Últimamente las noticias del telediario sobre Málaga me tienen en un sin vivir. Si hace unos días resultaba que las medusas habían elegido en exclusiva nuestras playas para un ataque masivo, ayer éramos protagonistas de la previsión del tiempo por la ola de calor que nos disponíamos a sufrir. Treinta y ocho gradazos, mientras que en Córdoba, donde el debate ciudadano del verano se centra en la oportunidad de en erigir un monumento al inventor del aire acondicionado, se van a quedar en treinta y seis. Nos pasa todo, y así están las criaturas, que anteayer un vecino de El Palo abolló con una sombrilla de playa la carrocería de la ambulancia que había ido a atender a un familiar suyo, aunque nadie nos ha contado si fue porque el exceso de calor le había anulado el juicio.
Está la cosa que arde, y dado que las calles del centro que habito están a rebosar de juerguistas al vapor y corro el riesgo de ser detenido por intentar abollar a alguno con el palo de mi sombrilla, decido quedarme en casa junto al ventilador escuchando la radio. Habla un experto filólogo sobre el disparate sintáctico y semántico de manipular nuestra sacrosanta Lengua Española para incluir al género femenino. Por lo visto a alguien se le ocurrió emplear la palabra testiga, una burrada muy gorda porque en latín, testigo y testículo están emparentados, dice el experto. Siempre que se produce un intento de progreso en cualquier ámbito o disciplina, hay quien recurre a las esencias para impedirlo. Se recurre a la superioridad de la raza, la cultura, las costumbres y tradiciones para argumentar contra la acogida de inmigrantes o refugiados, se recurre a las raíces del cante jondo para criticar a quienes interpretan el flamenco de acuerdo con lo que escuchan y respiran, se recurre al origen de la lengua para evitar que terminemos teniendo demasiadas testigas de nuestra resistencia a tener más presidentas, directivas, médicas, juezas.
Puede que en privado tardemos, o incluso no lleguemos, a preguntar a nuestra hermana cómo están sus hijos e hijas; abreviaremos preguntando cómo están los niños, pero me pregunto, siendo decisión de cada cual cómo hablar en público, por qué molesta tanto que se diga ellos y ellas, los y las, nosotros y nosotras. Antes, en los espectáculos el maestro de ceremonias saludaba diciendo “señoras y señores”, y no salían defensores de las esencias filológicas a protestar por nada. No tan antes, hubo una corriente alternativa que decidió suprimir el masculino en sus discursos, pero aquello fue tan minoritario que no dio ni para tertulias de radio. Para aquellos que hablan de la economía del lenguaje y de la inclusión de todos y todas en un solo género, tal vez sería una solución.
Llega el momento de la publicidad en el programa de radio y salta una cuña del Ayuntamiento de Málaga recordándonos, mayormente a los del género masculino, que cuando una mujer dice que no es que no, y que solo es sí cuando te dicen que sí. Me pregunto si el pontífice de la lengua la habrá escuchado, y resoplo barruntando que, en tal caso, cuando le abran el micro de nuevo nos dará una clase magistral sobre la tautología. Así que cambio de emisora, justo a tiempo para escuchar que la salud de Aretha Franklin parece haber mejorado momentáneamente, y recuerdo con cierta congoja aquella actuación suya en la toma de posesión de Obama como presidente de Estados Unidos, y en cómo toda aquella esperanza de que las cosas cambiaran se diluyó como un azucarillo, y de aquel presidente culto, elegante, encantador, hemos pasado a lo que hemos pasado. Pero el mundo avanza así, un pasito palante y un pasito patrás, y por eso su canción más gloriosa, Respect, un canto feminista que compuso en 1967, no solo la sobrevivirá mucho tiempo como un monumento musical, sino que seguirá teniendo vigencia, aunque sea para resumir lo que late en el fondo de intentos de cambiar el lenguaje, listas paritarias o cuñas de radio que ya no deberíamos necesitar. Todo es cuestión de respeto.