Mañana regresa la política al menú de nuestras vidas. Otra vez Pedro Sánchez se ha precipitado en tromba ante su nueva ocasión de gobierno, ahora caída del cielo por las corruptelas infinitas del PP aunque, como en sus anteriores planchazos, deberá superar la yincana imposible de reparos que le han impuesto los barones de su propio partido, antes de enfrentarse a la moción de censura contra el gobierno de Rajoy.
Para esta próxima tentativa, se (le) ha permitido realizar una llamada telefónica a los demás partidos de la oposición parlamentaria, eso sí, sujeto a unos límites muy difíciles de cumplir. Les ha cantado la famosa canción de los payasos de la tele, la de mi barba tiene tres pelos, intentando no equivocarse al llegar a esa parte en la que se eliminan la barba y los pelos de la letra del himno de los abuelos. Como no podía negociar con ellos, la conversación debió tornarse en algo absurdo parecido a esto: te llamo porque mi ummm tiene tres ummm. Y le colgarían todos -de un árbol imaginario primero- con profundo desánimo y con Eme Punto Rajoy dos años más en su horizonte y su pesar.
No sé cómo se puede hacer una moción de censura sin negociar con los demás partidos políticos. Si sé por qué. Todos lo sabemos. El PSOE se suicida con Susana o por Susana, sin más opciones rubalcabescas que urdir entre medias. Sólo ella podría negociar con independentistas y sus demonios porque no le quedaría en el PSOE ningún otro barón a su derecha para detenerla. No sé si como solución o como destrucción definitiva, pero lo que sí deberíamos tener claro ya es que el futuro del PSOE pasa ineludiblemente por Susana Díaz; cualquier otra cosa sería -es- este peso muerto inamovible.
Esta moción de censura sólo podría salir adelante incluyendo los votos favorables de los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Solamente así. Única y exclusivamente así. Pero de cara a la galería, se pretende dar la imagen, desde la baronía rancia y poderosa sobre todo, supongo, de que no se negociará nada con ellos. No se ofrecerá nada a cambio de un apoyo ciego sospechoso. Pero nada de nada. Ni un pelillo de la ummm. Sus votos sí valen pero no su ideología, ni su pensamiento, ni comparar programas, ni, ¿qué dices?, su complicidad. Entonces, ¿por qué les iban a votar? ¿Gratis? ¿En política?
No. No votarán a Pedro Sánchez por ser distinto, ni siquiera por suponerlo más honesto que Rajoy o que los peores de su pandilla. El voto ético no existe ni en el imaginario más inocente de Pedro Sánchez recién levantado y en ayunas. Si quisiera el PSOE ganar la moción de censura tendría que negociar y ofrecer contraprestaciones a cada partido. Eso es política y lo demás, juegos florales. Si no se fuera a negociar nada, ¿para qué la moción?
Por supuesto, se negociará y se recogerán votos, no lo duden. Queda por saber cuánto ofrecerán y si será suficiente para convencer al PDCAT o el PNV, con sorpresa, estupor y exorcismos a propuesta del PP o Ciudadanos en las plazas. Pero ¿quién mantendría ese gobierno, quién contendría a esos barones, y durante cuánto tiempo sería sostenible la situación?
Como siempre, Pedro Sánchez llegará mermado al cuerpo a cuerpo y con escasas opciones de alcanzar el apoyo suficiente. La diferencia más interesante será la que proponga Rajoy en su defensa, pues en esta ocasión no saltará fresco al ring, sino que, por primera vez, empezará situado contra las cuerdas. Puede perder la moción o ganarla y, en caso victorioso, esperar a la siguiente, más complicada de salvar si, como parece, PSOE, Ciudadanos y Podemos se unen para convocar nuevas elecciones. Rajoy perdería siempre, salvo alguna cosa. Sí, salvo alguna cosa rajoiniana no demasiado improbable: ¿y si ganara de nuevo esas nuevas elecciones?