PAN Y CIRCO

21 Sep

Me cuenta una amiga dueña de un pequeño negocio de comercio con Japón que en ese país remoto de terremotos alucinan con que España lleve casi un año sin gobierno, circunstancia que a ella y a sus socios les afecta porque la no renovación de un acuerdo anual entre ministerios de aquí y allá les impide este año traer a universitarios japoneses en prácticas. Parece, pues, que el desgobierno provoca apenas pequeñas molestias, menos que una torcedura de tobillo en casa del enfermo terminal, y quienes aún seguimos abonados al runrún de las tertulias políticas -yo a pesar de las sugerencias de mi novia de que vea Juego de Tronos, que al menos, dice, tiene suspense- no vemos posibilidades de evitar las terceras elecciones.

Decía un amigo, buen periodista retirado de la prensa a la fuerza y prematuramente, que la culpa de que gente como él esté escribiendo gratis o aprendiendo a plantar coles para reinventarse, no es solo de la crisis, de Internet o del capital, sino que incluye a los lectores, cada vez menos dispuestos a pagar por una información rigurosa, constrastada y avalada por la firma de profesionales solventes, independientes y dignamente pagados.

También en el teatro político los ciudadanos tenemos un papel que desempeñar, por más que sea parecido al de los espectadores de aquellos espectáculos de La Fura dels Baus de los años ochenta, que corrían espantados de un lado para otro sin saber de dónde les iba a llegar el siguiente sobresalto. Pero la provocación, a fuerza de repetirse, deja de ser provocativa, y nosotros ya, de vuelta de todo, votamos con la nariz tapada a corruptos porque más vale malo conocido que quién sabe si peor por conocer, y no, no parecemos tener prisa en que nadie se ponga de acuerdo con nadie: en lugar de manifestarnos en las calles exigiendo que resucite el espíritu de la sacrosanta Transición borrando líneas rojas (sobre todo esas), esperamos con desgana a que el Partido Socialista quede exangüe en luchas cainitas mientras Podemos y Ciudadanos hacen lo mismo, pero en versión Villatripas de Arriba contra Villatripas de Abajo. Mientras, las calculadoras de los asesores de Rajoy echan humo, a ver si salen las cuentas y por fin recuperan la mayoría absoluta. Si no es a la tercera, será a la cuarta.

Viendo el panorama, ha pensado el alcalde de Sevilla, que solo una cuestión de máxima trascendencia iba a ser capaz de convencer a la ciudadanía para volver a las urnas, y, con el fin, explica, de ir iniciándolos en la democracia participativa, ha convocado un referéndum para ver si quieren que la Feria oficial empiece el fin de semana que tradicionalmente aprovechaban los feriantes para adornar sus casetas y calentar motores con fiestas privadas. Argumentan los partidarios de la consulta que el tema es importante por el peso de la Feria en la economía y porque hay que desplegar servicios municipales que han de ser planificados, y hasta hay quien proclama que va a votar en contra porque eso hará que la gente “de fuera” irrumpa en los días de fiesta reservados en exclusiva a gente “de allí”. Ese sector, digo yo, sería el equivalente a los independentistas catalanes, pero aquí no se veta a nadie.

Me cuenta mi amiga que a sus socios japoneses les fascina nuestro folclore y que Sevilla es lo más para ellos, pero que del referéndum ferial le da vergüenza hablarles. Yo le digo a lo mejor encuentra el negocio que pierde por otro lado, y lo mismo que hace décadas venían turistas de Yokohama a casarse en Chinchón, esta Navidad puede organizar un tour ‘especial elecciones’. Aunque no puedan depositar la papeleta, pueden vivir la experiencia de hacer cola frente a la urna, y para no desentonar, que lleven una pandereta en una mano y un rebujito en la otra.

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