En España, nos gustan los extranjeros. El Plan de Estabilización franquista apostó por el turismo en 1959 y, desde entonces, los Hermanos Ozores echaron el resto para contribuir con su granito de arena de playa virgen, a la buena causa del sector servicios. Del turista 10 millones del 62 al tardolandismo de la transición, nos cubrimos del dorado sueco imaginario y, hasta hoy, que nos llega el cariño mutuo al cuello. Al turismo internacional, una sonrisa. Los queremos. Por la tesis de Nancy. Porque los guiris son inofensivos, un tanto derrochones y liberales en las cuestiones amatorias. Justo lo que necesitábamos. Eso decía el canon y eso seguiremos esperando de ellos, otros 50 años si hiciera falta, con los mismos brazos abiertos.
Me reitero, no, no somos xenófobos en España. Sin embargo, me canso de oír en mi telediario que si se produce el auge de la xenofobia por aquí, que si hay una manifestación neonazi por allá. Afortunadamente, eso, no nos afecta a nosotros. Si acaso, serán las suecas francesas que venían a Torremolinos o a Benidorm, o sus hijos, que no habrán sabido envejecer. Nosotros ni tememos, ni rechazamos, ni odiamos al extranjero en nuestro país. Eso es falso.
Otra cosa es la raza. Eso es asunto mayor y de recio abolengo. Los españoles como dios manda tenemos escudo de armas y somos patriotas, blancos, católicos y orgullosos hasta del último pelo de nuestro pecho. Bajitos pero machotes. Mantuvimos un imperio, ¿qué se creen? Una cosa es que nos caigan bien los turistas extranjeros y otra, que consideremos a todos los seres humanos iguales a nosotros. No. Eso no lo tenemos tan claro en España, no. Iguales en derechos en su tierra, por supuesto, pero ¿aquí? Como diría Trump: America first. Los españolitos, primero, la duda ofende. ¿Los demás?, ¿qué asilo? ¡A su país! O si no, tú que los defiendes tanto, los metes en tu casita. Porque estamos nosotros, los españoles viejos, en la cúspide de la pirámide; luego están los negritos, diferentes por su color; los musulmanes, distintos por su religión; los gitanos, diferentes por sus extrañas costumbres; y, junto a estos, toda una serie de indeseables que vienen a matarnos, a robarnos, a violarnos, a quitarnos el trabajo, a quedarse con las ayudas sociales, a colapsar nuestra sanidad, a dejar sin plaza en las escuelas a nuestros hijos, a ocupar nuestras casas. !Y las administraciones lo permiten¡
El año pasado nos visitaron 81 millones de turistas extranjeros, y cruzaron nuestras fronteras a nado o a sangre viva, 27.000 migrantes. Una avalancha, ¿no la veis? Unos son pocos y otros nos sobran. ¿Saben cuántos españoles emigramos al extranjero en 2017? Casi el triple de los que llegaron aquí sin aliento: 76.000 hombres y mujeres. De hecho, dos millones y medio de españoles sobreviven fuera. ¿Colapsando las universidades extranjeras? ¿Serán blanco de las críticas xenófobas o racistas en los países de acogida? Probablemente. America first.
Sí, en España somos racistas. Muy racistas. El caldo de cultivo está servido y sólo hace falta un orador populista que recoja el guante y nos lleve a todos a una, contra las razas inferiores usurpadoras de nuestro bienestar. Alguien que comprenda la necesidad que tenemos los ciudadanos de identificar un responsable al que achacar todos nuestros problemas. Que sea débil, por favor. Vencible, por misericordia.
Porque a ver, ¿qué prefieren, que nuestra situación de precariedad se deba al liberalismo económico, a los sistemas financieros, a los tejemanejes intangible de banqueros o fondos de inversión, o, quizá, que “la cosa” se deba y se solucione expulsando a los sin papeles de nuestro país? Está claro, ¿no?
Me persigno para que no llegue otro caudillo que nos guíe.