
En cualquier caso, mejor que las disensiones fratricidas, por lo que se ve inevitables, se resuelvan antes en el campo de fútbol que en el de batalla. Por aquí no se ha llegado al extremo de los hooligans y, al final, todo queda en una catártica descarga de adrenalina que acabaría estallando por peores derroteros con los que alimentar la crónica de sucesos.
El fútbol es, en fin, un bien social, pues, año tras año, liga tras liga, da la felicidad a las masas y cierta posibilidad de sublimación. Hay otros modos de sublimación pero nunca de predicamento tan inmediato y mayoritario. Visto lo cual, no habría de criticarse tanto el salario astronómico del futbolista, dada la magnitud de la misión humanitaria que desempeñan. Será que el médico salva vidas, pero no tantas ni en tan poco tiempo. Del movimiento de piernas de un futbolista durante un minuto de partido depende el equilibrio psicosomático de millones de criaturos, lo cual resulta impagable. El problema es que el dinero y la fama –justificados o no- acaban ofuscando mentes, más aún si ya de por sí no son demasiado privilegiadas; así el futbolista endiosado acaba perteneciendo a esa raza de bobalicón que habla de sí mismo ante los medios en tercera persona como Julio César con la atrevida arrogancia del perfecto mentecato, con cada vez más beneficio y menos oficio. El futbolista que llena los platós de los programas tele-basura de pilinguis dispuestas a poner al tanto al tendido de sus epopeyas sexuales y lunares en salva sea la parte y se da antes a la juerga con todo su condimento de drogas y alcohol que al austero entrenamiento por el que lograr los resultados que justifiquen su fichaje millonario. Mimados por la afición y arropados en la reputación magnificada de ser imbatibles, con juego o sin él, se duermen en los laureles como en aquella fábula de “La liebre y la tortuga” hasta que un buen equipo de currantes con la cabeza fría y los pies en la tierra demuestran que el campo es de quien lo trabaja con un 4-0 que no admite mayor ambigüedad que la de hablar de un palizón en toda regla. El triunfo del modesto Alcorcón frente al Madrid es del todo ejemplarizante y democratizador. Se puede hacer buen fútbol sin el respaldo de un club muchimillonario, con un equipo enteramente patrio sin la importación de cuantiosas estrellas extranjeras, a base de chicos que cursan estudios universitarios y se casan con sus novias de toda la vida.
También se puede hacer un fútbol para la vida y no una vida para el fútbol. Larga vida al Alcorcón.
¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!…