Nos encontramos en un impasse. No es un sitio, sino un momento. Bueno es un momento en el que te haces sitio en un rinconcito entre las cuerdas del espacio-tiempo para no estorbar, esperando a que transcurra un lugar poco definido en la cola del médico o en la de la charcutería de abajo. No preguntes, siempre nos tocará ser los últimos y los más pobres, entre villancicos y reguetones, así que calla y espera tu turno de Año Nuevo, que siempre llega con un pan, como los cotillones de los niños bajo el brazo. En silencio y en el sobaco, el impasse de las noches regulares, deshaciendo medio camino sin andar, siempre se hace más llevadero.
Entre Nochebuena y Nochevieja ni es Navidad ni deja de serlo. Se produce uno de los impasse más pronunciados del año junto a una pandereta que no sabes si usar o prestársela a tu primo que la toca tan bien en las largas salas de espera. Aceptas los amigos de facebook a los que dabas largas. Y es buena idea ocupar una tarde escribiéndole una corrección a la primera carta a los reyes magos, o repasando un relatazo corto de Suskind o Kundera con una aspirina a mano.
Entre Nochebuena y Nochevieja lo que hay son ganas de solidarizarse con las causas nobles y también se incrusta como un jueves, el día de los inocentes. Juntos, dan más juego. Una buena causa la distingue peor un inocente y si eres mala persona o, a ratos, travieso, te puede hacer gracia que la confunda. Malo, cuando el tonto eres tú sin propósito, o somos muchos echando el resto y la piel y, probablemente, nunca sepamos si la causa que apoyamos en su día fue buena, fuimos causa de broma o nos convirtieron, sin conciencia, en unos rebeldes descausados con enormes orejitas de burro o cuernos de reno, según las circunstancias entrañables.
Con el impasse navideño a cuestas, nos ha llegado Tabarnia con un lacito. Es verdad que despistados por los excesos a la mesa, aturdidos por el tráfico de compras y, puede ser que, tras sentirnos más patrioteros que habitualmente por culpa de setenta diputados mal contados, pero, sin duda que Tabarnia ha llegado y nos ha conquistado el corazón al primer pestañeo. ¿Que no saben qué es? ¿Recuerdan la isla a la que nuestros abuelos querían enviar a todos los vagos y maleantes? Pues ahí no. Tabarnia es, justamente, la costa de enfrente. La de la gente normal. La de los demócratas verdaderos. La de las personas dignas de ser condecoradas con entusiasmo por levantarnos la moral y la bandera. Enturronados, hemos descubierto en tierra inhóspita, el Paraíso. Como Aleixandre. De común acuerdo entre las redes sociales y los principales diarios españoles de tirada nacional, nos han desvelado la existencia de Tabarnia, todos a la vez, en el impasse del que les hablo, ¿casualmente?, con mejores mapas y fronteras de la que jamás tuvo San Borondón. Y allí, sabemos, viven los buenos, los ricos, los industriales, los que cuentan y nos importan, los que se salvan de la quema del desprecio mutuo y el boicot. Allí mismo, supongo, también residirán los giblaltareños que acaben en el cielo, los catalanes que sepan votar adecuadamente y los que recen cada noche por la salvación de Venezuela o para que no nos invada ningún sirio con presunción terrorista. Me da a mí que Tabarnia nos habrá llegado desde Rusia, con amor. ¿O no? Que será uno de esos bulos que vuelcan los de Putin en internet y que quieren prohibir desde el gobierno para no desestabilizarnos, ni que nos equivoquemos votando, como ocurrió con el Brexit o con la elección de Trump. Aunque no sé si Trump ya será de los buenos… Tendré que leerlo en algún sitio democrático, a ver. Quizá este ataque haya sido un contraataque, o sea, bueno o fenomenal. De la Carta de Rajoy a los Reyes Magos. Como, tal vez, bonito fue el discurso del rey, pero, ¿quién sabe? Les confieso que miro con recelo hasta al romano del castillo y a las dos lavanderas del belén. Será el impasse.