Aunque soy temeroso de los bichos en general y de los voladores muy en particular, de niño me fascinaban los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. Dirán mis coetáneos que a mí y a todos, pero suerte la del buitre leonado, la del águila ratonera, la del lobo incluso, tan acosado siempre, de haber encontrado quien narrase sus infortunios con semejante talento para convencer. No tendrán esa suerte otros seres que ahora pueblan las listas rojas de especies en peligro de extinción: el atún rojo, que devoramos despreocupadamente, el oso polar, asado a fuego lento por el calentamiento global, el orangután, que compadecemos tarde y solo tras descubrir que los palmerales que sustituyen los bosques talados que habitaban, dan un aceite muy malo para el colesterol… Y el vecino del centro histórico, una especie en franco retroceso, que encima no le cae bien a nadie. Normal, son criaturas crispadas y ojerosas, cuya principal actividad suele consistir en poner denuncias por ruido u ocupación de la vía pública.
Terminarán por extinguirse, esas criaturas fastidiosas. Hasta las abejas, que pican, hacen un mejor servicio a la sociedad, porque dan miel y polinizan, y mientras encontramos otro medio de reproducción asistida, las toleraremos. El otro día estuve a punto de dar dinero para una campaña de apadrinamiento de abejas que me asalta con insistencia cuando intento leer la prensa online. En cambio los vecinos del centro… Ese centro tan precioso, con lo feo que era antes, lleno de terrazas y museos, y con ese calendario de eventos que no deja espacio al aburrimiento. No hemos terminado de pisar la alfombra roja del festival y ya estamos marcando el paso para las procesiones. Y porque, para según qué cosas, no pegan las luces de Navidad, si no, nuestra concejala de Fiestas las hubiera aprovechado hasta la Feria, y de día daban sombra en Calle Larios.
Miren si hay gente queriendo pasearse por la ciudad de Picasso, comer y comprar en las franquicias que van tomando las calles, que como los hoteles y camarotes de crucero no dan abasto, ya tenemos, nada más que en el centro histórico, más de 4.500 plazas de apartamentos turísticos, según publica hoy este diario.
¿Tantas?, dirán ustedes. Y más que van a hacer. Para que nadie tenga que perderse nuestro sol, nuestro buen rollo y nuestra oferta de imanes de nevera y delantales folclóricos. Y encima se enlucen hasta las calles secundarias, con edificios renovados y apartamentos turísticos limpios y modernos.
Pero ahí siguen, erre que erre, los aguafiestas. Por poco tiempo, porque son ya menos que las plazas para turistas. 4.000 vecinos censados frente a 6.000 plazas turísticas entre legales e ilegales, según los cálculos de la federación de vecinos del centro histórico. Harán ruido, darán la lata, y terminarán como los osos polares, huyendo a la periferia por el crecimiento exponencial de las rentas y por las promesas a propietarios de inmuebles del depredador mejor adaptado a nuestro hábitat, el buitre inmobiliario. Que se vayan con su insomnio y sus quejas, y así se ocupan algunos de los adosados que el estallido de la anterior burbuja dejó sin estrenar. Málaga está de moda, todo el mundo quiere venir a Málaga, y si no caben todos en el centro, centrificaremos lo que haga falta. Igual llega un momento en que tampoco caben los vecinos en los barrios. Igual llega un momento en que los turistas más deseosos de vivir “experiencias auténticas”, “culturales” o “de calidad” se van con sus maletas a otro lado. Igual para entonces el vecino del centro ya es una especie en el recuerdo, como el pájaro dodo. Igual, ya que los vecinos del centro no tienen caché ni peso electoral, un día hay que lanzar una campaña para apadrinar gallinas de los huevos de oro, porque nos las zampamos todas.