Málaga sin malagueños sería una ciudad perfecta. Voy a terminar creyéndomelo y, a poquito que mi ánimo decaiga, pidiendo perdón por estorbar. Estoy a un paso. Afortunadamente, mañana empieza el verano y esta melancolía de pobre, supongo que se me aliviará con sol y playa, unas cañitas y el mimo de los amigos, también pobres, que siempre te acompañan bajo una sombrillita de Victoria allá donde se la pongan. La pauperrimidad común del malagueño común se comparte y se reconforta con palmaditas en el hombro de las que se dan y se reciben al mismo tiempo. No es para menos. Superamos el 20% de desempleo en la capital, qué os voy a contar, es una barbaridad que podemos hacer pequeña con peores datos, aún más espantosos, todas las veces que odiemos. Por ejemplo, casi el 40% de los malagueños vive bajo la pesada losa de ese umbral maldito que los recalca, por si tuvieran dudas, como auténticos pobres de solemnidad. Cuatro dedos de una mano de diez que tengo. Los afortunados que tenemos la suerte de trabajar -un rato, algunos días, no sabemos hasta cuándo-, de media, hemos visto reducirse nuestro sueldo en 618 euros anuales desde 2008. Por eso será que la mitad de nuestros trabajadores, ¡cinco dedos y sólo me quedan los de los pies!, disponen de menos de 850 euros mensuales para sobremalvivir. Me vuelvo al bar para reconocer que el manido consuelo de tontos se agradecerá en la mayoría de los casos, claro, pero en este en particular, además, con terracita y al fresco, posiblemente se agudice la amnesia alentadora. Vaya, que da hasta un poquito de vergüenza quejarse de ciudad, con lo bien que se vive aquí, he de reconocerlo.
Pero sí, no lo puedo remediar. Observo la parte peatonal y museística del cartón piedra que ha creado el señor Francisco de la Torre a su imagen y semejanza, como hombre inteligentísimo y preparado que es, de buena familia y justa fortuna, bien ganada a pulso con esfuerzo, y me siento fuera de lugar. ¿Esto es para mí? Me lo suelo preguntar a la carrera, de vuelta al barrio, en cuanto me sorprendo a mí mismo pisando el impoluto suelo de la almendrita más de lo debido, por miedo a defraudar al turista si me pregunta alguna cosa de cultura general picassiana que no me sepa o, sobre algún trono de la semana santa nueva continua que tampoco, ay, dios mío, ¿de verdad esto es para mí?
Mi barrio es otra cosa. Está sucio y pobretón. Según el equipo de gobierno de De La Torre porque soy un guarro. Y pobre, vale, pero guarro, no me considero. La culpa de la suciedad era de las palmeras y de los malagueños que lo manchábamos todo. Ya empezábamos a sobrar. Lo nuevo es que también tenemos la culpa de que Urbanismo sea un desastre. Si los malagueños cumpliéramos con nuestros deberes urbanísticos, según nuestro alcalde, no habría tantas denuncias y asunto arreglado. Un discurso un tanto anárquico. Ya puestos, podía pedir que no cometiésemos delitos para prescindir de la policía también. Yo no sé. Sobramos, ya te digo. Su ciudad es para otros, que aún no existen si no es en su cabeza.
Y sobre el PIB, Don Francisco dijo el otro día en una presentación en la que opinaba sobre la escasa clientela local que acudía a los restaurantes con estrella michelin de la provincia, que en Málaga era muy bajo y que por eso no podíamos permitirnos pagar lo que costaban sus menús. Pero tenía la solución. Bueno, no, el empeño. Don Francisco soluciona poco pero se empeña mucho y, a tenaz, no le gana nadie. Tenía el empeño de traerse a Málaga organismos internacionales (como intentó con la agencia del medicamento) para atraer funcionarios con alto poder adquisitivo. Miles. Definitivamente, creo que le sobramos. Aunque puede que no. Tal vez necesite camareros.