En España tenemos una relación curiosa con el patrimonio histórico-artístico. Las hemerotecas están llenas de casos que harían frotarse las manos a escritores de novela negra y de ópera bufa. Tenemos desde traficantes de arte religioso extranjeros cuyas hazañas se confunden con las de Robin Hood moderno, hasta abuelitas piadosas que, no pudiendo tolerar el deterioro de las pinturas de la iglesia de su pueblo, deciden aplicar lo aprendido en la clase de pintura sobre ellas. En Macharaviaya tuvimos un alcalde que contrató por su cuenta y riesgo a un familiar albañil para enfoscar el templete de los Gálvez, del siglo XVIII. Que estaba declarado Bien de Interés Cultural, pero por aquí, BIC no es más que una marca de bolis.
El alcalde dijo en su defensa que el templete había quedado mucho más lucido, pero para lucimiento el de la octogenaria Cecilia Giménez, que salió en el ‘New York Times’ como obradora del milagro de que el turismo llegara a Borja, terminó cobrando por diseñar etiquetas de vinos y vio cómo una productora estadounidense pagaba por su historia. Personalmente, de la historia del Ecce Homo de Borja me quedo con la pena de que Rafael Azcona y Luis García Berlanga ya no estén entre nosotros. La comedia nacional ha perdido una perla.
Otras historias se quedan en sainete. Como el último episodio de la prolífica en episodios Cueva del Tesoro de Rincón de la Victoria. Primer acto: El 10 de junio, el concejal de la Agencia Pública Administrativa Local Cueva del Tesoro y El Cantal, Antonio José Martín, del PP, denuncia ante la Guardia Civil “graves daños” en el interior de la cueva, descubiertos por personal del ayuntamiento cuando acompañaba a un equipo de televisión a grabar allí. Alguien había hecho un botellón y se habían dejado sillas y mesas, pintadas y grafitis. Pocos días antes, el PP había recuperado el sillón municipal merced a una moción de censura contra la alcaldesa del PSOE, que además de desbancada fue culpada de negligencia porque ya la habían advertido que allí no había candados ni nada.
En el segundo acto, nos quedamos todos tranquilos, porque los técnicos de la Junta de Andalucía, administración garante de la preservación del BIC, determinaron no solo que el botellón no se había celebrado en la zona de la cueva donde están las pinturas rupestres (de entre 34.000 y 7.000 años de antigüedad), sino que los grafitis no eran nuevos; ya se habían “inventariado” en 2005. Acto tercero: las acusaciones se vuelven contra el acusador, que para eso la Junta y el desbancado equipo de gobierno municipal defienden los mismos colores, y a la cueva se le pone un candado nuevo.
Lo dicho, un sainete, si no fuera por la parte que no se recuerda. Esto es, que cuando se redactó el PGOU de Rincón de la Victoria, con la cueva protegida como BIC, se concedió la máxima edificabilidad al suelo que la cubre. Que, en lugar de revocar la decisión municipal y para evitar tener que pagar compensaciones millonarias a la constructora que adquirió los terrenos, se prometió un centro de interpretación arqueológica como parte de la urbanización. Que ni las protestas de un tenaz pero reducido grupo de ciudadanos, ni las de la oposición municipal, encabezada entonces por un joven Francis Salado, actual re-alcalde del PP, pudieron impedir que la urbanización se construyera. Que del proyecto del parque arqueológico y del centro de interpretación nunca se volvió a saber, ni lo reclamó nadie.
Las vandalizaciones pasadas, presentes o futuras de este patrimonio arqueológico no deberían sorprender a nadie. A lo mejor habría que invitar a doña Cecilia Giménez a que viniera desde Borja para dejarnos algo pintado con inspiración, artística o divina.