Los malagueños no tenemos un buen concepto de nuestros conciudadanos. Supongo que, desde tiempo inmemorial. La culpa debe tenerla esa misma rambla que todos los alcaldes históricos que se precien, han soñado con tachar o transformar en un vergel, sin ningún éxito. El cauce del Guadalmedina separó nuestra ciudad en dos clases de homínidos, los que tenían tiempo para hacerse preguntas existenciales y los que tenían que comérselas para subsistir, y a partir del S. XVIII y, sobre todo, durante el S. XIX, esa distinción feroz entre los industriales adinerados venidos de toda España al fulgor de nuestro vino y la mano de obra hambrienta malagueña obligada a competir entre ellos por un trabajo miserable, originó ese rencor entre pobres que ha arrastrado nuestra sociedad, filoxera mediante, hasta nuestros días.
Así, los malagueños solemos distinguir entre señores que se visten por los pies, entre los que nos incluimos a nosotros mismos y a nuestros familiares hasta el segundo grado de consanguinidad, junto a los de economía saneada y fortuna demostrada; y arrabaleros con equipos estruendosos de música en sus coches, que son todos los demás. Consideramos merdellones a nuestros vecinos y pura chusma a los que viven aún más alejados que nosotros del precioso centro urbano. Nos hacemos círculos concéntricos mentales para dividir a las personas por distritos y asignarles un rol de incultura, poco civismo y peor educación, directamente proporcional a la distancia entre calle Larios y el Barrio de El Limonar, con su inmundo lugar de residencia. La Palmilla se lleva la Palma. O al revés.
Debe de ser por eso que Málaga es la única ciudad del mundo en la que la ciudadanía echa la culpa de sus males a sus vecinos y no a los verdaderos responsables de sus problemas. No exigimos que corrijan las carencias de nuestra ciudad a los únicos que pueden solucionarlo con la ley en la mano, con la legitimidad democrática, con la asignación presupuestaria suficiente financiada con nuestros impuestos, o sea, a nuestro Ayuntamiento, sino que nos indignamos porque estos no persiguen ni multan a nuestros conciudadanos, macarras, barriobajeros.
Por supuesto, a esto juega nuestro Ayuntamiento. Su ineficacia es nuestra culpa. Su incapacidad es nuestra culpa. Su falta de planificación, también. Si no cometiéramos infracciones urbanísticas, no habría tantas multas sin tramitar en el cubo de la basura de la Gerencia. Esto se asegura en ruedas de prensa, así, como suena. La culpa es del malagueño merdellón, siempre. ¿Y la suciedad? El concejal responsable señaló a las palmeras, como las culpables. Como los burros, o las garitas en la mili, que se arrestaban, sí. La culpa de la suciedad en nuestras calles era de las palmeras. Claro, no sólo de las palmeras, por supuesto: también del malagueño merdellón, siempre.
¿A que lo piensas? ¿A que la culpa de ese vómito antediluviano que hay petrificado en el alcorque de la esquina de tu calle es de quien se sintió mal, ¡guarro!, y no de tu Ayuntamiento, que no lo ha limpiado en un año? ¿A que sí? ¿A que lo que tendría que hacer el gobierno municipal es desplegar al ejército en las calles para vigilar y multar a los que la manchan y, no tanto cumplir con su obligación de mantenerlas limpias? ¿Somos tontos? No creo, sinceramente, que seamos tan medellones como imbéciles…
Estuve en Holanda de vacaciones, por ejemplo, y me alojé en una ciudad de 600.000 habitantes, en un barrio en las afueras, en una callejuela sin historia. La baldeaban dos veces diarias. A las 7 am y a las 23 pm. Los seis días que estuve. ¿Puede haber cochinos en Holanda?
En Málaga vivimos 600.000 personas. Y necesitamos un servicio de limpieza para 600.000 personas. Para 600.000 limpios o sucios ciudadanos. Sin excusas. En la Avenida de Barcelona las palmeras son incívicas. El Ayuntamiento, más. No limpia los desechos negruzcos pegajosos que la naturaleza merdellona de nuestras palmeras arrojan al suelo. ¿Cuánto tiempo hace que no ven un camión del servicio de limpieza municipal en su calle, en su barrio?
¿Quiénes serán los ineptos, los ineficaces, los merdellones y los guarros? Sus vecinos, claro. La culpa es del malagueño merdellón, siempre.