Aún queda año y medio para las próximas elecciones municipales pero no hay cita en la que se encuentren el alcalde y el presidente de la Diputación Provincial, saludándose de pefil, que no desaprovechen los periodistas locales para preguntarles por sus respectivas carreras y sus planes laborales de futuro.
Que no soltarán prenda hasta el 40 de mayo, cuando fríamente les quede un año de mandato, según las directrices genovesas, debería saberlo ya hasta el más pintado de los plumillas novatos que asista a las ruedas de prensa que, cada vez con mayor asiduidad, ofrecerán D. Francisco y D. Elías como nuevos, viejos o ya retirados candidatos, a medida que se acerque la fecha en disputa pero, mientras tanto, el mismo interrogante, aunque previsiblemente retórico, permanecerá como imprescindible de reiterar, sobre todo cuando comparezcan juntos -o revueltos-, porque aunque estos dos grandes protagonistas de la política malagueña presuman de que no darán titulares sobre este asunto por más que les insistan hasta que lo decida y permita su partido, a nadie se le habrá pasado por alto que tampoco se cohíben a la hora de arrojar(se) sus mejores suplentes al terreno de juego, como puntas de lanza, sin preocuparse demasiado de disimular aprecios ni desprecios en el silencioso turno del otro, ni de contener la omisión sarcástica del desparpajo transpirable cuando no parecen estar de acuerdo con lo que escuchan durante el soliloquio del compañero ajeno. Ahora bien, con elegancia (por ahora), contestando lo que no dicen, diciendo lo que no piensan, pensando lo que no pueden. El alcalde con cierta condescendencia hacia el jovenzuelo, el presidente de la Diputación sin entender bien que, como un abuelo, constantemente le esté dando en público 25 pesetas para que se vaya al cine con los amigos, y aguante estoico, lo soporte mordiéndose la lengua, entre suspiros y arranques de aspavientos reprimidos, por su buena educación.
Por más que le pegunten al alcalde por Bendodo como su sustituto, más veces cambiará de tema o señalará que hay muchas personas capaces y preparadas para continuar con su labor. Y, sinceramente, no pienso que el alcalde y el presidente de la Diputación se lleven mal. Menos aún que se caigan mal. En ningún caso, personalmente. El problema, si lo hubiere, sería el de las sustituciones. Imagínense que saben que deben jubilarse cuando aún no quieren hacerlo. Y que alguien aprieta por detrás. Imagínense ahora que se sienten preparados para asumir mayor responsabilidad en su empresa pero el que ocupa el puesto, a punto de jubilarse, no te permite entrar a formar parte del equipo, ni te incluye en los planes ni proyectos en desarrollo. Imagínense encontrándose con quien te tocará la campana para quedarse con todo. El que te sustituirá. Al que sustituirás. Porque uno sustituirá al otro como alcalde o como delfín defenestrado pero, en cualquier caso, uno sustituirá siempre al otro, irremediablemente, más pronto que tarde.
En este sentido, el que tiene todas las números ganadores ahora mismo es Francisco de la Torre. Porque si lo sustituye Bendodo como aspirante a la alcaldía, se jubilará con todos los honores. Pero si fuera al revés, o sea, si es el alcalde el que sustituye a Bendodo, apartándolo de su rebufo, por cualquier otro candidato de su equipo, como la señora Porras -dios nos libre-, le obligaría a marcharse derrotado al retiro neoyorquino que le cayese, pero con menos sueldo y peor casa que Moragas, eso casi seguro.
Lo que no sabe el alcalde es que Bendodo no es un perdedor. Ni un jovenzuelo cinéfilo. La decisión no dependerá tanto de Francia como de Génova, por más que se empeñe y saldremos de dudas según vislumbre Rodrigo de Triana la cercanía de la tierra electoral en el horizonte. Y aquí todas las papeletas las tiene, las guarda pacientemente, Bendodo.