En mi currículum, aunque esto no interese más que a mí y mis padres, figuran un par de años como becario de investigación. Terminé unos estudios universitarios en los que entonces creía, dominé mis nervios juveniles, me encerré literalmente durante los meses de aquel verano en el ochenta y tantos, y escribí a máquina mi tesina de licenciatura con casi quinientas páginas que culminaron los tres años previos de indagaciones sobre el periodismo malagueño en el siglo XIX; sumé de este modo a mi expediente los puntos necesarios para que me concedieran aquella beca. Ignoro si las condiciones han cambiado pero en aquel tiempo ni teníamos seguro médico, ni cotización alguna, nos pagaban cada seis o siete meses y nadie garantizaba que concluido ese período apareciera un puesto de trabajo en ningún sitio, sino que tal vez pudiese conseguir otra beca y así hasta el asilo. El investigador se enclaustra hasta los treinta años, mal pagado y, si vive en Málaga donde la industria no contamina por su ausencia, al final del túnel le espera más oscuridad. Abandoné. Tampoco la humanidad sufrió una gran pérdida con esa rebeldía privada, pero existen investigadores que sí se sumen en estudios determinantes para el bienestar colectivo y no todas las exploraciones surten efectos inmediatos, casi ninguna creo, pero se trata de esfuerzos progresivos: cae una manzana, alguien se pregunta por qué, se sienta a pensar y varias páginas después un tipo pisa la luna y más páginas después, en la estación espacial desarrollan un medicamento que sana una compleja enfermedad del manzano. Esto va así, se necesitan miles de datos sobre múltiples materias para que en un cálculo aflore la partícula divina.
Nunca sabremos en qué microscopio se verá la molécula que evite el envejecimiento, pero sí puedo jurar con la mano sobre la Biblia que no la descubrirá quien no tenga microscopios, ni jóvenes dispuestos a sacrificar los mejores años de la vida para alcanzar un futuro más que mediocre. España solicita mártires no investigadores. En mitad de una crisis causada por la concentración de casi todo el producto nacional en dos sectores, construcción y turismo, algunos de los descerebrados que nos gobiernan reducen las inversiones en investigación. Esta medida no sólo va a crear un inexplicable desempleo de altísima cualificación laboral, sino que nos condena a una dependencia crónica de esos dos pilares que hunden en la miseria a cualquier economía apenas una mala coyuntura aparezca. Un país de naturaleza pobre como Japón se convirtió en gran potencia gracias a su voluntad de modernización y a sus gastos en científicos que en todo país desarrollado son profesionales respetados y con un nivel de vida que promueve hacia los laboratorios a los mejores, a esos que libran a su sociedad de la misma penuria a la que aquí los condenamos.
Investigador y mártir
12
Oct
Nuestro país siempre se ha caracterizado más por la improvisación que por la previsión.
La investigación es algo etéreo, algo que está en el futuro, es casi un acto de fe.
Previsión es ver con antelación, ver lo que se avecina, ver que si no desviamos nuestra mirada del ladrillo y del sol no nos va a quedar nada a lo que mirar, o peor aún, no vamos a tener ganas ni fuerzas para ver nada.
Hay que tener muchas ganas para seguir investigando en España. Se habla de la fuga de cerebros…..