Estas navidades regresan las estimaciones de voto a las conversaciones de sobremesa y las posibilidades de que se nos indigeste el pavo aumentan. El pavo es el muchacho nuevo que se ha traído la sobrina Yenifer a cenar y que no habla mucho pero parece preocuparse a medida que el vino desata el artículo 20 de la Constitución sobre la mesa -bendita ley mordaza- y no la pavita que nos comeremos durante la velada. Que tampoco será la que nos alimente, sino la que devoraremos sin piedad, por ser la invitada muy joven del hermano mayor, moderno de repente, que ha decidido, en plena crisis de los 50, separarse de su esposa veinticinco años después de que le advirtiésemos de que no le convenía porque no encajaba bien en la familia, justo cuando empezaba a encajar mejor en la familia. Aunque ningún extraño encaja nunca del todo bien en ninguna familia y menos si le faltan veinticinco años para alcanzar la edad necesaria para parecer la pareja nueva del hermano viejo, que no encajará bien en la familia por parecer hija suya, aunque le advirtamos de ello durante los próximos veinticinco años y aunque, esté operada, según sospecha mamá. Nosotros no somos de pavos en Navidad, básicamente. Preferimos el corderito. Que es como llamamos al chico francés, de Orán, que acompaña a Carmencita, la hija de la otra hermana, y que si no nos hubiese contado que estudió en París y que reside actualmente en Bruselas, donde trabaja Carmencita hasta que pueda regresar a España con un buen empleo acorde a sus estudios, pensaríamos que era morito, y no europeo. Que no es que en las casas malagueñas de bien tengamos casi nada atávico en contra de los moritos, pero mejor nos caerá quien sea, cuanto más cerca de Antequera sea. Por lo del sol. Nada que ver con el racismo. De todas formas, mamá, que es la que más se relaja con el vino navideño, no dejará de insistirle entre plato y plato sobre si sus padres también son de Orán, o si esa ciudad está al Norte o al Sur de Burdeos, que es donde ella estuvo una vez con papá, cuando era joven y guarda un gratísimo recuerdo. Papá no se acuerda de nada y por eso parece ser el único que disfruta de la reunión con inocencia o sabiduría. Ni le interesa la política. De hecho, sigue votando al PSOE, así que imaginen. Sí, todavía al PSOE, en serio. Y llegamos al pulpo. Siempre hay un pulpo en la mesa cuando el vino se lleva la vergüenza. Un sobón al que soportar. En nuestro caso, es el padre de Yenifer, que no ha terminado de encajar en la familia, aunque aconsejásemos a Carmen grande hace dieze años que no lo dejase por el qué dirán. Hoy le ha tocado a un lado la pava, pobrecita, y al otro, la amiga ruda que se ha traído la hermana mediana de la casa, de cuyo nombre no quiero acordarme. Siempre hay una hermana con la que no te hablas en las familias tradicionales malagueñas. Por una herencia o por neurología incompatible. Puede ser también por desavenencias con su marido, pero en este caso, sigue soltera. Siempre hay una hermana soltera, ojito derecho y pelota oficial de la madre en cada hogar. La amiga íntima de mi hermana mediana es todo lo íntima que se puede ser y un poquito más y todos lo sabemos en casa menos mamá, que se niega a aceptarlo, por más años que lleven cariñosamente viviendo juntas. Y no es que en nuestra familia tengamos casi nada en contra de la homosexualidad, que quede claro. A nosotros, mientras no nos toque de cerca, que cada uno haga lo que quiera con su vida. Pero nada de esto que he descrito es novedoso. Lo cuento mientras las mujeres se levantan a recoger la mesa y los hombres hablamos de política ultimando nuestras copas de vino. No porque seamos machistas en casa sino porque nuestras mujeres son serviciales y abnegadas debido a su buena educación. Lo nuevo y que quería contarles antes de liarme, es que mi tío Juan, el hermano de mi padre, al que acogemos con todo el cariño en Navidad, ha reconocido, llegado el postre, que vota a Vox. ¡A Vox! ¡Habrase visto! ¿De dónde habrá sacado esas ideas?
Cena de Navidad
19
Dic