El alcalde de Málaga aparenta estar en una forma portentosa. No le cabe otra. La hiperactividad la combate con largas jornadas de besamanos en las que corretea de inauguración en presentación dedicando amables palabras al protagonista de cada evento a los que acude, uno tras otro, hasta desfallecer. A mí, a veces me asusta por el derroche de conocimientos que demuestra sobre el ciudadano anónimo al que le ha tocado alagar durante los siguientes quince minutos de gloria ajena. Es como un rey mago, que todo lo sabe. O como una abuelo disfrazado de rey mago que también casi todo, aunque cambiándole los nombres y las fechas por causas naturales.
Sin duda, la que maneja el alcalde no es la información privilegiada que usan otros políticos profesionales con fotocopias subrayadas por sus responsables de comunicación, sino la información personalizada de tantos años acudiendo a actos públicos para dar la mano u otorgar medallas, con el añadido de una excelente memoria como testigo, que empieza a claudicar por falta de espacio. Así, D. Francisco de la Torre puede hablarte de lo buena persona que era tu padre o de lo bien que tocaba la guitarra tu hermano antes de dedicarse a la industria farmacéutica, llamándolos Emilio sin despeinarse, y haciendo un paréntesis público a tu conferencia sobre la aeronáutica picassiana. Y no sólo de un sitio a otro, también en su despacho, en el Pleno o supervisando otras áreas, este hombre, Super Paco, no para; un coagulante para prevenir ¿el paso del tiempo? y a correr.
Debe ser por ese afán de demostrarnos agilidad que ha sacado a relucir esta semana una solicitud de licencia de obra menor, de la que ha tenido noticia desde la Gerencia de Urbanismo. Con el sobresfuerzo que rezuman, de no dar abasto, qué fenómeno nuestro alcalde por permanecer minuciosamente al tanto de cada documento al que dan trámite. Mira si tendrán follón en la Gerencia que esta misma semana el concejal responsable, Francisco Pomares, se ha visto obligado a reconocer que tiene en la papelera más de 4.000 denuncias por infracciones urbanísticas sin tramitar entre los años 2006 y 2009, que ya han caducado, y otros ochocientas y pico expedientes abiertos hasta 2016, que también han tenido que archivarse por lo mismo. Tampoco, los datos del informe de Morosidad del último trimestre que emite el Ministerio de Hacienda y Función Pública los ha dejado en buen lugar: dictamina que el 11% de las facturas de la Gerencia de Urbanismo se pagan fuera del plazo estipulado por la ley. Y todo ello a pesar de que sus empleados sean de los mejor pagados del Consistorio o de que algunos de sus exjefes sigan cobrando complementos personales vitalicios. En definitiva, la Gerencia de Urbanismo no funciona, es un hecho. Le faltarán recursos o más jefes vitalicios que pongan orden, los pobres. Pero, aún así, a pesar de esa nube de papeleo que los inunda en el imaginario colectivo, de su ineficacia entre la polvareda y las torres de carpetas con expedientes en vías de caducidad, sorprende que el alcalde tenga noticia de un papelito que ha llegado con la solicitud de licencia de obra menor a nombre de de un tal Emilio Banderas, para no se qué de un teatro. Ha pedido en público que le den celeridad, por tratarse de algo cultural y no sé por qué, me ha recordado a aquel otro teatro que estropeó hablando de más. Menos mal que el perjudicado de entonces, Antonio Banderas, se habrá cuidado de que no vuelva a sucederle lo mismo, pidiéndole de una vez que se calle y que deje de apoyarlo de manera tan absurda, pues si fue capaz de irse y triunfar en Hollywood, él solito se valdrá para resolver esos cuatro trámites tontos que tiene por delante. Sin prisas ni empujones. Ya sabrá, por experiencia y por la cuenta que le trae, que le irá mejor así que mal acompañado por un super hombre portentoso, con exceso de actos y responsabilidades, de eterna juventud que demostrar y de euforia incontenida, al que empezará algún día a flaquearle la memoria -me persigno-.
Por cierto, ¿quién será ese Emilio?