Hay mucho ruido incluso sobre el ruido que se produce en nuestra ciudad. Para empezar, existen dos premisas que todas las partes en conflicto sobreentienden en sus discusiones previas y que se sustentan en meras especulaciones sin ningún rigor, ni estudio previo que las avale. La primera, tiene que ver con situar en el centro de la polémica la declaración de Zonas Acústicamente Saturadas y las medidas correctoras aprobadas ya en Pleno Municipal como salvaguarda del descanso ciudadano. Esta regulación pendiente de aplicarse y que divide a las asociaciones de sufridores somnolientos, a los partidos políticos, al gobierno local y a los empresarios aludidos, no pondrá, sin embargo, fin al ruido insoportable, ni mucho menos al problema que genera. Tampoco aminorará significativamente las molestias que padecen los vecinos por su causa. Estaríamos hablando, que quede claro, de reducir el horario de licencia de las terrazas de los bares, aún en los sitios más críticos, en sólo una hora y durante sólo unos meses al año. No permitiría la creación de nuevos negocios de restauración en lugares saturados de ruido durante un año pero sí mantendría a todos y cada uno de los que ya incordian en su mismo lugar y bien firmes, legitimados aunque escandalosos por la misma ley que supuestamente iba a corregir su insoportabilidad manifiesta. Las asociaciones vecinales aseguran que se levantarán de cualquier mesa de negociación si no se aplica ya esta ley mínima aprobada en octubre, que no le solucionará mucho que no sea el orgullo y puede que, la sordera. Con toda la razón del mundo. Ya está bien de este maltrato municipal constante. Son las únicas víctimas reales de este despiporre promovido sin querer por la fallida política turística local que nos embriaga.
Y por otro lado, los empresarios hosteleros amenazan con movilizaciones si lo del ZAS en su cara se aplica así, sin datos ni garantía alguna, por aproximación y sospecha de maleficio. Pues también llevan razón. Se decreta que un bar es molesto por su ubicación, no por hacer ruido. Se decreta que una calle es ruidosa por estar en el lugar equivocado, no porque sus mediciones acústicas así lo demuestren. Lo de justos por pecadores y la casa de los vecinos sin barrer y sin que ninguno duerma, en su máxima expresión de horror. Esta normativa insulsa puede servir para reducir los beneficios de los empresarios de hostelería, probablemente, pero nunca para devolver el silencio a los hogares de los residentes hartos. ¿No sería mejor perseguir al molesto y dejar tranquilo al que cumpliese con una normativa valiente contra el ruido, que velase, en exclusiva, por el derecho al descanso? Claro que, habría que incluir aquí a todos los ruidosos de Málaga, no solo a los que pagan sus impuestos. Y aquí llega la segunda premisa falsa que todas las partes asumen como indudable, supongo que, por inercia: los empresarios hosteleros son los únicos culpables de la mala vida que se les da a los vecinos por culpa del ruido. Hablen bajito, dice el alcalde sin sonrojo. No chille usted más, deberíamos decirle los vecinos del Centro. Déjenos descansar de una vez. Reparta sus fiestas por la ciudad y permítanos dormir algún fin de semana sin nuevas ocurrencias en desfiles. Devuélvanos la Semana Santa y olvídese del Año Santo y sus traslados, por lo que más quiera. No atraiga a las multitudes el mismo día, a la misma hora, al mismo sitio, que no cabemos, déjese de ferias y fiestas de guardar infinitas. Aunque usted considere un éxito el colapso del Centro, se trata de un fracaso estrepitoso en la convivencia y no sólo para sus residentes hastiados, también genera complicaciones absurdas de seguridad ciudadana y, por supuesto, perjudica al turismo de calidad. ¿No siente rubor organizando destellos navideños dos o tres veces diarias en calle Larios para confundirse de gloria, en lugar de hacerlo durante todo el día, sin concretar el horario, para que los comerciantes puedan beneficiarse de la llegada constante de clientes? No son los bares, Don Francisco, es su escasa previsión. Son los pisos turísticos incontrolados. Es su efecto llamada a las despedidas de soltero. Son sus ferias del botellón con las bragas en la mano. Es, en definitiva, el fracaso rotundo de su modelo de ciudad, absolutamente improvisado. Eso, y no la terraza del bar de abajo, es lo que nos ensordece.