No me acordaba de mi payasada de anoche y esta mañana me he sobresaltado ante el espejo, al observarme de fantasma. A mi edad, poniéndome en ridículo así, ¿quién me mandaría tomarme la penúltima cerveza? Entiendo perfectamente lo que debe sentir a estas horas el señor Puigdemont, en ese charco inmenso en el que se ha metido, absolutamente desorientado. Supongo que debió de jugarle una mala pasada el idioma, como maneja tantos, y confundiría bruja con su esdrújula, subiéndose a una escoba sin norte. Puedo imaginarlo aterrizando donde no esperaba, en mitad del océano, remangándose la sábana y oteando, con intriga, su horizonte. ¿No es muy profundo este charco?, reflexionaría con el agua al cuello el ex president; esos extraños entes que dan vueltas a mi alrededor como si fueran sioux, no serán tiburones, ¿verdad?
Volviendo a mi ombligo, si yo no creo en jalogüin, ¿cómo me dejaría engañar anoche? Jalogüin son los padres. Los padres de mi edad que veíamos películas americanas hace más de 30 años sin entender que las calabazas diesen miedo, sin un amor platónico al que achacárselo. ¿Que es de origen celta? Pues yo seré de la otra rama hispánica, de la íbera, porque a mí, eso de disfrazarme un día que nunca averigüé si se trataba del dedicado a los santos, a los difuntos, o era el sábado anterior, jamás me atrajo. Claro está que, como malagueño ibérico de cepa impura prefiloxérica que soy, me encanta el jamón. Y la fiesta. Tal vez sea almohade por lo que me entretengo consultándole cosas por la noche. Y una cosa lleva a la otra. Y un chupito a un gorro de capitán de barco pirata de Carrasquilla. Y con polvos de talco ingleses y ojeras de pega, cualquiera sucumbe a convertirse en el holandés errante, de madrugada. Que nadie sabe lo que es el holandés errante en este siglo, me dicen. Estos niños, ¿qué harán tan tarde por las calles de jalogüin?. ¿De qué van disfrazados, si no de personajes de las Joyas Literarias Juveniles? ¿Piratas del caribe, yo? Pero, ¿qué dicen, qué horterada es esa?
Al menos, Puigdemont sí es de mi quinta. Irá disfrazado del belga errante. O con parecido camisón. Bueno, ahora que lo pienso, el último en abandonar el barco, me parece que no sería. Capitán de barco entonces, descartado. Por muy pirata que fuera, que no lo pongo en duda. Aunque atendiendo a sus actos, más que marinero, debiera considerársele farolero, que es lo mismo que un farero, pero que se la juega al póquer. A Puigdemont parecía que se le daban bien las cartas al principio. Hasta que le entró un tic delator. Fue encontrarse el as y los dos cincos y atragantarse sistemáticamente con el ojo derecho. Empezó a salirle mal la jugada y a recorrerle el sudor frío delator hacia las piernas. ¿Truco o trato? ¿Ni truco ni trato? ¿Seguro? Rajoy, que nanay. Así que Carles decidió irse a por tabaco. Y en esas anda. En Bélgica. Proclamando que mejor disfrazarse de caganer en diciembre a que le monten un belén los antidemócratas. Que España no sólo le roba, sino que también le pega y lo encausa. Pero saben, creo que no saber de qué va este señor, no debería ser nuestro problema. Lo que nos incumbe, a la fuerza, es que lleve tanto tiempo siendo un fantasma.
¿Pero cómo me habré dejado yo que me pintaran la cara así? ¿Cuántas cervezas belgas me tomaría ayer? Ni Hércules Poirot podría desentrañarnos ni a él ni a mí.