José Antonio Muñoz Rojas. El gozo de lo efímero

9 Oct

imagesEl poeta mira y no evade la visión de lo que ve. Casi nunca concuerda con aquella que otros ojos captan. Ahí yace la mecedora junto al vertedero, con igual insistencia que un campo cubierto de verdor tras la lluvia, o unas gafas sobre la mesa. La materialidad camina al ritmo que imponen los versos para que las percepciones intransferibles e intangibles se hagan verbo, resuciten en el asombro de quien musita el poema. Quede claro que las palabras nunca engañan al poeta, sino las pule y labra hasta que se concilien en ese prisma preciso que el artífice, ahora su autor, buscaba.
El poeta nombra las imágenes que halla ante sí huérfanas y dispersas; una vez que atesora su colección la dispone sobre la mancha blanca del papel. El poeta así enarbola un álbum inédito entre renglones y cifra a la vez que descifra ese mundo que ante sí ve y que ni siquiera entiende a veces por qué lo ve; si corroe la certidumbre de cómo el tiempo pasa y el poeta desenmascaró a la muerte engalanada con su mejor carmín a la captura de su beso en la cumbre de la fiesta; si la memoria daña y más aún ese futuro que se adivina terco entre las brumas del ahora.
Tampoco el poeta puede esquivar el gozo. Esa mirada que no impide la visión de lo que ve, sana y reconforta cuando la adversidad de lo mostrenco. Ya digo, igual atención exige un cruce de vías, por ejemplo, que los trigales, ofrendas de mayo, o la humildad con que las briznas de carbón endulzan el invierno. Esta óptica dispuso José Antonio Muñoz Rojas frente a la persistencia del desasosiego cotidiano. Su retina se adiestró atenta al goce de lo efímero y de ahí que entre sus hemistiquios el lector sienta la paz con que los arroyos vivifican invisibles las praderas, o el temblor de las hojas que da paso tanto a las flores como a los sarmientos desnudos. José Antonio Muñoz Rojas acepta, así en ese presente perpetuo que también se regala al poeta, los cauces de la existencia y no los escribe como barcos que hacia el arrecife del dolor continuo se escorasen.
La obra poética de José Antonio disfruta tanto la vida que incluso loa la muerte como mitad indisoluble de los días que fueron invocados cuando el primer llanto del recién nacido. Como el humano que comprende su destino enraizado a la tierra que cada instante pisa, José Antonio agradece las plantas, la luz, el árbol, el agua, los pájaros, las piedras, los aromas y consciente de su misión distingue los muchos nombres de cada uno, los conjuga en una casa común para la que no se sabían vivos, no como meros adornos, sino como murmullos de lo trascendente, como cobijo tangible de aquello que el poeta ve. Un verso asombrado resume su propia poética: «Voy con mi corazón asomado a las cosas». Los olvidos y las presencias, los frutos y el pálpito de lo inerte, el silencio de la compañía, y el estruendo de la soledad, el gozo de sentir la vida en cada instante y acariciar su lomo de caballo al trote hacia la lejanía, hacia el allá cubierto de horizonte y siempre risueño. La existencia no se lee en José Antonio Muñoz Rojas tan tigre como la pintan.

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