Soy un turista. Soy de esa plaga. Por casualidad, me crucé en un buscador de sueños internelácticos con un vuelo barato a Budapest y ahora la paseo en pantalón corto. Por supuesto, alquilé un apartamento en el meollo centrórico, también loucost, y así me he ahorrado unas perrillas, guau, guau. Estoy dando saltos de pobre. Pero claro, aquí no hay mar (iba a escribir playa, anexando su canción tortadiza, pero he sabido negarme a tiempo, por responsabilidad cívica). No hay mar que por bien no venga, decía. Y me viene fatal. Por el calor. He subido la cuesta al castillo de Buda en un funicular como el que no nos hizo De la Torre soñando a Gibralfaro, me he hecho un hueco chapoteante en los masificados baños Széchenyi, ayer conduje un cochecito eléctrico en la isla Margarita y, al anochecer, me apunté a un romántico paseo en barco por el Danubio. Cafecito en la plaza Vörösmarty, visita a la Gran Sinagoga… Creo que ya lo he hecho todo. En dos días y medio. Y me ha sobrado tiempo para una siesta y tres cuartos, o sea, quince minutos tres veces con cabezadas de sopor en distintos tranvías, como los que no le gustan a De la Torre, ni a los amigos del Carnaval, ni a otras muchas asociaciones malagueñistas de ingenieros de caminos en sus ratos libres, resumiendo y en fin, a los malagueños todos, defensores de lo underground de superficie con pinta de autobús lanzadera trolebús metrobús -sin comas, todo ese engendro es una sola cosa en la mente ejecutiva de nuestro querido alcalde-. Y he acabado mi circuito budapestino. Porque a Ópera no voy a ir, y menos a entrar, porque aunque me las dé de cultureta cuando me pongo muy puesto a opinar, soy turistero de los de 40 fotos por hora, aunque disimulado con una camiseta de Los Ramones y aire despistado. De la plaga exactamente. Y de raigambre malagueña, que eso también tira al monte. Y lo que he descubierto realmente, durante este mi enésimo semiviaje cultural, y de lo que quería hablarles, es de que somos una fila interminable de cacharreros cortados por el mismo patrón, siempre en la misma elefantería turística mundial.
El edificio en el que me alojo es un trasiego de albañiles construyendo otra torre de Babel con sus móviles fotográficos, venidos de todas las partes del mundo a las que llega rayaner. Y los de siempre, los que nos soportan frente a su hogar, son ancianos que se cruzan enfadados por ocuparles con brindis absurdos los rellanos de su caminito a casa. Una señora tan mayor como elegante, me ha mirado con disgusto hostil esta mañana. Un poco por gordo con maleta estorbando en sus escaleras, y otro poco por robarle los rinconcitos apuntados a lápiz a lo largo de toda su vida. Y, yo, ¿qué le hago? le he dicho en silencio, disculpándome de soslayo. Yo he pagado lo que me pedía la hija de su vecina online. El que tendría que poner límites a los desmanes avalanchados de turistas invasores campando por sus avenidas en su día a día, debería ser su ayuntamiento. De hecho, en Budapest, ya cobran un 4% de impuesto municipal -y me parece poco- a los que alquilan apartamentos de aquí te pillo y aquí te mato con dos repisas de ikea y un aseo reformado con cocina americana, como hará, supongo, De la Torre en Málaga, en cuanto se lo piense, vuelta y vuelta mil veces, y acabe inventándose algo alegal por lo que seamos multados, lo recurra, y se nos atasque en los juzgados. Mientras tanto, en Málaga habrá derecho de pernada microurbanística. Derecho al intento de pelotazo turisticoide. Derecho a la burbuja inmobiliaria… Y el precio del alquiler para sus habitantes, subirá y subirá (un 12% en el último año), hasta que desaparezcamos como ha ocurrido en Venecia, Amsterdam, o el barrio de Gracia. Allí, en Barcelona, se han decidido a prohibir las estancias cortas apartamentadas. En Málaga, yo propondría como impuesto, la inclusión de una entrada a un museo delatorreriano obligatoriamente por cada día de apartamento y playa, para que sirviesen para algo útil. Aunque no sé qué opinaría sobre esto las fuerzas vivas de la ciudad. Los del Carnaval, los de las peñas malaguistas de cerveceros autónomos y los de la unión de socorristas de la Malagueta, entre otros. Habría que preguntarles antes. No sé yo si De la Torre.