Tenemos un Guantánamo aquí al lado, en Archidona. Esta vez nos ha tocado la china de mirar hacia otro lado desde más cerca de lo que nos gustaría, así que apretamos los dientes para alejarnos cuanto antes y lavarnos las manos ya en casa, a buen recaudo de dudas y barrabasadas.
Nos ha pillado la polémica en el epicentro de la injusticia, pero sacándonos la paja del ojo ajeno de Tabarnia y no hemos querido ni sabido plegarnos por temor al contrapié de negar ahora nuestro nuevo y reluciente patrioterismo democrático recién estrenado. ¡Que no estuvieran! o ¡que no existieran!, nos repetimos secándonos la mugre de la ley que defiende nuestro Estado Social de Derecho, para convencernos de que africanos o pobres son porque quieren, y que nosotros no tenemos culpa ni opciones de cambiarlo, sólo un pequeñito orgullo incipiente nacional brotado por segunda vez en cuarenta años, tras lo de Iniesta de mi vida, por lo que nos merecemos alguna emoción rojigualda excluyente de vez en cuando, sin que nadie nos la moleste. La crisis nos convirtió en obedientes de miedo y nos mostró el camino para rendirnos felices, sin correr riesgos ni hacernos demasiadas preguntas. ¡Jopo!
Con la decisión de Zoido nos ha tocado la china pero junto al primer puñado, nos coló algunos subsaharianos pobres y otros cuantos magrebís sin derecho a soñar ni siquiera con algún artículo garantista de nuestra Constitución que los ayudase a ser considerados como personas libres. En realidad, no son chinos los que nos llueven por colocarnos una venda ante lo que está sucediendo en la pre-cárcel de Archidona, sino pedruscos contra nuestro amor propio y el sentimiento de vergüenza que nos genera el silencio, pues los obviamos como si no fueran con nosotros por la impotencia de imaginarnos de nuevo en peores circunstancias, con primas de riesgo y deudas, sin porvenir para nuestros hijos ni dinero para pagarle sus hipotecas, sin trabajo ni esperanza, sin puigdemones en Bélgica a los que tirarle tartas de merengue…
Los del Guantánamo archidonés son extranjeros por nacimiento, filiación o probreza, pero además son tratados como delinccuentes por motivos ideológicos incomprensibles que aunque la mayoría de españoles no apoyemos, consentimos por ese pánico sobrevenido. Nos tapamos los ojos, la nariz y la boca, y esperamos a que alguien haga algo para mejorar la situación de esos hombres condenados sin juicio a pasar un tiempo indefinido en un infierno a medio construir en un lugar de nuestra provincia, cerca de mi ombligo. Nos limitamos a rezar para que no nos alcancen de lleno en nuestras menguantes libertades mientras silbamos, como cuando cambiábamos de canal con los anuncios del hambre en Sudán, antes de que los odiásemos por ser todos piratas.
Resistiremos las pedradas de la conciencia sin querer ver ni saber nada de suicidios ni ahorcados en Archidona, ni antidisturbios prohibidos, ni imágenes emitidas por televisiones argelinas que puedan incomodarnos… Algo habrán hecho, aunque sea en otra vida, para merecer pena de cárcel sin delinquir, en una prisión que no lo es, sin juicio ni en espera de él. Algo habrán hecho.
Nos pueden abrir una brecha en un derecho humano pero ahí no duele, son como las patadas en las partes bajas del alma, que no sangran, sólo reconcomen. Estamos obligados a disimular nuestra profundísima indignación, a hacer ver que no sabemos nada pues si no, no se comprendería desde fuera que no estuviésemos ya desgañitados, por poner el grito de la decencia en el cielo.
Queridos reyes magos, no os pido que los salvéis, porque no sé de su existencia, ni lo que pasa, ni quiero.