Igual que sus puentes sin río, algunos barrios de Málaga exhiben nombres bonitos bajo los que se alza la degradación de sus esquinas. El proceso sigue sus fases. Una zona con ambiente familiar y obrero de clase media prospera mediante el ahorro y la austeridad de sus gentes. En menos de dos décadas aquellos pisos pequeños permiten mediante su venta que los esfuerzos se materialicen para aquellos vecinos en el acceso a inmuebles de mayor calidad en calles mejor urbanizadas y con una amplia oferta de servicios. Lo que para unos es trapo, para otros es bandera, y lo que para unos significó el suelo desde el que sus aspiraciones despegasen, para otros delimitó su techo. Aquellos domicilios durante tiempo anhelados ahora se han convertido por los azares de los cambios en casonas incómodas, sin aislantes apropiados, ni aparcamientos, ni espacios verdes, ni confortabilidad alguna según los parámetros actuales. Aquellos hogares han sufrido esa aluminosis social que se denomina “proletarización”, término al que “lumpenización” sirve como sinónimo, por desgracia, en demasiadas ocasiones. Igual que la arenilla en la vesícula, las piedras en el riñón, ese tipo de barrios revelan su achaques y disfunciones más o menos profundas, así, con dolores, punzadas y noches en vela. La semana anterior sucedió en Los Palomares. Una grave degeneración de la vecindad aflora cuando se urden emboscadas contra los bomberos, contra las ambulancias o contra la policía. Una purulencia enquistada ha mostrado su podredumbre. Mientras en otros distritos de la misma ciudad los niños imaginaron con sus muñequitos un asfalto donde las sirenas heroicas rescataban a los personajes de desgracias y sinsabores, vemos que en otras aprendieron a huir de su presencia, a percibir su ulular aún en la lejanía sólo como presagio de malos augurios.
Como ya he escrito, el proceso que infecciona a este tipo de aceras es conocido pero las medicinas que lo evitan tardan en llegar. Verse sumido en el cuarto mundo puede ser peor que nacer en el tercero. Sus invisibilidades se difuminan con el humo de los disturbios y el rastro sanguinolento de una violencia de difícil comprensión para una sociedad que se considera a sí misma preocupada por los desequilibrios internos, y usa muchos recursos en educación, sanidad, seguridad o vivienda. Tras estos altercados en Los Palomares comenzará una cadena donde quienes provocaron esos tristes sucesos serán detenidos con toda la rectitud de la ley y del raciocinio, pero si el barrio no recibe al mismo tiempo mayor ayuda asistencial, la percepción del Estado en aquellas casas se hará desde una óptica de mera represión, lo que generará un renovado odio hacia los uniformes que prenderán otras mechas. El tumor se ha descubierto, ahora se necesitan diversos bisturís urgentes sin que se olviden los cuidados.
Los Palomares
27
Oct