Leí el otro día que de los más de 32.000 vecinos censados hace veinte años en el casco histórico de Málaga, sólo resisten 4.600 valientes. A pesar de ello, el centro de la ciudad está más concurrido que nunca pues, entre otras cosas, en el mismo intervalo hemos pasado de recibir 500.000 visitantes anuales a soportar más de cinco millones de turistas en la actualidad. Tampoco ayuda que el Ayuntamiento se empeñe en atraer al resto de ciudadanos siempre al mismo lugar, diría casi que a la misma baldosa de calle Larios, en cada una de sus convocatorias. Citas cada vez más numerosas por cierto, probablemente para intentar morder mejor la cola del pez gordo turístico y burbujeante que se les ha venido encima con tanto éxito de público que asusta. Procesiones y traslados. Y más procesiones y más traslados. Y un festival y otro. Y una víspera para un nuevo festejo, sin descanso. Y más carnaza, y más leña al fuego. ¿He dicho antes 4.600? Ya serán 4.599, por allí se va uno, caminito de Segalerva.
Esta situación está dando lugar a una congestión y masificación insostenible del centro. Que el antiguo barrio tenga que soportar esa carga ingente de personas ociosas repercute negativamente en la calidad de vida de sus cada vez más escasos residentes, está claro. No parece que haya suficientes supermercados, ni colegios, ni hospitales y en cambio, se erigen muchos más negocios destinados al esparcimiento de los que cinco mil habitantes necesitarían para satisfacer sus necesidades de tiempo libre. El precio de la vivienda se dispara porque no se puede competir con lo que un turista está dispuesto a pagar por sus cuatro noches de vacaciones y si a eso se une que se tenga que compartir escaleras con los que se alojan en apartamentos turísticos de tu bloque, surgen conflictos. No digo ya si la clientela del bar de abajo no te ha permitido pegar ojo durante toda la noche…
Si bien es cierto que, a priori, convertirse en destino turístico destacado parece beneficioso, a todas luces ximénez sobre todo, si no se acompaña de la regulación pertinente, puede resultar nefasto. Venecia o Ibiza son dos claros ejemplos de esta disfuncionalidad llevada al extremo. Advierte el experto Fernando Almedia, profesor del departamento de Geografía de la Universidad de Málaga e investigador de la situación turística de la provincia, en declaraciones publicadas en La Opinión de Málaga, que si no se corrigen a tiempo los efectos perniciosos que conlleva la pérdida de residentes, o de un referente cultural propio, por ejemplo “se tematiza el centro y se convierte en un parque temático de ocio. Y cuando cambie la dinámica tendremos un centro sin personas y peligroso”. Considera que este rápido crecimiento turístico vivido en Málaga es muy reciente y que “forma parte de un ciclo explosivo de crecimiento, que como cualquier otro cambiará para dar paso a uno de marginalidad”. El profesor concluye afirmando que “la ciudad necesita un nuevo modelo de gestión turística, uno más sencillo y menos intensivo como se ha hecho en otras ocasiones y en otros sitios”.
Con estas palabras se muestra plenamente de cuerdo nuestro Consistorio. En palabras del alcalde pronunciadas en una mesa redonda de la Organización Mundial de Turismo aseguró que “apuesta por un turismo sostenible en el que se mejore la calidad de vida de toda la ciudad”.
Pero los vecinos del centro sólo son 4.600.
¿Y lo bonita que está la calle Larios en semana santa, la feria, el festival de cine y con la catedral gótica de todas las navidades? Somos unos desagradecidos: el señor Alcalde trabaja 25 horas diarias por y para Málaga y no sabemos apreciar su labor.