Este blog toma su nombre del título de una película de Atom Egoyan. No vi sus últimos títulos, desanimado por las críticas feroces de sus antiguos adoradores, pero lo que me fascinaba de todas las que vi era la ausencia de moralina y de moraleja. Sus personajes eran contradictorios como la vida misma, como los humanos mismos. Nos permitían entender que a Hitler le pudieran provocar la mayor compasión los perros y ninguna los seres humanos; o que a la corriente más abiertamente centrista del PP, encabezada por Juan Manuel Moreno Bonilla, que en su día apoyó en las primarias a Soraya Sáenz de Santamaría, le haya tocado gobernar con el apoyo de esa derecha sin complejos que jamás será encabezada por una lideresa, en todo caso por un líder mujer, porque los de VOX no creen en el lenguaje no sexista, ni en la violencia de género ni en nada que suene a moderno o social. Imagino que a los de VOX no les habrá gustado la película de la que voy a hablar, y a mí tampoco me ha vuelto loco, pero seguramente las razones serán distintas.
Hace tiempo que no tengo tiempo para ir al cine, pero entre las paradojas de la vida, está la de que resulte que las plataformas de televisión estén firmando las mejores producciones del momento, y que las pelis que todo cinéfilo ha de haber visto, se estrenen antes en nuestra tablet que en las salas. Y por eso he podido ver Roma, de Alfonso Cuarón, que compite con justicia en la próxima edición de los Óscars en diez categorías, y que puede aspirar a regalar un quesito rosa en las futuras ediciones de Trivial Pursuit a quien recuerde que es la primera película de la historia nominada a Mejor Película y Mejor Película de Habla no Inglesa. De entrada, la doble candidatura es un pisotón en el callo de la Academia de Cine de Hollywood a Donald Trump, y con tacón de aguja como corresponde a un día de alfombra roja. Mientras él brama por la construcción de muros y persigue a los inmigrantes latinos con más saña que a los narcos, la gente de la farándula responde aclamando una cinta en blanco y negro que habla de la relación de una familia mexicana de clase media-alta con una de las muchachas indígenas que sirven en su casa.
Tengo que decir que me alegra que una producción destinada a la televisión, y por tanto concebida con una cierta libertad que no permite hoy el cine, haya alcanzado tanto éxito, y también que la película me pareció formalmente bonita, especialmente su blanco y negro, esa fotografía de cadencia lenta que hace que hasta el neumático de un coche pisando una caca de perro sea un momento bello y referido en críticas, en algún caso concediéndole un simbolismo que no he sido capaz de descifrar.
Y sin embargo, no consigo otorgarle el calificativo de obra maestra. El propio director nos dice que ‘Roma’ pretende ser un homenaje a las dos mujeres que fueron los pilares de su infancia; su madre y, sobre todo, la criada que los cuidó a él y a sus hermanos. Pero en la historia que me contaron me faltó algo; no vi motivaciones ni contradicciones ni evoluciones en ningún personaje. Sobre todo, nadie trasciende el papel que le toca vivir. Cleo, la criada, acepta sin pestañear que su sitio en la vida está cuidando de esa familia que no es la suya. La madre tiene sus gestos de señora generosa, pero no va más allá. ‘Arriba y Abajo’, aquella serie inglesa que en mi infancia veían mis padres, me parece más cargada de denuncia social. En ‘Roma’ veo una suerte de conciencia social de salón, parecida a la de quienes consideran que una persona es heroica por ir en silla de ruedas y trabajar, salir de copas, querer independizarse o hacer deporte como los demás. Distancia, falta de empatía. Nacer con una parálisis cerebral, o en una familia, barrio, país pobre, o en una etnia discriminada o sometida, o mujer, y aspirar a las oportunidades que tienen otros, no es una cuestión de heroísmos personales, sino de derechos fundamentales y básicos. Humanos, civiles, que nos compete a todos y a todas reclamar. Por eso no me emocionó ‘Roma’, y por eso intuyo que en caso de que a los de VOX tampoco les haya gustado, no será por los mismos motivos.