He visto el logo del PSOE del año 77 en una camiseta surfera muy moderna y me ha entrado una extraña nostalgia de color salmón. Tras comprobar lo bonito que era el dibujo de la rosa perfilada en negro, he llegado a la conclusión de que aquel PSOE de Felipe ha cambiado como Felipe y a la vez, hasta desdibujarse en lo que es ahora, un rojo en fraude de ley sobre blanco moderado, capaz de abstenerse de lo que sea. ¿Qué habría sido de Felipe si no se hubiese convertido en un consejero de éxito empresarial?, ¿si se hubiese ido al Uruguay, como en la canción, y se hubiese tomado unos tés fríos mirando pasar los camiones en el porche junto a Mujica?. Seguramente entonces, peinase ahora unas rastas trasnochadas, puede que barba, vistiese unos blue jeans roídos por el dobladillo y descoloridos en las rodillas, y calzase unas chanclas muy jipis durante sus largos paseos por las playas de Tarifa o el Cabo de Gata, leyendo a Murakami. Guapo como era, seguiría siéndolo mofletudo y barrigón, como un mesías de la divina transición con aroma a tabaco de pipa fino embotellado en París, subiéndose a una moto de las que daban ese aire misterioso al juez Garzón cuando huía de la prensa, y yéndose a liderar causas imposibles, ecologistas o veganas, o recibiendo premios de gran valor sentimental, dependiendo de los achaques y el reuma, o de si le pillase en el chalecito hipotecado de la sierra o en el piso obrero de Triana, con una muy pésima conexión a internet como para entretenerse en vez de así, escribiendo alguna que otra carta al director apuñalada con buena letra. Pero el tópico del viejo progre no se le puede colgar ni a González ni, presumo que, a ningún otro socialista de los que le acompañaron en las carreras de derecho y de izquierdas en los peores años de sus vidas, antes de representarnos. En vez de eso, juega al parchís con su amigo Zandi. Junto al porche. Viendo a los pobres pasar con un güisqui canadiense sin hielo en una mano y la corbata recién aflojada en la otra, al borde del colapso, de tanto rendir.
No queda pana nueva cuarenta años después. Cinco millones ya se han ido de esa izquierda moderada y hay tres candidatos a un logo nuevo que se parecen demasiado a ese rastro que les dejó González. Curiosamente, quien menos se parece a lo anterior, Pedro Sánchez, es lo propiamente anterior, el mismísimo Pedro Sánchez. El representante más moderado del PSOE más moderado, que sustituyó al moderado Rubalcaba, fue el más moderado que ninguno, Pedro Sánchez. Al que la gestora defenestró por poco moderado en la derrota. Pero ahora pone el puño en alto y canta la internacional en sus videos de precampaña, en las que vuelve a postularse como líder salvador de la izquierda, la militancia y el PSOE. Una vez ganó como moderado lo que después perdió en las elecciones y sus compañeros lo echaron simulando un accidente. Ahora se presenta como una nueva fórmula de la izquierda, a su izquierda misma, para proponerse como antagónico a lo que él mismo representó antes de la patada. El nuevo Sánchez socialista contra el antiguo Sánchez felipista será la dura batalla contra sus propios fantasmas. Con el pobre de Patxi López presentándose, obediente, para dividir el voto discrepante, a la izquierda de su derecha, o al revés, pero en el centro mismo de la polémica. No se apartará hasta el final. Porque si le quita un 10% al que viene con ánimo de revancha, se lo dará al aparato que representa la gestora susanista, a la que se debe. Y Susana Díaz, la hijastra de Felipe González, ya se sabe el camino. El que lleva al porche de Zandi directamente, sin pasar por la transición, sino sólo, y de puntillas, por los últimos años de los 40 de gobierno felipista en Andalucía.