, en tanto que niño, solo podía intuirla y a otra cosa, pero ahí estaba, un poco por todos sitios. Y claro, ellas, a lo suyo, leyendo, releyendo y recitando la Sonatina, de R Darío: “…La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente, la libélula vaga de una vaga ilusión…”.
Los poetas españoles de esa época, primer tercio del pasado siglo, también le ponían entusiasmo y buena intención al asunto: “Oh, enjauladitas hembras hispanas / desde que os ponen el traje largo / ¡cuán agria espera!¡qué tedio amargo! / para vosotras, entre las rejas de las ventanas / de estas morunas, ciudades viejas / de estas celosas urbes gitanas. / ¿No arrancan rejas los caballeros? ¿no hay bandoleros? / ¿Diego Corrientes, Jaime el Barbudo, José María / y sus cuadrillas de escopeteros…?”. Último recurso de la chica de ayer: el hada madrina, ¿quién lo pondría hoy en duda?
Encuentro cierta similitud entre el viaje que, desde el brumoso norte, hacía aquel peregrino de antaño, buscando la luz de Roma y los poemas de la emperatriz Sissí, en su cárcel de oro, soñando parajes exóticos y pidiendo prestadas, en sus versos, las alas a las golondrinas. Por diferentes motivos, Bécquer deseaba el retorno. De las golondrinas. Románticas aves de cuento de hadas, que no envidian el destino de las perdices en llegando el final.
Y ahora es tiempo de escuchar a John Kincade, que nos vende, a precio de saldo, nada menos que “Dreams are ten a penny” o diez sueños por un penique. Pura fantasía retro. El caso es soñar…
Saludos para tod@s y feliz puente.
Los sueños son materia de los cuentos de Hadas y en sueños se quedaron. Hicieron mal porque tanta errónea educación sentimental trajo frustraciones y cortó alas a muchas generaciones de mujeres, ávidas de ñoñas expectativas, en detrimento de alternativas mejores que pusieran en sus propias manos el timón de su destino sin necesidad de la tediosa espera del desteñido príncipe azul. Pero ¿qué me dices de las pesadillas que llegaron a ser realismo puro pues de la propia realidad tomaron la inspiración?
He escuchado muchas versiones sobre el cuento de Caperucita y su simbología. Me encantaría conocer la tuya, Winspector.
La realidad pasó a ser metáfora y a través de ésta se intentaba hacer justicia a las víctimas, bien cosiéndole la barriga al depravado, tras llenársela de piedras y arrojarlo al río, como como se hizo con el lobo que se comió, previo engaño, a los inocentes y liberados cabritos, bien desterrándolo a un lugar alejado e inaccesible y que sirviera de ejemplo. El cuento de Caperucita , prototipo de niña-bien de la época, representa la docilidad y candidez que siempre se esperaba / se espera de la infancia ante su mayores y refleja el temor generalizado a lo oscuro, al bosque, poblado de brujas o trasgos, donde tenían / tienen lugar los encuentros más funestos para la inocencia, a la que se convencía /se convence o engatusa con maldad, y de impunidad para el delincuente.
La pedagogía de entonces aconsejaba que debía buscarse siempre el seguro cobijo de la aldea o la ciudad. Y era también desde aquí , una vez realizada su vil acción, que el delincuente te llevaba / te lleva ( al bosque) para ocultar el cuerpo del delito hasta que era / es (o no) capturado. Sin solución de continuidad, el cuento queda cerrado / sellado con la intervención del hombre justiciero y hasta la próxima. Salvando los matices, tal como hoy y parece que fue ayer. ¿Será que el cuento de Caperucita simboliza la continuidad…? El fondo tenebroso del crimen oscurantista se intuía / se intuye si, con ocasión de ser preguntado al respecto, cualquier persona te puede responder, hoy mismo: “estas cosas, mejor, no meneallas…”.
Como no podía ser menos, Machado ya lo vio en la España mesetaria: “…existe el hombre malo del campo y de la aldea / capaz de insanos vicios y crimenes bestiales / que bajo el pardo sayo esconde un alma fea / esclava de los siete pecados capitales…”
Un saludo, Lola.