Hoy me he dado un golpe zumbón en la cabeza, que me ha devuelto el sosiego amable a esta nueva sonrisa leporina que me atrapa. Qué a gustito me he quedado, relajadito y con ganas de colgarme el cartel de los abrazos baratitos callejeros, a cambio de dos neuronas compasivas, como aguinaldo motriz. Qué alegría da atontarse de improviso y dejarse llevar por la corriente, calle abajo, con el misticismo del idiota flotándote en los piececitos, sin zapatos ni agallas que te lastren, ay. Pero mira cómo beben mis pieses en el río. Me estoy dejando inundar de paz de tal manera, que por un momento he temido que se me aflojara el esfínter, como le ocurre a mi perrita cuando se le derrama la felicidad en los reencuentros. Me ha preguntado mi hermana al cruzármela en el pasillo si me he tomado algún relajante muscular o qué me pasa, y he debido dejarla preocupada porque me apagó el ordenador en el que revisaba, concentrado, una y otra vez, la versión corta del anuncio ñoño de la marciana millonaria y Amenábar. No me asustes, me ha insistido, como cuando le gastaba bromas el día de los inocentes. Estoy contento y conforme, le he explicado de manera telepática exhaustiva, con mis comisuras bobalideñas imposibles de erradicar desde que retumbé esta mañana y, juraría que, con pajaritos, de los de Tom y Jerry, revoloteándome el golpe cual satélites vigilantes alrededor de mi corona real maga. Soy una burbuja de Freixenet, un led chisporreante de lucecitas Ximénez convertido en estrella fugaz, un copito de nieve derretido en la frente de nuestra concejala de ferias y fiestas ruidosas. Menudo porrazo.
Antes de mi incidente, iba a quejarme otra vez del derroche consistorial en iluminación absurda, de que se acumulara de nuevo tanta en la calle del Cartón de Larios, de que el espectáculo hortera musical se anunciase a horas concretas como reclamo de masas, creando problemas innecesarios de seguridad, a lo que no encontraba sentido alguno. Pero eso era cuando me sentía lúcido y era un cascarrabias. Ahora, más joven, guapo y deportista, sí lo entiendo, volátil. ¿Qué es mejor, que la gente pasee por las calles entrañabilizadas a lo largo de todo el día y no se sientan abundantes, o que todos nos juntemos a las 18.30 y a las 21 horas y apretaditos solidariamente creemos orgullo malaguita de si somos los mejores bueno y qué? ¿Qué es mejor, que corran bulos sobre que New York nos copia las luces navideñas y bailemos las penas con George Michael acarminaburanado, o que entremos aburridos y solitarios a comprar en las tiendas de toda la vida, con sus arbolitos dignos en la entrada y con sus villancicos puestos de andar por casa? ¿Qué es mejor, que salgamos en la tele como una manifestación navideña inmensa de minuto y medio diario, o que podamos reflexionar y sospechemos despilfarro en el centro o escasez en los barrios? Yo y mi golpe pensamos igual que los de Porras. Números, abarrotarse, éxito, libro de la guinness negra, aunque haya que cortar el tráfico y sembremos el caos en la ciudad, aunque en caso de emergencia -toco chichón-, se dilate el plan de evacuación lo que haga falta. ¿Esas nimiedades las va a tener en cuenta doña Teresa o su equipo? ¿De verdad que piensan que podría si quiera sopesar esas dificultades? ¿Y la europea? Yo tampoco. Ahora, lo que me preocupa de verdad, tocándome el bulto de la frente, y después de leer que el fiscal solicita penas de tres años de prisión y 12.000 euros a un local de Teatinos por ruido y reincidencia los días de fútbol y durante alguna fiesta, es que uno de los vecinos atormentados del Centro Histórico denuncie al Ayuntamiento por martirizarle, no desde el 2011, como este bar, sino desde tiempos inmemoriales, con alguna celebracioncilla que otra. Iríamos de visita a prisión, con una pandereta a dar ánimos a nuestros queridos concejales responsables si las fiestas se le torcieran… Eso seguro.
Dice mi hermana que le deje probar con un sartenazo. No sé qué quiere arreglar. Nos vemos bajo las lucecitas cantantes.