La política se ha polarizado en España en los últimos tiempos. La crisis económica, la irrupción de Podemos y que se hiciese pública la fortuna de la familia Pujol, serían tres importante detonantes en una larga lista de causalidades. Las crisis económicas producen primero indignación pero, en cuanto las oficinas de queja del Estado del bienestar se derrumban, irrumpe el miedo insuperable atávico, que deja desiertas las colas y en el suelo, arrugadas, las reclamaciones redactadas cuidadosamente. Cuanto más profundo es el terror a un futuro incierto, antes se alumbran los movimientos patrióticos, nacionalistas y xenófobos que ofrecen cobijo y autoestima, hasta la exaltación o la extenuación, según asome el carácter de cada pobre ser humano al que engullan. Surgen los populismos contra los poderosos, que dirigen los poderosos que pueden financiarlo, o contra los más débiles del lugar, que dirigen los mismos poderosos que, claro está, pueden financiarlo. Al final se pelean los pobres entre ellos, defendiendo una tela que los justifique, o un himno, o unas siglas, o una Historia heroica inventada, y ganan los de siempre, los que han permanecido en la colina sin despeinarse hasta que se ha acabado la batalla y regresan cansados a su castillo, donde se desprenderán con agua caliente de los vítores que les han dedicado, orgullosos, sus heridos en el camino.
En nuestro caso, al principio estalló la indignación. Se hacía insoportable la podredumbre repentina a la que nos veíamos sometidos por extraños términos financieros que no sabíamos que guardábamos en casa. Entre primas de riesgo, hipotecas basura, desempleo y desahucios, se perdieron las esperanzas, que estaban entre los papeles de arriba. A la vez, se destapaban cada día nuevos casos de corrupción política y Podemos surgió prometiendo que nos libraría de la explotación de “la Casta”. Venganza social antes que bienestar económico. Así arrancó la polarización que movió al PSOE más al centro, como supuesta casta asustada, y al PP a su propia derecha, como clavo ardiendo al que agarrarse ante sus problemas judiciales. Podemos fue mano de santo para el ventilador asustaviejos del PP, por su transversalidad carraspeante, y Ciudadanos le dio una patada a la parte en que sus Estatutos lo declaraban partido Social Demócrata, viendo la coyuntura. Todos los partidos se movieron un paso a la derecha para arrinconar a los nuevos radicales peligrosos, del Irán bolivariano, al otro lado del ring.
Y de ahí a Pujol. La que se ha liado. Para desviar la atención del supuesto desfalco de familia, CiU amagó con sentimientos patrióticos catalanistas hasta desaparecer. Los que no eran independentistas, ahora lo son más que nadie porque si no se los comen, por traidores. Y se sacan las banderas hasta retorcerlas. Lo que no ha conseguido el populismo de un líder de extrema derecha en España, lo ha conseguido la defensa de un supuesto robo continuado en la Cataluña del 3 por ciento. Los nuevos populares han encontrado su rumbo en los balcones. Los poquitos militantes de la extrema derecha que quedaban se han convertido en defensores de la patria, la tradición, la Historia, casi en héroes de los autobuses fletados a tierra infiel, para quitar las esteladas de la vista democrática de los paupérrimos españoles. Que siguen siendo pobres, pero orgullosos y entretenidos.
Vox, Ciudadanos, el PP, luchan por la hegemonía de la bandera española y la derecha. La polarización de la política ha logrado que donde todos los partidos querían estar hace un año, en el Centro, se haya quedado vacío. Nadie quiere ahora ese espacio. Conmigo o contra mí. Orgulloso de la España imperial, o de extrema izquierda. Apruebas mis presupuestos, o de extrema derecha.
La política española se ha convertido en un dónut, con himno nacional, vivas a España y Reyes Católicos en los discursos. Ya no hay gaviota, ni música latina, en los mítines del PP y eso me asusta. ¿Quién me iba a decir a mí, que los iba a echar de menos?