Ya se ha anunciado que el 30 de noviembre se encenderán las lucecitas de la felicidad navideña que otorgan fama de cosmopolita a nuestra ciudad en el mundo entero, según nosotros mismos. De hecho, el gran proyecto de gobierno del equipo de Francisco de la Torre de aquí a las próximas elecciones municipales consistirá en pulsar ese botoncito que nos capacite de nuevo para considerarnos como al auténtico pueblo elegido y verdadero abrillantador del Adviento universal. ¿No han oído nunca aquello de que en Nueva York nos copiaron los adornos? A mí me lo contó un taxista, orgulloso, que lo había oído por ahí. Qué pena que fuese absolutamente falso. Irrisoriamente absurdo. ¿Qué importa? Volveremos a ser divisables desde el cometa Halley y, otra vez, cegaremos a quien intente conectarse con nosotros en directo a través del google maps. Con creérnoslo, basta. Y nos encantará. Sí, ¿qué pasa? ¿Qué mal hacemos a nadie siendo los mejores de pacotilla? La señora Porras nos sirve gobernando en Málaga para encargarse de esta parte anímica, que atañe directamente a nuestra baja autoestima revolviéndose energúmena. Ella nos comprende porque es uno más de nosotros, una persona con entrañas malaguitas, que refrenda su trabajo a pie de calle y que igual sabe de bragas en la mano, que de retrasar un procedimiento sancionador en urbanismo, si hiciera falta. Es la mejor fontanera de un ayuntamiento que hace aguas, la pobre mujer. Si cantara, la voz le saldría de donde los bemoles a Lola Flores. Menos mal que no, y que su faceta artística la usa para dotarnos de algunos ratitos soberbios de cañita y pandereta. La peor parte de nuestra idiosincrasia es precisamente esta, la que nos inculca tal conformismo que nos impide mejorar.
Para los que no pueden permitirse viajar, lo de Málaga es grandioso. Y de lo grandioso de Málaga, se encarga Porras, por soleares. Y sí, nos gusta disfrutar de nuestra calle Larios bendecida por el buen gusto del señor Ximénez, perdón por el gusto del señor Ximénez. Porque bastantes penas soportamos el resto del año como para que no se entienda que en esta época nos merezcamos este mínimo derroche municipal en excesos fútiles, o para que se critique el colapso en el tráfico, o los problemas de seguridad que pueda generar tal aglomeración de personas… pues no, todos estos quebrantos habrán valido la pena en cuanto a que cientos de miles de votantes malagueños podremos haber paseado gratuitamente bajo el arco lumínico ese que parece ser tan importante porque siempre hay cola para verlo, empujando el carrito del bebé y con un móvil que dé fe de lo afortunados que hemos sido por disfrutar del ataque epiléptico fotosensible sin que nos haya producido daños considerables.
Si por el alcalde fuese, adelantaría la fecha del encendido al 30 de octubre. Qué digo al 30, al 10. Entonces nadie se fijaría en los pies de los responsables de su gobierno, ocultando documentación de la gerencia de urbanismo bajo el tapete. Si no lo hace -que no lo descarto del todo- será porque hacemos demasiado ruido. Málaga está muy sucia porque sus habitantes somos incívicos, sin que nada tenga que ver que únicamente se frieguen 140 calles y se baldeen 30 diariamente de las más de 5.000 que recorren nuestra ciudad. Por otra parte, las sanciones de la Gerencia de Urbanismo no prescribirían si no cometiésemos faltas urbanísticas, claro. Tampoco seríamos tan pobres si hubiese llegado a Málaga la Agencia Europea del Medicamento junto a miles de funcionarios con alto poder adquisitivo. ¡Pobres, que somos unos pobres, y por tanto culpables de las estadísticas que nos señalan paupérrimos! Ahora, además, el problema del ruido lo achaca a que hablamos muy alto. De la continua parranda que organiza Porras en el Centro, no dice nada. Falta que nos culpe de la parálisis que sufre la ciudad por haberle votado.
Qué ganas de lucecitas. Para no pensar en el hotelito, ni en los terrenos de Repsol, ni en Limasa, ni en el Metro, ni en el Astoria…