El otro día, en el bar de abajo, surgió el tema de la cultura, ese extraño ente viscoso que cada uno entiende a su manera. La feliz discusión empezó sobre lo que cada uno consideraba como una persona culta. Los progres del fular señalaron primero a la gente del campo, claro. Como el acuerdo era unánime y no daba juego, pasamos al siguiente escalafón, devolviendo a Miguel Hernández a su sitio, frente al portal, adorando al niño. Culta era, como segunda ocurrencia, la persona que asumía sus tradiciones y en nuestro caso, apreciaba el habla malagueño, la gastronomía local o incluso el folclore de nuestra tierra y el flamenco. Hasta ahí. Ya hubo enfrentamiento en cuanto a la inclusión en esta categoría por consenso de bar del amor al Málaga Club de Fútbol, al Chiquito, a la Semama Santa o a la Guardia Civil. Ay, los toros, casi llegamos a las manos con los toros. No, reivindicar lo consuetudinario como culto, sin lavarse bien las manos antes, puede convertirse en algo excluyente y antagónico en este debate de excelencia, por basto. Para incluir la tradición en la cultura, ya tienes que venir cultivado de casa y no al revés. Esto nos llevó al tercer estadío aceptado entre los parroquianos de la noche: una persona culta es aquella que se ha formado en buenos colegios. Para ser culto hay que aprender a serlo. Esta acepción se aferra a los codos, al sistema educativo, a la retención de datos y a que puedas ganar una millonada si participas en un concurso televisivo con bote.
Ahora bien, para un tosco como yo, hablar de cultura se circunscribe al gusto por las bellas artes, la literatura, el teatro, el cine, el bel canto o el champagne rosé. A esto me quiero referir cuando aseguro ahora y aquel día de vinos (de la Axarquía), que Málaga no es una ciudad cultural, ni va camino de serlo. Soy malagueño tosco, como la mayoría de malagueños toscos y turistas toscos que nos saludamos por las calles, con amabilidad. No es culto quien va a un museo, sino el que va a un museo para disfrutar con lo que se va a encontrar. O al Cervantes, o al María Cristina. O a Ollerías. O al Albéniz. O a Luces. El que se acerca por curiosidad y valora cada obra como si encajara bien en su salón, es un tipo vulgar que nunca entenderá por qué aquél sí, y su hijo, que hace mejores garabatos, no. Málaga no es una ciudad de la cultura por albergar cuantos más cuadros mejor, lo sería si tuviese cuantos más disfrutones del arte, mejor. Y no es el caso. Ni va camino de serlo. Por la idiosincrasia, el campo, el habla, la gastronomía, el folclore, el fútbol, el Chiquito, la Semama Santa, el sol y el brut nature. Porque el interés por el arte no surge por generación espontánea, ni por empacho, ni por decreto.
Se nota que somos bastos en lo bastos que son nuestros políticos responsables de la cultura. Se les transparenta su ignorancia por su Noche en Blanco tremebunda, la del todo vale (nada) porque todo es gratis. La que intenta superar la cantidad de intervenciones sin reparar en la calidad. Porque no entienden. Porque no encuentran el motivo por el que alguien pagaría tanto por esa birria de Max Ernst que jamás colgarían en su salón. Y nunca lo entenderá. Qué chorrada de vanguardias. Por eso, no exagero –al menos esta vez-, cuando recuerdo la ocasión en la que se incluyó junto a otras actividades culturales sin parangón organizadas por el Ayuntamiento, una demostración del cuerpo de bomberos en el cauce del Guadalmedina. Porque diecisiete cosas que anunciar en un catálogo de diseño les pareció mejor que dieciséis, como siempre.
Y como soy tan tosco, y como somos tan bastos, ya ni me extraña que un buen equipo formado por gente culta, en cualquiera de los sentidos enunciados, consienta en incluir ese catálogo infinito de actividades en la previa del festival de Málaga. Maf por aquí, Maf por allá. Cuanto más, peor. Mañana, de 6 a 8 de la tarde pueden elegir entre asistir a las proyecciones de: Acusados, de Kaplan; el Séptimo Sello, de Bergman; el Gran Hotel, de Wes Anderson; o el documental sobre Antonio Vega. O acudir a alguna de las dos representación teatrales simultáneas, Dictadora, de la Compañía Raquel y Punto o Cásate Conmigo, del Grupo Teatral Ridhom. O a una mesa redonda. O a la presentación de un libro. Cualquier cosa que haga un particular se incluye en el abrazo del Maf y listo. Para toscos tontos, 170 citas mejor que 160.