El Ministerio de Interior ha inaugurado la cárcel de Archidona, tras cinco años de abandono y pérdidas millonarias, casi para celebrar el día de Andalucía. Parece una advertencia de esas que tramaban los señores feudales, aunque el sur de Despeñaperros no sea tierra de sublevaciones. Como signo de que corren nuevos tiempos, aquella tradicional ejecución del reo con motivo de alguna fecha señalada, se ha cambiado por un tour guiado para quienes deseen ver las instalaciones, niños y niñas incluidos, como parte de un fructífero programa didáctico. Quizás el paseo incluya alguna broma de esas de dejar a alguien encerrado durante un rato en la celda, o esa tan clásica de arrojar una pastilla de jabón al suelo cuando lleguen a las duchas. No sé, algo efectista. No imagino por qué alguien querría perder su valioso tiempo descubriendo los vericuetos de un recinto vallado y con rejas. Puede que el visitante imagine sus días futuros tomando el sol en aquellos patios y quiera saber la pared donde más calienta, o el escalón más cómodo para sentarse. Hay personas que son muy previsoras y prefieren tener todos los cabos bien atados, con sus reservas de habitación hechas de antemano. No encajan esos sobresaltos con los que el destino castiga al hombre. Lo mejor en estos casos es echar un ojo a la futura residencia para que el posible ingreso no se traduzca en nervios y prisas de esas que inducen a errores. Sería interesante saber cuántos políticos han ido de excursión por allí.
El caso es que la sombra de la prisión es muy alargada sobre aquellos campos de Archidona y el norte de la provincia de Málaga, zona que presenta graves problemas de un desempleo siempre ligado a la estacionalidad del campo y a su falta de lluvias o de lluvia de subvenciones. Pero es lo que tenemos. En lugar de cortar la cinta de una fábrica, como se hace en el norte peninsular con cierta frecuencia, en nuestro sur nos debemos conformar con que el dinero público alce pabellones de traza industrial, aunque se trate de recintos penitenciarios. Nos falta iniciativa privada y visión de mercado a pesar de que tenemos los productos. Hasta hace poco tiempo, grandes cubas llegaban desde Italia para comprar el aceite en esas mismas tierras; luego lo vendían envasado al extranjero e, incluso, a España. No sé si alguna botella regresaría al lugar donde nació su contenido, pero con el precio multiplicado en la etiqueta. Negocios coloniales: te compro por 5 y me lo tienes que comprar por 500. Los franceses, muy amantes de su tierra patria, construyeron los centros de internamiento en sus colonias; luego, los americanos, con mayor instinto comercial, realizaron películas y best-sellers con los episodios de fugas; ahí está “Papillon”.
Un buen amigo malagueño, harto de comer en bares y restaurantes, encarga la comida mensual para él y su pareja, a una de esas compañías que la sirven por transporte rápido y envasada sin conservantes. Unos minutos de microondas y listo. Discuto con él por el daño medioambiental que ese tipo de hábitos provoca, pero reconozco que la vida de ambos escenifica una locura diaria. Acudir al mercado, comprar producto fresco y preparar el almuerzo, significan suplicios añadidos a sus circunstancias. La compañía tiene su sede en Madrid y la cocina más próxima en Sevilla. La nueva prisión está rodeada por unos extensos olivares, como ya he dicho, y a pocos kilómetros se halla la Vega de Antequera, una de las zonas más fértiles de esta provincia que aún importa alimentos procesados desde más allá de sus fronteras. Falta un planteamiento empresarial que evite esa dependencia de la meteorología que Málaga sufre tanto en el campo como en la playa. Si así hubiera sido, puede que este centro llamado Málaga II no habría tenido que ser inaugurado por falta de una clientela que, en su mayor parte, se halla recluida por delitos relacionados con el narcotráfico, dada la falta de perspectivas de futuro que ofrece el panorama laboral. Málaga, una tierra repleta de posibilidades que despega hacia otra cárcel.