El himno. Si ya te aburre el tema, huye de aquí. A mí me queda esta última pataleta y lo dejo, junto al tabaco y las salidas nocturnas de los viernes sin blanca ni esperanza. Casi que voy a defender a Marta Sánchez, aviso a los del toque a degüello contra la cantante, que conmigo no cuenten, que me gusta rendirme y entregarme prisionero. Mi espacio natural se encuentra entre los suplentes del equipo perdedor, probablemente porque llevo a la espalda un doce de nacimiento, antojo de mi madre, y se me da mejor animar en la derrota que competir contra los buenos. Hasta guardo la camiseta equivocada de olé olé, la de Vicky Larraz, a la que yo auguraba un dulcísimo porvenir, nefasto cazatalentos también, me pasa como a Aguirre.
Decía que iba a defender un poquitín a Marta Sánchez y su himno y no bromeaba. De dos cosas de las que he oído y leído sobre ella, por convicción y por lo menos. De que no es tonta, la primera, por supuesto, aunque quizá pretenda parecérnoslo por ánimo de lucro o de extrema necesidad, pues la creíamos ya perdida para siempre en Miami, compartiendo apartamento con Vicky Larraz, y no, no estaba muerta, estaba de parranda, escribiéndole versos, dime niño quién era, al himno. Y el segundo asunto en el que la defenderé a fondo perdido y hasta me cuadraría ante ella, soldado del amor que es uno cuando se pone, tiene que ver con lo que se nos presume en la mili. Porque hay que ser valiente, con la que está cayendo en Tabarnia -que es la falsa Covadonga del S.XXI y lo demás, tierra por conquistar de Ciudadanos-, y con los juicios y condenas a artistas, titiriteros, tuiteros y raperos por expresarse maliciosamente en libertad, para lanzarse al río del Teatro de la Zarzuela a quemar sus últimas naves con estos asuntos tan delicados.
Marta Sánchez habrá sido lista, tal vez, pero sobre todo ha sido valiente, osando ponerle letra a un símbolo nacional de todos, incluyendo en esta totalidad a los nacionalistas exaltados que jalean sin mesura cualquier a por ellos en el que se consideren soberanos invitados. Qué miedo, ¿no? ¿Y si hubiese sobrepasado la delgada línea de lo que se considera moral y democrático con su letra, o sea las cosas como dios manda? ¿Y si se hubiese considerado que alguno de sus insufribles ripios faltaban al debido respeto de algo o alguien semidivino o enaltecía alguna cosa que fuese ilegal, inmoral o engordara?
Ya la he defendido. Junto a Rajoy, Rivera y Xavier García Albiol. Como D´Artagnan y los tres mosqueteros. Aunque a mí, la letra en cuestión, sinceramente, no me haya complacido tanto como a ellos. Yo creo que a Zoido, tampoco debe haberle entusiasmado mucho, por tocar el rollo emigrante. Ni a Báñez, por parecidas circunstancias. No sé si a De Guindos. Respecto a la parte que menos me interesa, particularmente, es en la que se especifica que lo tiene blanco porque su mujer lo lava con ariel. Ah, no perdón, que esa era de otra por el estilo, que no creo que les agrade tampoco a mis tres mosqueteros. Quería mostrarles esta: “rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin”. Esta parte que he destacado supongo que será la que más intensamente hayan apreciado los encantados con ella, porque aparte del pequeño desliz de haberle cambiado los colores a la bandera, ahora pollo, menciona con acento tabarnés lo innecesario de pedir perdón por sentirse orgullosamente español -no confundir con nacionalista-, deja en mal lugar la división autonómica constitucional, mejor una y grande que diecisiete, no digamos ya que plurinacional, y aclara que seremos laicos, vale, pero de verdadera pacotilla, por si a alguien, gracias a dios, le cupiera alguna duda.