Ayer, entre el truculento crimen cachopero y la renuncia del juez Marchena a ser señalado ni un segundo más, se nos colaba una y otra vez la noticia de la misa funeral del menos muerto de los fallecidos españoles. Ay, Arias Navarro, qué equivocado estabas.
Ayer, al Valle de los Caídos asistieron 400 cristianos a dar el do de pecho preconstitucional. Muchos, si los comparamos con los que acudieron a rezar hace un lustro ante la misma tumba. Muy pocos, si nos atenemos a la importancia del auge, ¡arriba!, que se empeñan en inculcarnos como noticia destacada, los medios que suponen que tendrá que serlo alguna vez, por tanto manoseo político, desde los restos.
Pero, afortunadamente, el 20 de noviembre de ayer pudo asomarse todavía a nuestra casa como una mera anécdota del telediario, como el recordatorio de un retuit de lo que sucediera alguna vez, en algún vagón de metro valenciano, durante el traslado de un grupo de personas con un megáfono cantante, donde, seguramente, lo más destacable fuese comprobar que varios de los que intentaban seguir a pleno pulmón el sonido magnetofónico del cara al sol, ni siquiera acertaban con la letra, por más chapitas alegóricas que llevasen, y lo más extraño, que no fuese tan sorprendente que todos ellos se hubiesen puesto de acuerdo en profesar la misma ideología ínfima en estadísticas, sino que además de eso, ninguno tuviese oído musical alguno, como para conseguir afinar ni una sola nota de la escala gregoriana. Nunca había escuchado aquel himno así, tan humano. Definitivamente, supongo que restará puntos pretender ser franquista y humano.
El resurgimiento de los andares de pato no es tal. En la misa de ayer dedicada al recuerdo del dictador, los corresponsales le ofrecían el micro a los asistentes que parecían de peor humor, por si declaraban algún despropósito más proselitista de lo habitual, capaz de asustarnos o removernos. En vano. Nada sucedió más comprometido que oír un insulto en la discusión de un recreo, o “Gibraltar español” con la media tinta de Casado. El reiterado discurso de los que salían del Mausoleo franquista se parecía a los improperios que dedicaban a la presentadora del programa “Equipo de Investigación” de la Sexta, Gloria Serra, cuando decidió desubicarse en medio del recorrido previsto por una manifestación contraria a la aplicación de ley de memoria histórica, para grabar una entradilla casual. Poco más se supo de franquistas ayer, a no ser por el que agradeció la construcción de pantanos, o la que exigió la beatificación del de la gracia divina, o por las tres activistas de Femen, que fueron bien agarradas por la policía, como se las sujeta siempre por llevar pintadas frases de titiriteras en el pecho, como que el fascismo legal es la vergüenza nacional.
No ha calado el divisor, menos mal. Siguen siendo cuatro los que añoran al tirano. Lo lastimoso es que uno de esos cuatro pueda ser nuevo, que lo haya descubierto ahora, y que juegue a banalizarlo. Me pregunto si habrá valido de algo situar en el centro del debate unos restos, teniendo un dividendo aún tan grande por restituir. Me molesta la presencia, la resurrección, el tejemaneje del personaje en mi salón. Al que le podía haber llegado el turno en su momento. Hace 40 años, o el año que viene. Sin prisas. Sin símbolos. Sin la Almudena. Cuando tengamos un presidente que no presuma de no gastar un euro en cerrar de una vez por todas, las viejas heridas por reconciliar que nos aguardan en los archivos, en las sentencias injustas y en las cunetas, vencerá la democracia y por fin, desaparecerán esos y todos los demás restos del franquismo.