Sorprende lo poco que se parece el futuro al futuro. Incluso en las proyecciones más brillantes, son siempre más los errores de cálculo que los aciertos. Tenemos pantallas de LED a toda fachada con anuncios animados en algún que otro edificio y comemos más comida china que antaño, pero ni siquiera la más aplaudida y estética de las proyecciones de futuro, la ciudad de Los Ángeles de 2019 que dibujó Ridley Scott en 1982 para ‘Blade Runner’, se parece, más allá de un par de detalles, a lo que la realidad ha traído. La parte más vergonzosa de nuestra incapacidad para evolucionar como los autores de ficción esperan de nosotros, es sin duda la tocante a los vehículos. Quién nos iba a decir que en lugar de teletransporte o, al menos, utilitarios voladores molones, íbamos a tener patinetes de alquiler tirados por las aceras. Si lo sé, no crezco.
En realidad cualquier visión de futuro, incluso aquellas que terminan en evolución, está condicionada por lo que se vive en el momento. Es inevitable. En ‘2001, una odisea del espacio’, las mujeres de la estación espacial ideada por Stanley Kubrik son recepcionistas y secretarias (tiemblo al pensar que también lo serían en un futuro ideado por Santiago Abascal y hasta lo aplaudirían sus compañeras de partido). O, por ejemplo, en todas las series de ciencia ficción de mi infancia, concebidas en el inicio del desarrollo de la moda deportiva y pop, el vestuario de los protagonistas se divide entre sudaderas de algodón con mangas raglán y escudito en el pecho, y monos de cuero, látex o lycra en tonos ácidos o metálicos pensados solo para ultracuerpos. Quienes, como yo, nunca hemos sabido qué es la talla 36, rezábamos porque no se impusieran nunca a los pantalones de pana y las trencas.
De la tecnología, qué decir, unos se quedaron en la aparatosidad de los ordenadores de sus épocas y otros fantasearon con robots antropomorfos que no verán estos ojos, y yo me niego a tener en casa un robot camarero mirándome hasta que me dé la razón cuando despotrico viendo las tertulias televisivas. Pero es normal que no se acierte con las predicciones, que se lo digan a los cocineros de las encuestas del CIS, más desmentidos que Nostradamus, porque una cosa es lo que te respondan a lo que preguntes hoy, y otra muy distinta el momento de la verdad, y yo que con la edad me voy volviendo pesimista, lo único que veo como impepinable es el ascenso de ese partido que se ha ido a coger carrerilla a la Covadonga de la reconquista. Porque en definitiva el futuro no avanza necesariamente de forma lineal, sino a fuerza de vueltas y revueltas.
Así, tenemos móviles que nos ponen a un click de cualquier deseo material, pero no hemos encontrado cura para las enfermedades que más nos afligen ni conseguido acabar con la violencia de género, o logrado producir comida y agua sin esquilmar recursos, y mucho menos distribuir bienes y oportunidades equitativamente. En realidad no hemos llegado a alcanzar ninguna utopía imaginada, más bien vivimos coqueteando con las peores distopías, incluyendo dictadores histriónicos en la luz y fuerzas oscuras en la sombra. Distopías, por cierto, imaginadas en tiempos donde, como ahora, el absolutismo se perfila como solución frente al caos y la crisis.
No nos pongamos amargos, porque, ajenas a cualquier atisbo de nubes negras, las instituciones que componen la Fundación Ciedes, responsable de diversos planes estratégicos para Málaga, se han reunido en torno a una mesa con la intención de dibujar el mejor perfil para nuestro futuro. Y adivinen. De aquí a 2021, hay una lista de 42 acciones a las que poner el ‘tic’ de realizado. Y adivinen otra vez: once de ellas corresponden a la temática ‘Málaga, Ciudad de la cultura’. Ya sé, muchos dirán ¿Pero qué nos queda? Pues quedan centros culturales multiusos abiertos a la ciudadanía, queda invertir en la dinamización de bibliotecas, queda restaurar y utilizar, que no destruir, el patrimonio arquitectónico. Quedaría un buen auditorio, tal vez mejor funcional que espectacular o especulativo. Pero no estamos para minucias. Pensaremos a lo grande. Saquen del cajón las gafas 3D y alquilen el primer patinete con el que tropiecen, que igual, agotada la temática para nuevos museos, se propone uno de ciencia ficción y viajes en el tiempo.