Tengo las manos espantadas en la cabeza desde hace tres o cuatro días y no sé en qué momento podré despegármelas de la frente. A este ritmo de noticias, imputaciones y escuchas, la operación Lezo me va a provocar algo peor que este tic nervioso. A mí no me da tiempo a asimilar ninguna noticia con este frenetismo en cada curva, yo soy de digestión lenta anticorrupción, de quejarme de cada centímetro probado y de creerme mis propias sospechas al doble de la circunferencia lógica de los demás, dos pi erre al cuadrado. Pero en este caso que me vienen por tierra, mar y agua de Madriz, me falta el aire y, a penas dos líneas o tres, como mucho, es lo que me permite mi entendimiento paciente discernir, en los periódicos, sobre tremendo desfalco, antes de que Ferreras o Cristina Pardo, o Mamen Mendizábal o Hilario Pino me estén metiendo a otro ladrón nuevo y rico en el jardín. Pero si yo estaba escuchando lo que le decía Ignacio González a Cerezo -¡aúpa Atleti!-, y lo que le respondía Zaplana sobre la buena opinión que les merecía Moix antes de que fuera Moix, cuando ya estaban en Al Rojo Vivo con el hermano de Montoro incordiándome en otro píxel de la pantalla. Lo del pitufeo no es lo que hacía el PP en Valencia, pitufeo es lo que me hace la Sexta para cansarme antes de propinarme el gancho definitivo de izquierda atolondrada. Yo estaba siguiendo tranquilito lo de Murcia hasta hace unos días, ¿dónde vamos? Descánsenme en paz, hombre. ¿Dónde tengo la botella de mezcal?
“La cosa”, de la que estaba prohibido hablar durante la etapa más dura de la crisis, debería servirnos de ejemplo para sustituirla por esta otra “Cosa Suya”, la del PP y la familia. A ver, ¿se curaba la crisis hablando de ella?, no, ¿verdad? Pues, hablando de la corrupción estructural del PP, si hayla, menos. Les van a votar los mismos. Los liberales honestos con una pinza en la nariz. Los conservadores honestos cumpliendo su penitencia. Y los tres o cuatro millones de explotados que sin miedo, perderían su tenaz esencia. A los que se lo han llevado calentito del Canal de Isabel II, en realidad, no les habría hecho falta ni disimular. Si no fuesen gente bien formada, educada y de buena familia, directamente podrían cargar el dinero en camiones y enviárselo a sí mismo o al partido de sus amores a las Seychelles sin otros miramientos. Daría lo mismo. En 100 años, todos calvos -aunque algunos atrapados en su puerta giratoria-.
De modo que, con un antiácido listo en una mano y un resoplido que se me escapa solo, invocando a media voz a un dios mío que ya creía perdido, yo creo que no debería permitirse a la prensa destapar la corrupción e este ritmo sanguinolento, que los borbotones -¡viva el rey!- no le dan respiro ni a la indignación. Si con dos o tres llamadas se lo arreglan entre políticos, fiscales, ministros, exministros, sefuertes y salvoalgunascosas… ojalá se arreglen los líos. Se hace necesario un decreto ley que impida que se escriba sobre más de un corrupto al día. Como una nueva ley de vagos y maleantes que incluya en el enaltecimiento del terrorismo, junto a los titiriteros y los chistosos, a los que nos depriman descubriéndonos el mundo de la corrupción en el que los que nos gobiernan nos permiten graciosamente desenvolvernos.
¿Para qué este mal rato? Si se abierto el grifo y el agua del Canal de Isabel II nos llega al cuello. ¿Para qué? Si en dos o tres años los cabezas de turco flotantes estarán de nuevo urdiendo. ¿Para qué esta úlcera?
¿No habrá hoy fútbol?