La Semana Santa de Málaga ha salido en los medios por un incidente nada habitual. Todo el mundo ha podido ver nazarenos corriendo en dirección contraria a donde señalaba su Cristo, o miembros desconcertados de la banda de bomberos con sus yelmos de pluma en mano. El caos, y su particular modo de ordenar las cosas. Felicitémonos todos porque al final fue un susto mezclado con unos nervios colectivos destemplados como tambores de juguete. Igual que en aquellas películas del oeste que entretenían las tardes cuando hace nada éramos niños, hubo quien se refugió en el fuerte que la policía local tiene en Avenida de la Rosaleda. No sé. La imaginación se desboca como el caballo de los malos y, tal vez, trajo imágenes de alguna invasión de Málaga que, ahora, no acierto a precisar en nuestra historia tan repleta de invasiones, por otra parte. Faltó quien asegurara que había visto romanos o fenicios corretear por el Puente de los Alemanes. El caos tiene estas cosas. Una mariposa aletea en la selva de Borneo y ya saben ustedes el resto.
También el caos sufre su caos, no todo es tan claro siempre como mi pensamiento. Por ejemplo, si reflexiono sobre aquellas tardes en que las películas de vaqueros ahuyentaban el aburrimiento, como el limón a los mosquitos, es decir, no del todo, descubro en el baúl de los recuerdos algún capítulo de histeria colectiva. Así, según cientos de testimonios, el mentalista, si me permiten usar este término moderno, Uri Geller dobló cucharas y detuvo relojes de cuerda en toda España a un mismo tiempo y a través de las ondas de televisión. Imaginen que están en su día de pijama con sus palomitas y la bebida carbonatada de su elección ya preparados para ver una peli de vampiros, y a media escena se dan ustedes cuenta de que su pareja sangra por dos boquetitos que se le acaban de abrir en la arteria del cuello. Pues así.
Incluso mediante ondas de radio se puede desencadenar una tormenta a miles kilómetros más allá. Orson Welles con su programa sobre la Guerra de los Mundos también consiguió que las familias americanas de varios estados pasaran un mal momento durante la retransmisión de un ataque marciano, nada más y nada menos. Se ve que el caos no es caprichoso con los medios de locomoción ni con los temas históricos que elijamos para librarlo de esas cadenas a las que la prudencia y la sensatez lo suelen tener atado. Si continúo con mi vena nostálgica y recuerdo aquellos enfrentamientos que protagonizábamos los mods, rockers y otras tribus urbanas, debo decir que las trifulcas callejeras en Málaga jamás causaron ningún desasosiego entre la población. El público las contemplaba y nada más. No podían ser aprovechadas por esa atracción permanente del caos hacia los disparates. Nadie hacía caso y cada uno continuaba a lo suyo.
No quiero minimizar ninguna amenaza de esas que existen y que quiera la fortuna que siempre se queden en la anécdota de hace pocas horas, pero el exceso informativo de sucesos terroristas prepara el ánimo para estos episodios colectivos. La difusión inmediata de un ataque en la otra parte del planeta, a la vez que muestra todos los datos y sensaciones frente al oyente o al lector que desayuna ante su periódico, dibuja el mundo como una pequeñita aldea global donde, en efecto, si una mariposa mueve sus alas no sólo provocará un huracán, sino que enfriará hasta nuestro café con su aireo. El mundo se ha comprimido. Hoy Uri Geller habría dejado sin cubertería a la parte de humanidad que no usa palillos y se habría convertido en santo patrono de todos los relojeros artesanos del orbe. Además de los titulares de cada suceso terrible, de esos que a veces nos hacen dudar de la condición humana, las noticias deberían de aportar un mínimo de sensatez y calma para que no sólo permanezca en la retina esa sensación contagiosa del caos. Luz, más luz como decía aquel personaje harto de tanta noche perpetua en su calendario.
¿Y si se trata precisamente de eso, informar de todos los desastre habidos y por haber y, cuando se tercie, incluso dejar claro que todo podría ser aún peor? Publicitan una ¿megabomba-salvadora-de-sedicentes-democracias?, y nos quedamos tan anchos y tan panchos.
Acaso quienes gobiernan de verdad el mundo no son los llamados «gobernantes», sino esos «oscuros dueños de los dueños del dinero». Porque el dinero en realidad tiene un doble dueño : el que se conoce y pone la cara, y «el otro», el que no sabemos quién es ni qué cara tiene.
No creo en las casualidades y en este mundo tan dado a lo caótico nada ocurre sin que exista una razón para ello. Unos se juegan La Bolsa y otros la vida…