Trump. Da miedo. Por lo menos a los que no conformamos su cerrazón americana. Primero América pero sin contarla entera. No sé si sabrá en qué continente está Argentina. Pero México sabe que no forma parte de América, y por si alguien tuviese dudas, se le ve con un metro y un topógrafo alzando la pierna y marcando territorio e imperio ejecutivo a lo largo de su pernera transfronteriza. En sus nubarrones presume del trazado que diseña sobre una vieja muralla de babel que, asegura, devolverá la dignidad a los empobrecidos estadounidenses por causa de la solidaridad mundial obligatoria a la que se han visto sometidos por los organismos internacionales y el mal gobierno, no solamente durante los últimos ocho años de debilidad de Obama sino durante todo un siglo y medio de desdichas, desde que los confederados claudicaron ante el empuje del establishment al que, por fin, él ha derrotado. El murito debe ser para Trump, lo que a mi abuela era esa isla desierta a la que enviaba a cualquiera que le desagradara. A freír monas, si el incordio era mínimo o a la que prendía fuego, si la molestia era insuperable. No sé cuántas veces me achicharró, ni cuantas monas asé allí abandonado, sólo, descalzo… Entre dos y diecisiete. Menos mal que fueron potenciales. Como el muro de Trump. Dos mil kilómetros de hormigón. En Montañas, pantanos, ríos. Será una metáfora, ¿no? ¿O me achicharrará en serio?
En lo que a mí concierne respecto a Trump, me consideraba aterrado hasta que me descubrí iracundo. Y no. Ambas cosas son incompatibles. Estamos en el paso previo. Primero te enfadas, aireando el miedo al futuro, lo que pudiera ocurrir si no alzases la voz, exigiendo que se respetasen los derechos humanos pero, cuando llega de verdad lo que suponías que la democracia no consentiría que ocurriese, primero te callas y segundo, te escondes. Putin era perverso hasta que invadió Crimea y originó un inmenso silencio en Europa. De la rabia al miedo, se pasa por la afonía de puntillas y se concluye bajo la cama con una sonrisa nerviosa si alguien te acompaña.
Pero estoy tranquilo. Aún. Ayer, el Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, reconoció en titulares que considera que Trump es una amenaza para la Unión europea. Qué alivio. Seguimos en el premiedo. No será para tanto entonces. Con dos cartas y tres exigencias diplomáticas, su tocayo Donald Trump permitirá a los inocentes de esos siete países de mayoría musulmana a los que hacinan en los aeropuertos por inseguridad, que dejen de ser discriminados y no se les deniegue el visado ni la entrada a Estados Unidos por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, para empezar. Que los refugiados no fuesen sospechosos de terrorismo por decreto de la política o por sufrirlo con mayor virulencia en sus países de origen, para acabar con esta injusticia propia de otro siglo.
Mientras tanto, en España, Rajoy dijo ayer que no estaba a favor de vetos ni de fronteras, que es más de lo que suele decir sin un plasma de prudencia de por medio. Y ¿Susana Díaz? Se conforma con recordarnos lo que se parecen los de Trump y los de Podemos, pues ambos quieren destruir a la casta. Le toca a Cornejo decir lo que se parece el mentiroso de Pedro Sánchez al americano y que no muramos los andaluces de la urticaria, que ya nos asoma.