En el bar de abajo sólo se habla del VAR. Es el nuevo ojo que todo lo ve en clave futbolística, y al que rezan los forofos cuando no les gusta lo que aparentemente ha ocurrido en el campo a primera vista. Ahora se nos ofrece una segunda oportunidad de justicia, con más probabilidades de éxito y de superar una ronda de chupitos hacia octavos junto a nuestra selección, que con el programa de motor que, a finales de los 70, pretendía reconducir nuestra impericia por las espantosas carreteras de la época: éramos el único animal que tropezaba dos veces en la misma piedra, ¿recuerdan? Contra Yugoslavia, para ser más precisos.
Aunque sin VAR, llegaron los mejores tiempos del color en los balcones y en los campos de fútbol, hay que reconocerlo con nostalgia. Dos eurocopas y un mundial, con sus mareas de la roja, sus bocinas y el cava dependentista, o sea que dependía tomarlo de si había que trabajar o no al día siguiente. Pero este año, tras la escalada de grises que nos ofreció la federación a dos días del inicio del mundial, parecía que quisieran reponer el programa de seguridad vial para que chocásemos contra la maldita roca de los créditos antes de empezar a perder, a hierro. Y casi, lo consiguen con nuestro ánimo. No había ni banderas colgadas en las calles, ¿qué pasa? Un mundial por olvidar en Brasil 2014 y una eurocopa olvidada ¿en Francia o dónde?, ¿en 2016 o cuándo?, pudieran tener la culpa del nubarrón derrotista, y no sólo Rubiales o Florentino. Quizá fuese por Torra. O porque nos han torrado ya más de lo soportable con el rollo nacionalista de aquí o de allá. El caso es que no había ambiente de victoria ni de cruzcampo.
Esto hasta el VAR y su aire fresco. La tecnología primera que nos traslada en el tiempo. Unos segundos atrás, abróchense los cinturones. Te rebobinan la esperanza. A mí personalmente, el VAR me ha devuelto la fe en el fútbol. Lo que me quitó Mourinho, me lo ha devuelto esta tecnología ciega. Casi que nos ha traído a los dioses al terreno de juego, ¿qué mano antediluviana de Maradona ni qué ocho cuartos? El VAR es la verdad revisada a plays, el sueño de los justos. Ya nadie va a protestar la jugada y con ello, Pedrerol, por fin, se verá obligado a rebajar el amarillismo de nuestras sobremesas. Yo para afirmar el VAR le aportaría enjundia religiosa, eso sí. Casi un guardia civil y un cura presentes. Añadiéndole ese toque místico, el VAR sería orwelliano y misterioso. De secta democrática. Como que los jugadores se arrodillasen mientras los del bar decidieran. Perdón, los del VAR. O que se apagaran las luces del estadio durante los minutos de intriga, casi celestial. Aunque un poquito de ese aire arcano ya se lo han conferido los rusos, la verdad. Las imágenes que se muestran de la sala oscura del VAR durante las retransmisiones, nos hacen imaginar a los árbitros iluminati encapuchados y a algún descendiente de Rasputin dirigiendo la realización audiovisual desde el oráculo. Por eso y porque por ahora nos ha beneficiado, me gustará tanto. ¿Te ha metido un gol Irán? ¿Le has metido otro a Marruecos en fuera de juego? Tranquilo. Este no es el mundial de Al-Ghandour ni jugaremos contra Corea en su campo. Tassotti no le dará más codazos a nadie impunemente. Ni Míchel imitará a McEnroe -¡la bola entró!- si nos tocara cruzarnos contra Brasil. Ay, Rusia.
Teniendo el VAR y poniéndole unas velitas, sólo nos queda la prensa deportiva española y 16 equipazos clasificados para octavos en contra. A ver si vuelve el buen juego y nos divertimos en el bar. A ver. A ver si aprovechamos la segunda oportunidad.