Considerarse terraplanista está muy mal visto. Creo que esa es la única causa que me hace dudar, no sobre este asunto, sino sobre confesarme idiota. Soy de los que no creen en lo que no entienden, eso sí lo reconozco envalentonado y por eso siempre he considerado a las cosas que funcionan sin cable como telequinesia. Por ejemplo, no me cuesta comprender a un ser divino cargando con el mundo, cierro los ojos y lo imagino perfectamente, jorobado por el esfuerzo, con barba oscura y en taparrabos, pero convencerme de que doy tantas vueltas alrededor del sol sin marearme, ni caerme al suelo, en rotación o en traslación, me cuesta mucho. Lo del bamboleo de Chandler me cuesta menos asumirlo porque soy bailongo. Sí me atrevo a reconocer que si tuviese dinero y no me viese nadie, me subiría al barco ese, que dicen los que piensan las mismas tonterías que yo pero en serio y sin avergonzarse, que los llevará al fin del mundo, supongo que para asomarse. ¿Para qué se iba a ir alguien al fin del mundo si no fuera para asomarse?
Por esa parte turbia de mi raciocinio que me hace más estúpido de lo que merezco, entiendo el funcionamiento mental que nos lleva a creernos las cosas más inverosímiles y absurdas. Lo peligroso es convertir esa parte reptiliana y concienzuda del ser humano inculto en un estandarte de vida y luchar por ellas en vez de reírtelas a carcajadas en coplillas ilegales de carnaval. Lo peor es sentirte un iluminado y dedicarle parte de tu existencia a compartirlas con los demás para que abran sus ojos a tu ideario de pacotilla. ¿Quién no ha pensado alguna vez que la tierra es plana? ¡Claro que es plana! Con la convicción necesaria, cualquier imbécil nos convencería con dos palos y una brújula de que el horizonte no es ovalado y que tu sombra no es lo suficientemente alargada como para seguirte en un mundo redondo perfecto. Es el sol el que gira alrededor de nuestro ombligo, inmortal hasta que se demuestre lo contrario un mal día. Y quien habla de terraplanistas, puede hablar de cualquier otro grupúsculo de repentistas que hayan descubierto la verdad absoluta tras cualquier conspiración de la Nasa, de los sionistas, del club Bilderberg o de la polaridad negativa de los imanes en las mezquitas.
Por eso hay racistas que no lo saben. Que lloraron con Kunta Kinte pero que no lo querrían viviendo en su bloque. Y por eso algún sobrado se ofrece a guiarlos en sus convicciones supremacistas para que no renieguen de su oscurantismo medieval, sino que lo ostenten orgullosos como parte de su patria. El que venga, que asimile nuestras costumbres imperiales. Y el español que vaya a trabajar a Dubai, ¿las suyas? O eso no, que son árabes. Eso no, que son musulmanes. Eso no, que no comen jamón. Eso no, que no beben ni gota. Eso no, que se cubren el pelo. Pero si a mí no me gustan los halcones, ¿qué hago? ¿Ni mi música puedo escuchar si me voy, ni los verdiales siquiera? ¿Debería dejar de celebrar mis fiestas? Pero, ¿por qué voy a renunciar a mis costumbres malagueñas por irme a trabajar a un país extranjero? Por el terraplanismo ignorante, claro.
Por eso también será que existen personajes que califican de “kale borroka” la justa protesta feminista de ayer. Los mismos negacionistas, en este terrible caso, de la desigualdad. Los que reclaman la supresión de los “organismos feministas radicales subvencionados”, con cierta ira. Esos que consideran que las cosas están bien como están y que por tanto hay que renunciar a toda norma correctora “que discrimine a un sexo de otro”. Son los que no creen justa la legislación vigente sobre violencia de género y exigen su derogación porque… ¿por qué?
Por eso mismo, porque la tierra es plana.