Perdonen que les confiese me da igual lo que hagan con los restos de Franco. Con la edad me he vuelto pesimista y lo agravo con oportuna resignación. Sufro de ‘latofobia’, un mal que no existe ni en el diccionario, que consiste en un miedo irracional, que creía insuperable, a ir al médico por si me encontrase aún peor de como profundamente me temo. Y a cuento de eso, he descubierto que tengo algo en común con el dictador. Espero que solo sea esa cosa. Así como Franco, o mejor dicho, sus restos, no han ido al médico en los últimos 44 años de muerte, yo tampoco lo había hecho en los primeros 44 de vida. Al menos desde que mi memoria recogió el título del uso de razón, creo que no lo había hecho. Recuerdo mi primera vez con la doctora que me aguanta -poco-, cuando me comentó durante la cita que debía de haber algún problema con el ordenador pues mi expediente médico estaba en blanco. Sí, era un marciano caucásico, ¿y qué?
Mejoro adecuadamente, no por viejo, sino por madurito interesante. Mejoro de mente porque empeoro de cuerpo, quería decir. Y si yo me he desmejorado, que soy un adonis, abro un paréntesis para preguntarme sobre lo que haya podido suceder en este sentido con los famosos restos de la momia, me quito la mueca, aparentemente vigorizados a pesar de todo, aunque solo haya sido por el empeño extemporáneo de una ocurrencia que haya tenido Pedro Sánchez o algún otro iluminado de su íntima confianza. Cierro paréntesis (por ahora). De hecho, volviendo a mi enfermedad imaginaria, de no acudir al purgatorio de las salas de espera durante décadas he pasado a hacerme pruebas y análisis y a recoger los buenos resultados, ya dos veces desde entonces, esposado a la obediencia de intentar curarme, si no de otra cosa, al menos sí del espanto a lo desconocido. Hablando de lo desconocido, no critico que se intenten llevar los restos del muerto a otro sitio, critico que, durante el traslado, nos lo hayan dejado apoyado un momentito, mientras piensan algo, y nos dé la sensación de que no sepan ahora cómo quitarnos al muerto de encima. ¿Sería esto lo de levantar la cabeza que decía mi abuela? Hubiese preferido que, por parte del gobierno, se hubiese demostrado mayor planificación, discreción y eficacia con este asunto, simplemente. Pero ya he aseverado al principio que, llegados a cierto límite del sonrojo, con pesimismo y resignación se consigue que te dé igual lo que hagan con Tutankamón.
La salud, que es lo importante, por ahora va bien, gracias, y el miedo atávico, en proceso de remediarse afrontándolo con otros mayores. Solo el disgusto de sospecharme posiblemente enfermo de verdad me está curando de ponerme enfermo de pensarme. Mi nueva hipocondría surgida, supongo, de estas jovencísimas canas, me está viniendo bien, por tanto, para superar el horror que me impedía dejarme auscultar por los profesionales de bata blanca hasta hace tan solo dos o tres gripes. O sea, lo de la mancha de la mora que con otra verde se quita. Te sale VOX y te frotas con PSOE. Pues lo mismo. ¿Y si menear a Franco les ha venido bien? ¿Y si nos ha venido bien a todos? Ya nos contará Tezanos y su CIS lo que pensamos cuando no sabemos o dudamos.
Si bien es cierto que me dejo las castañuelas en casa antes de acudir a la consulta de mi médico de cabecera y que espero no tener que volver a verla de nuevo en otras cuantas décadas, reconozco también que me ha hecho muy feliz haberlas aprobado todas en el último examen, hasta las más difíciles, la de los triglicéridos y el colesterol. Como al final voy a cogerle cariño a los huesos del tirano por culpa de Carmen Calvo, estoy por llevárselos a Marta, si me dejan. Cariño hasta cierto punto, solo era para observar cómo suspende. A ver si esta vez no se meten por medio los tribunales.